martes, 31 de julio de 2012
Me gusta esperar el tren
Cuando salgo de mi trabajo siempre que puedo tomo el tren para ir a casa. Podría tomar el colectivo. Me quedaría mas cerca, y me bajaría a dos cuadras de casa. Para tomar el tren camino seis cuadras, y me deja a cuatro. Pero tomo el tren.
Después de dos cuadras la cantidad de gente transitando se reduce mucho, y cuando cruzo la General Paz para el lado de provincia apenas pasa algún coche que va hacia capital. Empiezo a sentirme como quiero sentirme. A veces voy escuchando música, a veces no. El andén casi siempre está semidesierto. Las pocas personas esperando se sospechan mutuamente, y se miden con la mirada. Yo los mido también. El que está adentro de la boletería apenas existe, de no ser porque da el cambio exacto con el boleto (casi nunca lo saco). Nunca veo cuando actualiza el papelito que dice el horario del próximo tren a Retiro. Si es de noche la boletería está cerrada. Y si es de noche se escuchan voces debajo del andén, donde duermen un par de cirujas. Una vez vi a uno, me miró fijo y lo miré. Creo que quería saber si le tenía miedo. Yo seguí caminando hacia el final del andén, siempre lo hago. Ahí espero al tren.
Si el tren viene enseguida no puedo dejarlo pasar, me subo. Pero no me molesta esperarlo. Me gusta sentarme en el final del andén, con mis piernas colgando por encima de las piedras. Porque de entre todas las incertidumbres que encierra mi vida, y con las que aguijonea mi pecho, una de las pocas es saber que en algún momento el tren va a aparecer en el horizonte, y que una vez que lo haga, va a ir acercándose hasta que pueda tocarlo con las manos. Un colectivo aparece a cualquier hora y de golpe, obliga a estar alerta. El tren tiene su horario y se muestra con tiempo, me permite sentir el alivio de verlo venir por espacio de unos minutos.
Mi paciencia está sometiéndose escandalosamente al curso natural de las cosas. A veces siento que es como sentarse frente una serpiente que no sabés si te va a morder o no. A veces pareciera que estoy esperando que una pared me hable. A veces quisiera pasar del otro lado y curiosear, saber qué hay detrás de los pensamientos ajenos. Pero no se puede. Lo único que se puede hacer es esperar. Y mi consuelo es esperar el tren. En este día nublado, en el que el viento da al frío el grado justo para poder sacarme la bufanda y recibirlo en el cuello, me di cuenta por qué.
sábado, 19 de mayo de 2012
El polimodal (21)
A mediados de invierno, empezaba mi día cuando todavía era de noche. De mis 5 pantalones 3 eran de jean y tardaban en calentar mis piernas. El pasto de las veredas siempre estaba rociado de escarcha, y cruzaba la plaza recibiendo el frío de costado, la nariz enrojecida. Saludaba los faros de neón en silencio, testigos de mi marcha apresurada. En esos minutos de caminata, pensaba en lo que había soñado, en la última que hubiese hecho con los pibes, en las últimas palabras que había cruzado con Melina, en las próximas que podría decirle. Mi conciencia del mundo exterior nunca se espabilaba realmente hasta que cruzaba palabra con alguien, o mejor aún, cuando veía el tumulto de gente al formar (andaba muy justo con las faltas y no me quedaba otra que llegar temprano). Entrábamos al aula teniendo que prender la luz, apagándola a mitad de clase, cuando el sol despuntaba lo suficiente como para iluminar el pizarrón y las carpetas. Tenía su encanto.
Hacia fuera, me volvía cada vez más ligero, impredecible. Por momentos a caballo de un rayo eléctrico, arrojando salidas que caían sobre el curso como bombas de napalm. Pero empecé a sentirme extraño. Faltaban pocos meses para fin de cursada, y pensando en eso a veces me ensimismaba mucho. Hasta entonces me había confiado en que las cosas siguieran su curso, pero en el fondo tenía terror de exponerme. Estaba claro que la situación con Melina había llegado a un punto decisivo, en el que no podía darse un paso atrás ni uno adelante sin consecuencias. Ni siquiera detenerse. Ella parecía cómoda, no iba a tomar la iniciativa. Por otro lado, el Chileno hacía sus movidas y lograba entretenerla a base sus máximas de vida. De a poco se había vuelto más refinado, sin perder el estilo, pero abandonando los puntos más soeces que lo distanciaron de Melina en un principio. Melina sentía que lo rescataba, su influjo lo empujaba hacia arriba. También a mí. Con sus acotaciones nos ponía en constante entredicho. De nuestro enfrentamiento velado ella era juez y testigo, con su risa.
