martes, 23 de agosto de 2011

El polimodal (parte 4)


Estábamos esperando Carlos y yo en la fila para entrar a La Mónica, cuando Ale y  Tincho se pegaron a nosotros, nos dijeron que el grupo de Diana ya estaba adentro. Una vez que entramos pedimos cervezas, y no llegó a pasar una hora cuando la hermana de Diana me agarró del brazo y me llevó hasta donde estaban sus amigas. Diana estaba justo enfrente de mí, no me miraba. Eso me molestó, pero me acerqué a ella y empezamos a bailar. Ella miraba hacia abajo o al costado, no sabía si por tímida o por orgullosa. Solo fugazmente sorprendía su mirada de reojo. Habíamos bailado más de 5 minutos cuando sin aviso alguno acerqué mi boca rápidamente a la suya, que respondió a mi movimiento instantáneamente, como si hubiese estado esperándome. Nuestras lenguas chocaron como dos fieras soltadas en el coliseo, encarnizándose en la lucha. Se sentía bien, muy bien de hecho. Apreté su cuerpo más estrechamente contra el mío, una mano en su cintura y otra detrás de su cuello, y la besé más fuerte, abriendo más mi boca y esforzándome por meter mi lengua más allá de su paladar. Ella parecía buscar lo mismo conmigo. Pasaron unos minutos hasta que sentí que su deseo aflojaba, que su  boca empezaba a cerrarse cada vez más. Retiré mi lengua del todo y le di unos besos suaves sobre sus labios húmedos. Abrí mis ojos al hacerlo, ella los tenía cerrados aún, vi su boca esperando un poco más de esos últimos resquicios de placer, y entonces Diana no me pareció ya mediocre, sino fea. Bailamos un poco más, y cuando solté su mano, en seguida se dio vuelta y bailó sola la cumbia, como si nada hubiera pasado.  Me apresuré en volver con mis amigos, Carlos me señalaba riéndose, decía “¡te vi guachín, te viii, le comiste la boca! jaja”. Solo él sabía que había sido mi 1º beso. Me pasó la cerveza y tomé un trago largo. Esa noche Carlos se tranzó 3 minas. Yo me limité a seguir tomando cerveza mientras lo veía chamuyar. Se reía, Carlos siempre se reía.

Yo no trabajaba, el único dinero que conseguía me lo daban mis padres con cuentagotas, no podía salir a bailar siempre, pero me las arreglaba para ir de vez en cuando con Carlos, a veces venía también Ezequiel. El otoño fue pasando así. Carlos me daba consejos para chamuyar, me faltaba algo de carisma pero estaba aprendiendo a bailar bien. Una vez una chica preciosa de ojos verdes me tomó de las manos y empezó a bailar conmigo, me dijo que por favor no la soltara porque su novio era un idiota y quería hacerlo sentir mal. Estuvimos un rato así, ella mirando por encima de mi hombro para cerciorarse de que su novio la veía bailar con otro, mientras yo intentaba sacarle conversación. Otra vez estaba subido a una tarima con mucha gente mientras una pecosa rozaba sus tetas contra mí, entonces le dije “me pasan cosas con vos”. Se rió y se dio media vuelta, buscando a otro para rozarse, a lo mejor alguien que no le viniera con cuentos.

Otra vez caminábamos con Carlos entre la gente con nuestras cervezas, y Carlos me dijo “¿Viste como te miró esa boludo? Andá y encará”.  “¿Posta?” le dije. “Si, si, está con vos, dale, dale andá”. Estaba buena, le ayudaba el maquillaje, tetas medianas y culo grande. Me dije a mí mismo que no solo me la tranzaría sino que le manosearía el culo. Todavía me miraba, sin desesperación pero sin disimulo. Me acerqué y sin preguntar la tomé de la mano. Pasaban una cumbia que me gustaba, hacía gestos con la letra, coordinando los pasos. Ella sonreía. Al rato levanté su mano y la hice dar vuelta, y en la mitad me pegué a su espalda, ella no protestó. La agarré del vientre y las caderas, bamboleándola hacia un costado y al otro. Puse mi boca en su cuello, y su mano se posó en mi nuca, atrayéndome hacia sus labios que se abrían en flor para recibirme. Mientras le hacía una transfusión de saliva la seguía apretando contra mí, ahora no nos movíamos casi. La zona de apriete no estaba lejos, un largo asiento al costado de la barra y la llevé hasta ahí, mis piernas sintieron su peso al ponerla sobre mi regazo. Tenía todavía fija la idea de meterle mano a ese culo enorme, pero demoraba el momento. Le puse una mano al cuello, acariciando su nuca con mis dedos, empujándola contra mí.  Y mientras más me metía en su boca, más iba bajando mi otra mano por su espalda hasta sentir la curva hacia afuera, y apreté bien fuerte cuando por fin palpé de lleno la nalga. Permanecimos así mucho tiempo, ella me mantenía agarrado y no parecía querer soltarme por nada, entonces deslicé mi otra mano junto a la otra y sentí que el cielo se abría, que Moisés separaba las aguas, que el piojo López hacía su inflador al borde del área y que me convertía en un supersaiyayin. Le dije al oído suspirando en un quejido “Ay, que culo que tenés…”, mientras se lo apretaba fuerte. Puso su frente en mi hombro, y la besé de nuevo. Tocarle las tetas no estaba mal, pero no había comparación posible. Cuando mi mano quiso ir más allá, ella la sacó despacio, tanto no daba. Yo me reí y seguimos apretando. Al rato tuvimos sed. Busqué una cerveza y cuando volví los dos estábamos más calmados. Nos besamos despacio mientras tomábamos, hasta que me dijo que se tenía que ir. Le di mi teléfono pero nunca me llamó. Analía se llamaba, o Anabella, no sé.

