miércoles, 24 de junio de 2009

La Emperatriz

No recuerdo la fecha exacta, ni cuando hablé con ella por primera vez.. Pero me acuerdo perfectamente del momento en que su forma de expresarse me llamó la atención, y entonces ya era tarde, ella había entrado en mi vida. Lo que más me gustaba era el descaro con que decía lo que sea que tuviese en mente, la desvergüenza para reírse de lo que sea: relatar sus fracasos más escandalosos, bastardear a algún pajero, quejarse de su sequía sexual... y en su despreocupación la empecé a adorar. Esperaba que ella llegase adonde estábamos todos reunidos, y ensayaba todo recurso que estuviese a mi alcance para hacer reír a todos con el claro objetivo de hacer reír a ella. En ese sentido cada carcajada de éxito era para mí todo un suceso, una flor más arrojada en su camino desde las gradas del populacho, desde donde yo la veía pasar con un nudo en la garganta. Mi Emperatriz…
Yo sabía que no podía tener ninguna posibilidad si en el delirio de mi fantasía me arrojaba a sus pies suplicando por besarle aunque sea el empeine. Tenía que usar la máscara de la muerte y colocarme de igual a igual, aún cuando mi corazón clamase ante esa audacia como ante un crimen. Fui tomando fuerza de donde no tenía, y daba estocadas en la oscuridad, a las que ella iba reaccionando como una araña que detectase algo sorprendida una presa en la entrada de su madriguera. Mi deseo de arrojarme en su boca a la menor oportunidad crecía peligrosamente.
En algún momento una de mis provocaciones dio en el blanco y terminamos hablando en privado. Mi sorpresa fue grande cuando vi que a solas ella era tímida y sensible. También tenía ella entonces su máscara y todo ese tiempo habíamos estado bailando tan bien, casi como si fuese Carnaval en Venecia. La idolatré todavía más, y más esfuerzo aún tuve que hacer para mantener mi compostura de hacerme el libertino en pose de interesante, así habría de hacerlo hasta que fuese necesario.
Tuvimos una cita. Yo, como siempre, llegué tarde. Tomamos mucho mate y hablamos sin un tema fijo. En un momento mientras caminábamos, lidiando con mi nerviosismo y el de ella, improvisé un recurso sorpresa y nos besamos. Resultó ser tan cálida. Pero a la vez, todo lo que en principio implicaba un romance (decirse cosas lindas, besarse al atardecer, caminar de la mano) era para ella como un mundo abandonado y lejano, al cual se acercaba con recelo y cierta expresión de ironía. Tenía un corazón tan roto como el mío. Antes de irme, nos besamos de nuevo, despedida que se prolongó por tiempo inimaginable, y olvidándonos en ese beso del mundo exterior. Ella me enseñó todos los pliegues y enredos que un beso puede tener como nunca antes ninguna mujer había podido hacerlo. Fue posiblemente el mejor beso que tuve hasta ahora, y aunque quisiera pensar que así fue también para ella, sé que me derrotó, siendo mucho más instruida y pervertida que yo.
Entonces empezaron los problemas. Para vernos de nuevo no me la hizo fácil, sin que nunca pudiese yo entender del todo como era eso posible después de esa tarde. Pero ella misma se definía como la reina de las histéricas, y al hacerlo definía una perversión acerca de esa práctica. Y tal era la forma en que me pasaba los días repitiendo su nombre en voz baja, pensando en verla y arrancarle placer en todos los rincones del cuerpo que me daba cuenta de todo el resultado que su veneno tenía conmigo. No podía odiarla, bajo ningún concepto. Creo que una de las cosas que más le gustaba era sentir mi relieve palpitante, por momentos amagando a darme el alivio, sin jamás hacerlo y manteniéndome inescrupulosamente así por horas. Era tan malvada, y yo me hice tan adicto a someterme a todas esas maldades… nunca me quejé, todo lo contrario. Ni siquiera cuando para verla por tercera vez pasaron meses.
En un momento sentí que quería de ella mucho más de lo que en principio había buscado, y empecé a fantasear en visitarla más seguido, en acompañarla en las cosas que tuviese que hacer, en tomar mate en el patio de su casa. Y un día se lo di a entender. Rendido yo a sus pies, me dijo que “depende de cuánto quieras arriesgar…” y le dije “Todo”. Le dije mis fantasías con ella, le dije que sexualmente me hacía sentir cosas de otro planeta, y no solo eso, sino que le dije esas ideas que tenía de tener alguna especie de relación sólida. Dije todas esas cosas con felicidad, sentía que me liberaba de un peso, que por fin podía decirle todo lo que sentía por ella. Y entonces ella, muy sutilmente, me cortó los pelos. Ahora, mirando hacia atrás, me doy cuenta de que ella no podía haber reaccionado de otra manera.
Tal vez fué porque en ese momento de su vida estaba pasando por cosas que no le permitían vivir algo conmigo como yo quería vivirlo. Tal vez desconfió de mí, pensando que yo solo quería cumplir mis fantasías sexuales con ella. Tal vez yo no le gustaba tanto como sentía que me daba a entender. Tal vez quería estar sola. Tal vez quería que así yo quedara enamorado de ella por mucho tiempo, deseando por siempre como cuenta pendiente hacer todo lo que no hicimos, y tal vez sabiendo eso ella sienta que me tiene en su poder y a su disposición como el súbdito que logró hacer de mí. Tal vez tendemos a creer lo que necesitamos creer cuando no entendemos algo para dormir mejor. Puede ser. Pero nunca voy a olvidar a mi Emperatriz.