Una de esas veces en que acompañaba a Héctor en el kiosco. Entre las cosas en las que él sabía más que yo, además de política, estaba la psicología, el psicoanálisis sobre todo. De chico había ido varios años a una terapeuta, su familia se preocupó por la muerte de su madre. Él decía que fue mas por no preocuparlos a ellos que por necesidad propia. Llovía finito y lo ayudé a tapar las revistas con una lona transparente. Él cebaba el mate.
-Sabés Palito que a veces me da pena por vos.
-¿Por qué?
-Porque siempre te agarro mirando a Melina. Vos pensás que lo escondés bien, pero es fácil darse cuenta.
-¿Qué se nota?
-Bueno, la situación en sí se nota, todo. La mina te tiene. Y vos podés decir lo que quieras pero te tiene.
-No sé si es tan así.
-Pero es así. Y al Chileno también. Esa mina los va a hacer pelear a los dos, encima la tiene a Fernanda ahí al lado, te pensás que ella no la aconseja… se cagan de risa de ustedes dos. Lo veo.
-…
-¿Qué onda con Carla?
-¿Cuál?
-La de 1º, no te hagas el boludo.
-Ah, si. Nada.
-Está con vos.
-Sí.
-Tiene lo suyo.
-Tiene.
-Qué onda.
-El otro día fuimos a la plaza.
-¿Y?
-Nada. Nos besamos y no sentí nada.
-Nada.
-Nada.
-Estás con la idea fija. Hasta que no te des la cabeza contra la pared no vas a parar.
-No voy a parar.
-Te estoy avisando eh.
-Yo sé Héctor, pero no es fácil…mientras más siento que estoy cerca de… siento como si…. como si… algo empujara mi pecho hacia… como hacia adentro y… y no puedo, porque de repente me paralizo, y pienso qué podría decirle, cómo podría decirle, en qué momento, y entonces es como si el mundo se viniera encima mío y yo… y a veces me siento tan capaz de todo, de ir y decirle, y de… besarla… pero…
-Yo sé. Te pensás que no sé. No te diría esto si no sabría lo que es. Pero tenés que parar un poco chabón. Tu problema es que estás demasiado pendiente de ella y de tu idea de ella. Yo te puedo decir que veo cosas de ella que…
-Qué vas a decir.
-Que no es la mina que pensás que es. Te está usando. Pero bueno listo, no te vas a dar cuenta hasta que estés demasiado cerca, me parece innecesario, me parece que…
-Eso es porque es amiga de Fernanda, es un tema tuyo eso, no me lo quieras meter a mí. Yo no quiero estar con Fernanda, pero es amiga de Meli y yo me hablo con ella, y bueno, son amigas, que querés que haga.
-¡No es eso Palito! Mirá cómo te ponés boludo. Pará un poco man.
-Mierda… yo… es que… no entendés.
-Si boludo, sí que entiendo. Estás enamorado, ya sé. Que te pensás que no sé lo que estar con el corazón en la boca por una mina.
-No sé.
-Bueno, si sé. Escucháme bien porque si no puedo hacer que cambies tu curso de acción, por lo menos escucháme esto que te voy a decir.
-El qué.
-Sobre el mito de la Medusa.
-Ahá.
-¿Conocés el mito de la Medusa? Era una mina tan linda que…
-¡Si, si!
-Bueno, pará. Los mitos son como mensajes cifrados que hay que saber desenredar. Cuando podés hacerlo, te dan mucho más de lo que te podrías imaginar. Escucháme bien porque esto te va a ayudar para lo que sea que tengas en mente. Confiá en mí.
-Bueno. Dale.
Un señor vino y le compró un Crónica. Seguimos.
-Qué pasa cuando los hombres miran a Medusa.
-Se convierten en piedra.
-Bien. Por qué.
-Porque tenía la cabeza llena de víboras y era horrible.
-Ahí está el error. Dijimos que Medusa en un principio era linda. Demasiado linda.
-Se cogió a Zeus y Hera la castiga, convirtiéndola en…
-Bueno ahí está. No te quedes con que es fea, eso es lo que Hera, envidiosa, quiere pensar de ella.
