martes, 13 de octubre de 2009

El ansia

Despierto otra vez. Intento retener el sueño que te devolvía a mí, vestida sólo con un camisón blanco. Lo consigo a medias por un lapso confuso de tiempo. Después paso una hora con los ojos entrecerrados por la luz de un sol que pasó de largo el mediodía, debatiendo en si estoy un día mas cerca de verte o un día más lejos de la última vez que te vi. Sopeso cada posibilidad detenidamente, una y otra vez, insistiendo en cada una para aumentar el efecto de la contraria. Si es imposible decidirse, puedo pensar en la idea de verte interminablemente.
Te vi tantas veces ya esperando que yo llegue a nuestra cita, te vi tantas veces llegar habiéndote yo esperado, nos abrazábamos redimiéndolo todo, nos reíamos de cómo habíamos cambiado. Demorábamos el beso que sabíamos sería irrepetible, y a cada paso entrábamos en un mundo privilegiado, a resguardo del horror del mundo. En esa idea que yo tenía de vernos eso era posible. Y cuando dudo de si no estoy cayendo en una espiral de humaredas y ficciones, recuerdo tu voz confesándome por teléfono esa frase que resuena en mí por momentos como un martillo angustiante, y a veces como un suave oleaje que me desarma por completo. Abandonándome entonces al imperio de esa frase, caigo en imágenes innombrables, en breves alucinaciones que me acosan en el colectivo y en verdad en cualquier lado en que llegue a mi pensamiento tu imagen. Es un padecimiento y a la vez un verdadero placer que andes rondando siempre mi foco de atención a la menor excusa, extraordinaria la habilidad con la cual tu nombre logra infiltrarse por vía de asociaciones insólitas que causan mi risa y que causarían también la tuya.
Como un mástil rompiendo olas persisto ante las postergaciones, y enredado en lo más hondo por la vergonzosa idea de que la consumación es enemiga del deseo. Es que hay cierta magia en la idea de verte que me inunda y que hace de mi espera todo lo contrario a un sacrificio. Aún así, me pregunto si esa magia soportará a pesar de todo, y por cuánto tiempo… mientras el viento me arranca la ropa y la lluvia moja mis pies me cobijo en la esperanza de estar ahí para cuando quieras verme de verdad.

Hora de levantarse. Es tarde. Siempre es tarde.

Imagen: Beso, de Edvard Munch