miércoles, 23 de abril de 2008

Caprichos

El mar había empujado las nubes hacia adentro como un ejécito disciplinado provoca la desbandada enemiga: en línea recta. Ya nada separaba el celeste del verde en su beso a lo largo, espalda recostada sobre espalda. El sol ya no tenía excusas y se había puesto a tostar pellejos, la arena como parrilla.
Entre la costa y la lomada, y ubicado astutamente donde las voces pueden sólo llegar como un rumor, yo y este bloc de notas.
El viento no había cesado, pero ahora se deslizaba plácido sobre mi aerodinámica de esqueleto a ras de la arena. El principio traté de pensar en nada, pero dicen los maestros que eso es precisamente un error. Como soy caprichoso insistí. Mi cabeza cayó al rato sobre el hombro y se me escurría la saliva desde la comisura izquierda de los labios. Así es todo.

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