-No entiendo Héctor, das muchas vueltas.
-Quedáte con esto: Medusa es linda, demasiado linda.
-Ahá.
- Ese su poder sobre los hombres. Cuando los mira, los convierte en piedra.
-Los paraliza.
-Claro ¿Entonces qué hacés?
-La prendo fuego.
-…
-Bueno a ver.
-¿Cómo vence Teseo a Medusa?
-Usa un espejo. Un escudo como espejo.
-No la mira. Mira su reflejo.
-Si.
-¿Entendés?
-No sé. Creo que no. Si no miro a Melina va a pensar que estoy enojado o algo, y el Chileno va a ganar terreno, y yo…
-No. Pensá un momento lo que te digo ¿Cómo se vence a la Medusa?
-…
-Y pensá, no es Medusa la que nos vendieron, no es Medusa la víbora gigante y horrible. Es Medusa la que se cogió al dios del Olimpo.
-Cualquiera puede caer.
-Por qué.
-Porque se dejan llevar. Se arrastran por ella.
-Bien.
-Y Hera representa a todas las mujeres decentes que son cornudas por culpa de la atorranta de turno. Para ellas los hombres son pollerudos.
-Bueno… en realidad…
-¡Si, si, es eso! Mujeres así son la base de todo, madres de familia, que se casan para poder dejarse estar, asentarse. Entonces viene la pelirroja de Rogger Rabitt y les roba al muñeco, pero para ellas es un monstruo. Ese es el cuento, eso es. Medusa es Lilith.
-Más o menos. Lo importante es por qué los hombres caen con Medusa.
-Pierden.
-¿Y vos cómo vas con Melina?
-Al precipicio… si…
-Directo ¿Sabés por qué?- me da el mate-. Y esto es lo que te va a volar la cabeza si lo agarrás bien. Miráme bien. Concentrá toda tu atención en este momento.
Una vieja le compró la Predicciónes mas una revistita de crucigramas.
-Estoy.
-Lo que vos ves en Melina y que te corta la respiración, no es Melina en sí misma, es lo que de ella resuena en vos. Es lo que de ella está en VOS mismo, en TU ideal de mujer –puso un dedo en mi pecho-. Cuando ella hace o dice algo, o cuando te ponés a mirarla, ella hace eco en esa parte de vos, y te destruye por dentro. Ella no tiene idea realmente de esto que produce.
-¡Algo tiene que saber!
-Me animo a decir que en todo caso sabe muy poco. Incluso yo hoy me doy cuenta que estás más metido de lo que pensaba.
-Me carcome lentamente. Todos los días sonrío mientras me retuerce el corazón como un trapo de piso… no sé que hacer Héctor- me puse a llorar.
-Yo sé Palito, yo sé que estás sufriendo. Pero tenés que entender esto. No se trata de Melina, no esencialmente. Se trata de vos. Estás agarrando un fierro caliente todos los días, luchando por no convertirte en piedra y ella no sabe nada.
-Tiene que saber…
-Sabe algo, si, pero ¿Hasta qué punto? Y no es contra ella, digo, o sea ¿Podría ella realmente saber? ¿Entendés?
-No, no, pero ella… -sonándome los mocos- en algún momento tiene que saber, algo tengo que hacer.
-Si, pero no. De eso te quería hablar, porque te veo que vas para ahí. Vos estás pensando en agarrarla y decirle todo.
-Si…
-Error. Si lo hacés, perdés. Te convertís en piedra. Y no porque a ella no le pase nada con vos, no es eso.
-Qué es.
-Es una cuestión de saber dominarse. Ella tiene que poder ver en vos que podés dominarte, y llegado el caso, dominarla.
-¡Yo no quiero dominarla!
-No quise decir eso… puede haber un equilibrio, pero en algún momento un hombre tiene que poder agarrar las riendas. Las mujeres lo necesitan. Y si querés que las cosas te salgan bien, lo vas a tener que poder hacer. Sino, olvidáte. Podés ser inteligente, gracioso, tener encanto, todo lo que vos quieras. Pero si no tenés eso, no tenés nada. Y una mujer desde que nace aprende a saber quién lo tiene y quien no. Y Melina es muy viva, eso te lo voy a reconocer.
-No tiene por qué ser así todo.