Imagen: "Blue Hat", de Brian Holderman

8 comentarios:

Nameless dijo...

Parece que te tomaste muy en serio lo que te dije, bien (Y).

Emperatriz... supongo que a cada mujer le corresponde una palabra no? :P

Paula_Yates dijo...

Que lindo! A veces tengo ganas de que este tipo de historias termine bien... de todas formas, los amores truncos simpre son fantasticos para darnos letra. Quizá si todo fuera color de rosa sería muy aburrido.

Saludos

Puta se nace dijo...

Gracias. Siempre.

DOC RUDOLPH dijo...

"También tenía ella entonces su máscara y todo ese tiempo habíamos estado bailando tan bien, casi como si fuese Carnaval en Venecia."

Que genialidad. Me encantó el texto. No me soltó ni un segundo. Lo de las máscaras fue maravilloso. Cada uno tiene la suya, y la vida es un Gran Carnaval.
Ahora, que bajón también. Yo esperé el final donde el loco se transformaba en EMPERADOR! De todas maneras ganó... eso es indiscutible. La hizo bien... pero... jajaja!

Sos un genio, Palette. Muy Lindo.

Saludos, colega.

FER!

Serj dijo...

Genial retorno del lirismo.

Luiti dijo...

muy bueno!
saludos!

Clar dijo...

LA BELLE DAME SANS MERCI
(La bella dama sin piedad)
I
Ah, ¿Qué es lo que te aflige, maltrecha criatura.
Solitario y pálido vagabundo?
El junco se marchita en el lago
Y ningún pájaro canta.
II
Ah, ¿Qué es lo que te aflige, maltrecha criatura,
Tan demacrado y tan lleno de dolor?
El granero de la ardilla esta lleno
Y la cosecha ya ha sido recogida.
III
Veo un lirio en tu ceja
Con la húmeda agonía de las gotas de febril rocío
Y en tu mejilla una rosa que se desvanece
Tan rápidamente como se marchita
IV
Conocí a una dama en los prados
Llena de belleza, una niña de las hadas;
Su pelo era largo, su caminar ligero
Y sus ojos salvajes
V
La senté en mi corcel trotador
Y nada más ví durante el resto del día
A mi lado ella se recostó, y cantó
Una canción de las hadas.
VI
Hice una guirnalda para su cabeza
Brazaletes también, que la llenaron de fragancias;
Ella me miró y me hizo el amor
Con dulces quejidos.
VII
Ella me encontró raíces de dulce sabor
Miel salvaje y maná del rocío
Y en un lenguaje ciertamente extraño le dijo-
‘Te amo’
VIII
Ella me llevó a su gruta encantada
Y allí me contemplo, y suspiro profundamente,
Y allí cerré sus ojos salvajes
Para besarla hasta caer rendidos.
IX
Y entre el musgo sucumbimos al sopor
Y allí soñé – Ah! dolor!
El último sueño que jamás tuve
En la pendiente de la fría colina.
X
Ví pálidos reyes, y princesas también,
Pálidos guerreros, todos con la palidez de la muerte;
Ellos gritaban – ¡‘La bella dama sin piedad
Te ha esclavizado!’
XI
Vi sus hambrientos labios en la penumbra
Con un horrible bostezo avisador,
Y me desperté, encontrándome aquí
En la pendiente de la fría colina
XII
Eso es lo que ha hecho que me encuentre aquí
Solitario, pálido y vagabundo,
Aunque el junco se marchite en el lago
Y ningún pájaro cante.

John Keats (1884)

Anónimo dijo...

nah, e 1 cosa d loco como esto se va poniendo mejor..