jueves, 8 de septiembre de 2011

El polimodal (8)


Terminaba septiembre cuando Carina me preguntó que me pasaba.

-Andás raro vos… es por Pato ¿no?
-Parece que acá se sabe todo ¿Ella te dijo?
-¿Querés saber?
-Si.
-No, no fue ella. Pero eso no importa nene, vos estás mal, te veo que estás mal. Esa cara, por favor, dónde quedó el Nico que yo conozco...
-Se quedó en esa esquina, para siempre.
-¡No seas exagerado! ¿Y cómo es eso de que te vas a cambiar de turno?
-Es posta.
-¿Y por qué? No la vas a conquistar así eh.
-No importa.
-¿Cómo que no importa? ¿Y nosotros no te importamos?
-…
-¿Ni un poco?
-Te voy a extrañar Cari.
-Me estás jodiendo.
-Ojalá.
-Forro. ¿Por qué no hablaste conmigo antes?
-Habría sido lo mismo. Si no gusta de mí.
-Ves que no entendés nada. Dale tiempo y vas a ver. Pero cambiándote de turno…
-No puedo esperar. Yo…
-¿No vas a terminar el año con nosotros por lo menos? ¿Ya tiene que ser?
-Pregunté y no hay vacantes, tengo que esperar al año que viene. Seguro repite gente y me hacen el hueco dijeron.
-La verdad… me dejás sin palabras. Pensé que era mentira.
-Perdón Cari. Te voy a extrañar, de verdad.

La miré a los ojos, amagando una sonrisa. Me alejé caminando hacia las escaleras, momentos antes de que sonara el timbre que marcó el final del recreo. La idea de cambiar de curso había sido lo único que me dio cierta sensación de control de la situación. Patricia no podía obligarme a mantenerme cerca de ella después de rechazarme. No pensé mucho en si estaba lastimando a mis amigos. No lo hice porque todos en ese curso, día a día, dejaban de existir para mí.

La semana después de hablar con Carina, Carlos me dio un papel doblado con mi nombre. La letra era de Patricia, sin duda. En esa carta me pedía que por favor no me cambie a la mañana. Decía estar triste porque yo ya no le hablaba, que ni siquiera la saludaba, que cómo podía ser que le hiciese algo así. Decía que no podía estar conmigo en ese momento, pero que más adelante era posible. Decía que lo que yo le había dicho era muy fuerte y que necesitaba tiempo. Decía algunas cosas lindas sobre mí, y me pedía perdón por no poder darme una respuesta segura. Leí esa carta tantas veces que me la aprendí de memoria. Al otro día le escribí. Mi carta decía que si no la había saludado ni le había hablado era para no hacerla sentir incómoda, que quería borrarme de su mapa para que pudiera estudiar tranquila, que no quería obligarla a verme. Le preguntaba qué le impedía estar conmigo, y por qué tenia que ser más adelante y no ahora. Decía que me había costado mucho decirle lo que sentía, y que a lo mejor me habría ido mejor si hubiese ido mas despacio, pero que lo que sentía por ella no me había pasado nunca, y que por momentos no sabía qué hacer. Le decía que era la chica mas linda que había conocido y que verla tan cerca era una tortura para mí. Ella nunca respondió.

Juan reconocía en esa carta el tesoro que era para mí. Juntos la habíamos desmenuzado, aislando ciertas frases, intentando analizarlas, sacando conclusiones. La llevaba siempre conmigo. Juan estaba conmigo el día que a la salida, un tipo que debía tener como mínimo 26 o 28 años, saludó a Patricia con un beso en la boca y se fue por Entre Ríos, caminando con ella de la mano. Juan vió cómo la miré hasta que doblaron en Tucumán camino al Bajo, y no dijo nada cuando saqué la carta del bolsillo de mi pantalón y la rompí, tirando los pedacitos en el tacho de la esquina. Juan supo por mi cara que si antes había dudado de cambiarme, a partir de ese momento supe que iba a hacerlo. Juan era el único que entendia que a veces lo mejor es caminar en silencio.

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