-Decíme una cosa ¿Qué imaginas cuando pensás en estar con ella?
-Cosas.
-Bueno, pero qué cosas.
-Pienso… en caminar de la mano. Reírnos. Cosas así.
-¿No pensás en “hacerle el amor”?
-A veces. Intento no pensar mucho en eso.
-Pero pensás.
-Ponele.
-Y no te atrevés a pensarlo ¿Te das cuenta? Porque no se trata de Melina, se trata del ideal de mujer que no querés violentar ¿Entendés? ¿Ves como todo esto tiene toda una cosa interna de la que ella nunca se entera?
-Algo. Pero yo no lo había pensado así, o sea, está la Idea, y está el mundo, y la Idea proviene del mundo.
-Si, Palito, exactamente. Platón no es el camino. Tenés que dejar de ver en ella tu ideal de mujer, tenés que poder verla tal como es. Es una mina linda, es inteligente, tiene imaginación, pero tiene sus cosas, es mala a veces.
-Malísima ¡Eso me gusta de ella! A veces me mira de una forma que me dan ganas de ponerle un látigo en la mano.
-Bueno eso es un tema la verdad- se reía-. Pero ese es el escudo de Teseo, no mirar al ideal, sino mirarla a ella. La metáfora invierte el signo, porque el espejo de tu ideal es la Melina de carne y hueso, y tu ideal es lo que te paraliza, no ella. Para vencer eso, tenés que enfrentar tus demonios. Lo que quiero que entiendas, o sea, por lo menos, es que acá vos tenés dos enemigos.
-Melina no es mi enemiga.
-No. Pero tenés dos problemas muy diferentes, y vos estabas pegando todo en una misma cosa. Tenés, primero, un problema interno, el de que tenés una demanda muy profunda de algo que nadie te puede dar. En algún momento vas a tener que aceptarlo. Ahora o más adelante, igual lo vas a tener que hacer. Y no es que sos vos solo que te pasa esto, es lo que le pasa a todo el mundo. Es el creer que hay una persona por ahí dando vueltas que nos va a llenar el vacío que tenemos adentro.
-Romanticismo not dead.
-Y decíme – me pasó otro mate- ¿Existe eso? ¿Existe esa persona para cada uno?
-No, puesto así, no. Sería demasiado perfecto. Poco probable. Habría que cubrir demasiadas variables, habría que suponer alguna clase de karma o dios que…
-Exacto.
-Y dios no existe. Tampoco el karma. No pueden existir. Jamás.
-Nunca.Y todo este sistema de mierda se basa en vendernos que eso existe, que el amor perfecto existe, porque en el fondo lo necesitamos. Demasiado.
-Lo reconozcamos o no, todos quisiéramos poder creerlo…
Un pibe vino a pedir dos pesos en moneda, Héctor le dijo que no tenía, que pregunte al de las garrapiñadas.
-Tenés que poder ir mas allá Palito. Porque si lográs resolver el primer problema, el segundo va a caer solito.
-Lo que me estás queriendo decir es que para estar con Melina, tendría que chuparme un huevo Melina.
-Perfecto.
-No acepto.
-Vas a entrar al templo de la Medusa.
-Si, voy a entrar.
-Pero cuando llegue el momento, usá el escudo, haceme caso.
-No decirle lo que es para mí mismo, decirle lo que es para ella nada más.
-Bueno Palito, capaz que lo veas así es todo lo que puedo hacer por vos hoy.
Dijo esto mientras le cambiaba la yerba al mate. La lluvia se largó un poco más fuerte.
jueves, 17 de mayo de 2012
El polimodal (20)
La revista
nunca se hizo. Fue otra de esas ideas que podíamos alimentar durante todo el
día, primero en el colegio y después caminando por Pacheco, y que después
quedaban en la nada. Todo dependía siempre de que se pudiesen o no concretar en
el momento, o a lo sumo en un corto plazo muy inmediato. En parte por fiaca,
pero también por concepto, porque la magia estaba en que las cosas pasaran en
el momento en que eran concebidas, sin más sostén que la fuerza del impulso.
Demasiada planificación siempre nos jugaba en contra. Una vez me fui al colegio
con una muda de ropa en la mochila, y cuando terminó el recreo Daniel retuvo al
Chileno en el patio, mientras yo me cambiaba y después convencía al curso para
que participen de la joda. La idea era hacer como si nada y ver si el Chileno
notaba la diferencia. De una remera blanca con jean pase a una celeste con un
jogging negro. Cuando armamos grupo para hacer un trabajo práctico, el Chileno
se me quedó mirando.
