miércoles, 23 de abril de 2008

Difusión

Encorvado miraba el reflejo de mi propia sombra, susurraba a la manera en que los árboles mueven sus hojas, insinuaban por sus circunvoluciones pequeños destellos de fulgor opalino. He estado en ese lugar miles de veces. En ella oscilaban densas ondas, resonancia de lo que deambula por los silencios una vez que cerramos los párpados. Pequeñas pero indisolublemente entrelazadas, nuevas melodías hiriendo el velo de mis ciudades perdidas, seguro yo de conocer cada recoveco de sus pasadizos mohosos y dilataciones de pupila.
Fué en tan solo un segundo de escalofrío que pasé de un paréntesis de pálidas mejillas a una clase de vibración completamente distinta, y entonces quedando encandilado con un eterno entrecruzamiento de posibilidades que me liberaban llevando cada parte de mi ser lejos, más lejos de lo que había llegado jamás. En la concatenación de sus lineas formando un todo que se expandía adonde quiera que mirase, irradiando desde el centro de mi ser. El tiempo en un contínuo superpuesto, y a cada bocanada una nueva grieta y desgarro para fundirme con todo lo que hasta entonces me era ajeno, ahora mío, completamente mío. Primero las almas a mi alrededor se alinearon elevándome, luego la naturaleza y el cielo mismo, todo era dentro de mí. Yo me deslizaba de un punto a otro cortando todas las cuerdas, reía, lloraba, la burbuja ya encontraba el límite de su destino. Sentía que había esperado todos esos relámpagos hace demasiado tiempo y me dejaba caer una y otra vez en mi propia divinidad. No sentí que sólo encontrara un refugio mayor, esta vez toda la realidad me abrigaba y fluía conmigo, todo lo que yo era, todo lo que podía concebir y desear abarcando cada partícula del universo. Pasé del vislumbramiento de que todo está conectado con todo a la irremisible captación de que todo "era".
Esa misma mañana contemplé el abismo en mí, brillaba tenuemente, cobijando cada momento y bordándolo en mi alma. Con una sonrisa imperceptible entendí que no tenía más miedo, que era libre de desplazarme a cualquier punto de los surcos que se bifurcan a cada momento, antes amenazantes, ahora pasando cristalinamente a través de mí.

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