Una noche terminé en el nivel superior, una pasarela alrededor del centro de la planta baja y me acerqué a la baranda para mirar hacia abajo, se veía la muchedumbre apretujada bailando el cuarteto. Después puse atención en la chica al lado mío, apoyada también en la baranda, pelo oscuro y tez pálida, miraba hacia abajo con desinterés. Relojié que me había visto también, y cuando sonó un cuarteto de Rodrigo la saqué a bailar, tenía una sonrisa tímida y una mirada esquiva pero curiosa. Agustina era su nombre. Después de 3 temas seguidos descansamos apoyados como antes en la baranda, me preguntó de qué signo era, le dije que de Escorpio, entonces se rió nerviosa, dijo que sus preferidos eran los de Escorpio. El horóscopo para mí era todo chamuyo, pero sólo entonces entendí que eso era cierto en más de un sentido. Dije que eso seguro era porque los de mi signo sabían besar bien, y como la tenía ya tomada de la mano la acerqué hacía mi y la besé, casi logra esquivarme, pero en pocos segundos pude ver que lo quería tanto como yo. Un rato después me dijo que tenía que volver con sus amigas, yo estaba contento de no haberla manoseado porque no era su estilo, parecía inocente, aunque sin serlo.

Muchas veces me encontré completamente solo, deambulando sin sentido entre la gente, tomando cerveza en un rincón, o apoyado contra la pared mirando a los grupos mantenerse unidos para no ser devorados por la marea, a las chicas rechazar o aceptar invitaciones de tragos y  baile, algún altercado entre varones con irrupción de los patovicas, y de vez en cuando alguna cara conocida del colegio que asentía levemente al pasar.

Un día Carlos me dijo que su amiga Marina gustaba de mí, me había visto en fotos. Esa clase de garantías se me daba bien porque me ahorraba el trabajo de tener que adivinar si sus gestos eran una invitación o no, lo cual, si no tenia alcohol en la sangre era todo un problema, y le dije que nos presentara. Nos juntamos primero en casa de Carlos. Cuando llegué, hora de la cena, Marina ya había llegado con una amiga. Como me había adelantado Carlos, Marina era un poco más bajita que yo, flaquita y morocha, con el tono de piel que deben haber tenido los primeros egipcios, y no el más propio de estas tierras. Parecía seria pero sólo porque no se reía mucho, usaba mucho el sarcasmo. La otra, Florencia, era rubiecita y no estaba nada mal, era más dócil y Carlos no me había dicho pero ya se la había transado. Después de comer unas pizzas fuimos a la pieza de Carlos y jugamos verdad-consecuencia, y cuando tomamos el remis a La Mónica los dos ya les habíamos dado picos a ambas en medio de risas.

Cuando entramos me hice el banana como nunca, riéndome, haciéndole bromas y gestos pícaros, bailando como si fuese año nuevo. Le dije, en medio del quilombo:
-Si yo te pidiese que por un segundo me dejes hacer lo que yo quiera ¿Me dejarías?
-No sé- dijo ella y me miró. La miré. Le di un pico, y al abrir mi boca sobre la suya despacio asomé mi lengua, que acarició la suya suavemente, una ola del Mediterráneo. Fue un beso dulce, que duró bastante, casi podía ignorar la música y las luces alrededor, sumido en el calor de su cuerpo junto al mío, de sus labios finos y delicados, de su lengua pequeña pero hábil. La música paró de golpe, ella se apartó un poco, se anunciaba la banda que tocaba en vivo esa noche: Mala Fama. “El tecladista es amigo mío” dijo. Me puse a sus espaldas y la abracé mientras los vimos tocar, a veces levantábamos las manos para acompañar, pero mis brazos volvían siempre a los suyos. Ella los tenía cruzados sobre el pecho, y jugueteaba con los dedos de mi mano derecha. Cuando la banda se fue y volvió la cumbia del dj, le dije si me daba otro segundo. “Vos sos peligroso con un segundo” me dijo. Sonreía. La besé de nuevo.

Cuando busqué a Carlos lo encontré sentado, transándose a una morocha que tenía encima con las manos en el culo de ella. Me vió y me guiñó un ojo. Lo esperé un rato y salimos. Los dos estábamos un poco borrachos, caminamos hasta su casa que quedaba más cerca, a veces me quedaba a dormir. “¡Qué puta esa Vanina boludo! Me pasó el teléfono, me la voy a garchar ya vas a ver”. “¿Y Flor?” le dije. “No sé, por ahí jaja” dijo. Le conté de Marina y me felicitó, preguntándome detalles. “¿Así que le dijiste eso? Jaja alto chamuyo, te lo voy a robar. Ya vas a ver cuando garches a una mina lo que es. Son re putas las pendejas, te vas a volver loco”. Yo me reía. Me brillaban los ojos, en el fondo pensaba en Patricia.

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