-Te hiciste una paja y te acabaste encima.
-¿…?
-La remera,
te la cambiaste.
-¿Qué? –mirándomela-
No, flasháste Chileno.
-Dale
pelotudo, te la cambiaste.
Los pibes
miraban a Marcos con cara rara, y cuando el les preguntó buscando apoyo fue rechazado,
incluso por Antonella. Daniel tiró:
-Me parece
que la paja te está afectando a vos Chileno ¿Por qué no esperás que te suba la
guasca al cerebro de nuevo?- y todos nos reímos, aislarlo era parte del plan.
Cuando se puso de pie y le preguntó al resto de las chicas nadie le pasó
cabida, y entonces se sentó y se me quedó mirando.
-Pero… ¿En
serio no…? Yo te vi hoy. Era blanca la remera.
-¿Estás
bien boludo? ¿Te pasa algo?- le preguntó Héctor.
-No, nada.
Y se quedó
callado. Participó poco en el trabajo práctico, y me pareció que mordía la
lapicera con más frecuencia de lo normal. Una semana después le aclaramos lo
que había pasado y le preguntamos que pensaba del asunto.
-¡Ah yo
sabía! Fue muy raro todo…
-Si pero el
punto es que ya te habías rendido, no bancaste los trapos Chileno- dijo Daniel.
-Y bueno
que querés también…
-Si pero el
problema es que te elegimos a vos porque era difícil convencerte, si le
decíamos a Palo que tu remera era plateada por mas que fuera negra el iba a
decir que era plateada.
-¡Calláte
puto qué decís!- protesté.
-¡Jaja! No
Chileno pero en serio, esto nos preocupa porque significa que el individuo no
puede soportar la presión de la masa si está solo- dijo Héctor.
-Siempre es
mejor si por lo menos hay una persona que te entiende, sino te volvés loco. Es
como en el Proceso de Kafka- dije, disimulando mi irritación.
-No sé si
para tanto- matizó Marcos.
-Chileno yo
no quiero decir nada, pero estuvimos hablando sobre tu conducta ese día, y
notamos varias cosas- dijo Héctor.
-Primero
que todo, después de eso casi no gediste más en todo el día. Hasta Melina te
dio pié en una que dejaste pasar, con lo del gesto de la publicidad de
toallitas- observó Daniel.
-Después
casi no participaste para el trabajo práctico, estabas lento para copiar el
dictado y mordiste tu lapicera más que en lo que va del año- dije.
-Bueno
vayanse a la mierda. Me pueden chupar bien la pija.
-No
entendés Chileno, no sos vos el problema, es todo. Esto significa que si no nos
mantenemos unidos, la masa nos va a absorber y descomponer. Cuando termine el
año, tenemos que encontrar la forma de no perdernos entre nosotros- dijo
Héctor.
-No quiero
verte a vos con 30 años reponiendo en un supermercado, a Palo llevando un carro
de bebé con otro guacho de la mano y a Héctor demacrado por luchas sindicales
dentro de una fábrica de mierda- dijo Daniel.
-¿Y vos qué
hijo de puta? saliendo de un Mercedes. Tomatelá- dijo Marcos.
-Para mí
que se hace futbolista y fracasa en la
B. Se hace puto en el proceso- dije, intentando equilibrar
las agresiones.
-No te
enojes Chileno, fue para bien- dijo Héctor.
-Ya fue, no
pasa nada.
-Sabemos
que tenés sed de venganza, mas vale que la uses contra alguno de nosotros y que
sea productivo- le dijo Daniel.
El Chileno
lo miró. Después me miró a mí, pero no entendí el significado de esa mirada y
seguimos caminando hasta dividirnos.
La semana
siguiente nos juntamos a la noche en la avenida comercial. Cada uno había
llevado una docena de huevos. La causa había sido cuando Héctor le dijo a
Daniel que no rompa los huevos con el asunto de Fernanda y la hermana, y yo
dije que por qué no comprábamos huevos para tirarnos a la noche desde un lado
al otro de la ruta. Hicimos dos bandos. De un lado Héctor y yo, del otro el
Chileno y Daniel. El condimento era que la comisaría estaba a 2 cuadras. Los
lanzamientos eran por turnos, el bando que recibía los disparos no podía
moverse ni taparse la cara. Daniel acertó a Héctor en el hombro, casi en el
cuello. Daniel recibió uno de Héctor en la cintura. El Chileno me dio en el
brazo, y yo apenas logré darle en la pierna. Los últimos tres tiros fueron
reservados para un vale todo que no duró mucho, pero tuvimos oportunidad de
poder tirar por encima de los escasos coches que pasaron. Un par tocaron bocina,
pero como no le pegamos a ninguno nadie paró. Las veredas y la calle eran un chiquero, salimos corriendo una cuadra para
adentro por las dudas. Cuando empezamos a caminar el Chileno se sacó uno del
bolsillo de la campera y me lo aplastó en la cabeza con la mano.
-¡Eeeeh que
puto que sos Chileno! –espeté.
-Muy
rastrero, pero lo vale, mirá como te dejó- festejó Daniel.
Un reguero
amarillo me caía del pelo embadurnado, manchándome la campera de jean. Yo no
estaba realmente enojado, en el fondo estaba implícito que algo así podría
pasar desde el momento en que propuse lo de los huevos, y me había tocado a mí.
Así que cuando pude sacarme la mayoría de engrudo, y con pelo todo pegajoso, ya
estaba hablando lo más bien. Y el Chileno me miró de nuevo, como esa vez hacía
poco. Solo horas mas tarde, después de haber llegado a casa y mientras me daba una ducha, empecé
a pensar en lo que Daniel me había dicho tiempo atrás, y en que Marcos podía estar
celoso de mí por Melina.
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polimodal
viernes, 27 de abril de 2012
No hay corazón que aguante
En 1979 el
doctor Gerald Hobbes tenía 47 años y ya casi se había quedado calvo, aunque su
espalda recta y su contextura delgada le daban un porte saludable. Dictaba
clases todas las semanas y dirigía junto con dos profesores adjuntos los
lineamientos de la cátedra de Física de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de
California, intentando siempre estar al tanto de los últimos avances
tecnológicos. El énfasis estaba puesto en toda clase de adelantos de la
ingeniería, pero principalmente sobre todo aquello que estuviese relacionado
con la informática, y esto se debía en gran parte a la insistencia de Hobbes
acerca de la importancia de las computadoras para el futuro de la sociedad
moderna.
Hobbes era
un experto en Física y en Sociología, combinación extraña aún hoy día para un
científico. Sus ensayos habían sido esgrimidos por el Decano de la Facultad, Edmund Haysen,
ante el Congreso, consiguiendo así fondos que resultaron esenciales para la
creación del departamento de Tecnología Aplicada. Según Hobbes, cualquier gasto
que colocara a una institución a la vanguardia de la tecnología era una apuesta
segura, ya que cada descubrimiento solo podía atraer más inversiones. Gracias a
una combinación de fondos públicos y privados, la universidad de California
contaba con Echelon, una computadora que ocupaba un piso entero del pabellón
principal, de las más potentes en todo el mundo, aún cuando no tuviese ni de
cerca la capacidad del más débil procesador actualmente a la venta.
Hobbes era
un tipo realmente meticuloso, y en eso habrían estado de acuerdo todos sus
compañeros. Nunca hablaba de su vida privada con ellos, les decía que era mucho
más interesante priorizar las discusiones académicas. Por lo general se
mantenía sereno y reservado, pero hacía falta que alguien menospreciase la
importancia de las computadoras para que se ofuscara visiblemente y pasase a
exponer uno por uno los principios por los cuales el humano progresivamente se
haría más y más dependiente de ellas, hasta que no pudiésemos pensar como es
que pudimos vivir antes de su invención. Su razonamiento era tan sólido que si
uno prestaba solamente atención a sus palabras, difícil era no sentirse
invadido por su futurismo. Hobbes tenía varios acérrimos adeptos entre sus alumnos.
Pero su irritación era tan visible que era foco de algunas bromas entre sus
colegas, que en los almuerzos o en las conversaciones de pasillo dejaban
escapar comentarios chabacanos sobre mujeres robots obedientes, inteligencia
artificial para opinar sobre deportes, y cosas por el estilo. Hobbes a veces no
advertía la intención a tiempo y se enfrascaba argumentando, y cuando se
disponía a concluir sus ideas con alguna sentencia, se cambiaba el tema de
conversación o alguien hacía algún chiste que lo ponía en ridículo. Hobbes
nunca podía tomarse a risa esos momentos, simplemente miraba hacia abajo con un
suspiro de resignación, y mientras limpiaba sus gafas con su pañuelo, pensaba en
que la Historia
le daría la razón.
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En agosto
de ese año el doctor Hobbes presentó un proyecto de estudio al recientemente
creado departamento de Tecnología Aplicada. En un cuidadoso informe de 42
páginas, Hobbes defendía la idea de que el departamento le proporcionase fondos
a fin de adquirir dos máquinas de cómputo de mediana potencia y incluyendo la
paga del personal para administrarlas durante 6 meses, en un experimento que
ilustraría en abstracto un principio esencial de la interacción humana,
imprescindible para el entendimiento de la sociedad moderna: el amor.
No es que
el decano Haysen creyese efectivamente en el efecto positivo que el experimento
de Hobbes pudiese tener sobre la institución, en realidad no pudo leerlo más de
una vez, y por momentos le pareció extravagante, pero le debía a él en buena
parte el éxito de sus gestiones por un presupuesto que cualquier universidad
del mundo habría envidiado. Lo llamó por teléfono y asintió con fingida
gravedad a las explicaciones de Hobbes acerca de la importancia del estudio, y
cuando la cosa se empezó a volver confusa y de vuelo filosófico, le dijo que no
se preocupara, que era cosa hecha. Al día siguiente solicitó personalmente a
los miembros de la junta departamental que no obstaculizaran la designación de
los fondos para el experimento sobre “el amor”.
Normalmente
los asistentes en los experimentos de toda universidad se seleccionan entre los
alumnos más aplicados de las asignaturas relacionadas, que resultan becados. De
haber sido así, Hobbes habría dispuesto de muchos voluntarios. Pero se había
vuelto desconfiado, y había solicitado estrictamente que sus asistentes fuesen
dos técnicos graduados provenientes de Suecia, donde había realizado un
posgrado de especialización en Informática y en donde había granjeado algunas
amistades. Haysen no se opuso a este pedido porque después de todo Hobbes
merecía eso y mucho más. Por otro lado, el sueldo pretendido para los suecos no
era nada del otro mundo, parecían más interesados en el proyecto por gratitud
hacia Hobbes que otra cosa.
Las
máquinas tardaron 2 meses en llegar desde su planta de fabricación en Colorado.
Ni bien estuvieron instaladas en un espacioso cuarto destinado para el
experimento, Hobbes dio instrucciones precisas al personal que habían dispuesto
a su cargo y todo se puso en marcha.
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Para Hobbes
el cerebro no era en esencia muy distinto a una computadora, según pensaba él ambos
procesan información. Uno ya podía suponer a priori que a ello se debía la necesidad
de dos computadoras en vez de una para el experimento (tal vez por eso no
solicitó usar a Echelon, no debía ser idónea para la tarea), pero no quedaba
claro en su informe preliminar cómo es que la naturaleza del amor sería
desgajada. En vez de eso, uno se encontraba numerosas listas de consignas para
las diversas tareas a que las máquinas serían sometidas, haciendo énfasis en la
inviabilidad práctica de realizar manualmente los cálculos que ellas podrían
realizar en segundos.
Víktor y Alice, los dos técnicos contratados, eran una pareja
de Ingenieros especializados en electrónica y en física aplicada. Tenían que
atender principalmente a dos cosas: por un lado, supervisar el correcto
funcionamiento de las computadoras, la estabilidad de la alimentación
eléctrica, etc.; por el otro, recopilar la información que las máquinas
imprimían con cada tarea, largas hojas de reportes plagadas de números y
caracteres difíciles de entender hasta para muchos docentes de la facultad.
Cada reporte era archivado cuidadosamente con la fecha y las especificaciones
relativas a la tarea correspondiente. Al final de cada reporte, Hobbes
elaboraba informes en los que pretendía ir sacando en limpio los resultados. Su
tono era críptico, por lo que difícilmente alguien que no fuera él o los suecos
habría entendido algo de ellos.
El
experimento había suscitado no poca curiosidad en la universidad, se sabía que
dos máquinas de alto rendimiento habían sido traídas específicamente para ello,
y aún cuando los suecos se esforzaban por mantenerse en sus asuntos, no podían
evitar llamar la atención. No eran los únicos extranjeros que deambulaban por
los pabellones, pero más de un alumno volteaba al mirar la figura de Alice, o
se sentía amedrentado por la estatura de Viktor. Peor cuando se supo que el
experimento tenía que ver con el amor, fue eso lo que envolvió definitivamente
todo el asunto con un halo de hilaridad. Hasta los alumnos se divertían
pensando en lo que el doctor Hobbes podía lograr con las dos máquinas y la
pareja de suecos, sugiriendo extrañas teorías eróticas. Esa fue probablemente
la fuente de inspiración de los dibujos que había en las puertas del baño de
varones del 1º piso.
Durante los
primeros meses poco se filtró del experimento. Cualquiera que no fuese el doctor
Hobbes o los suecos tenía prohibida la entrada a la sala, las ventanas tenían
espesas cortinas que nunca se corrían. Hobbes contestaba a las interpelaciones
de sus colegas con una sonrisa de modestia y cortesía, como si no tuviese
derecho a hacerse cargo del revuelo. Confiaba en que no tardarían en dejarlo en
paz.
Ante las
reiteradas preguntas de sus alumnos en clase, Hobbes se limitó a decir que para
hablar de ello primero necesitaba tener acumulados los resultados necesarios, y
cuando le preguntaron si podía decir algo más, y como de otra forma era muy
difícil seguir con la clase, dijo que toda estadística precisa de un acopio de
datos lo más abundante posible antes de sustentar una hipótesis. Ante esto uno
de sus alumnos preferidos dijo que todo indicaba que los resultados del
experimento podrían exponerse en forma de gráficos, que todos debían tener
paciencia para apreciar en algún momento lo que probablemente sería una
ilustración matemática del amor. “Como todos saben- dijo el alumno-, el doctor
Hobbes también es sociólogo, y si puede mostrarnos el fenómeno desde un nuevo
punto de vista, eso puede derivar en…”. Pero Hobbes no lo dejó terminar y
recondujo la clase hacia la termodinámica, que era de lo que trataba
originalmente.
En enero de
1980, 3 meses después de iniciado el experimento, se supo que las máquinas
estaban siendo sometidas a una alta exigencia. Cierta información sustentaba el
rumor: en 1º lugar, un empleado de mantenimiento, encargado de chequear el
consumo de energía eléctrica de cada departamento, confirmó a un alumno
indiscreto que la sala de Hobbes consumía durante varias horas al día lo máximo
esperable (acorde a los datos que le habían sido facilitados con la llegada de
las máquinas). En 2º lugar, la llegada
de repuestos era constante, y de vez en cuando se veía al sueco llenando unas
planillas para recibir conforme las piezas que (se decía) eran necesarias para
volver a poner las computadoras en funcionamiento. En proporción, el número de
piezas era mucho mayor al que por ejemplo requería Echelon.
En mismo
mes, el doctor Hobbes se excusó ante sus alumnos por pedir una licencia que lo
eximía de dar clases desde la semana siguiente hasta marzo. A esa altura pocos
podían pasar por alto que en marzo precisamente se cumplirían 6 meses del
inicio del experimento, pero era época de exámenes y Hobbes podía ser muy
severo cuando quería, por lo que nadie se atrevió a mencionarlo en voz alta.
En febrero,
el empleado de mantenimiento mencionado antes se sintió en el deber de
comunicar a la junta departamental que el consumo de la sala del doctor Hobbes
por momentos sobrepasaba con creces lo esperado por los reportes preliminares
que el mismo Hobbes firmara en noviembre de 1979. La razón era que la sala
había empezado a ser utilizada durante la noche por el doctor y sus asistentes,
al parecer para optimizar la obtención de resultados. Hayden se encargó de
echar paños fríos sobre el asunto, recordando que el doctor Hobbes era todo un
orgullo para la institución y que, después de todo, solo faltaba 1 mes para la
fecha de término.
En marzo,
el experimento finalizó. Hobbes no parecía especialmente aliviado, a decir
verdad durante el último mes algunos decían haberlo percibido un poco
estresado. Pero ahora que la obtención de datos había cesado solo quedaba
redactar la confirmación o la negación de la hipótesis, nada más se podía
hacer. Cuál era esa hipótesis era lo que en ese momento todos se preguntaban.
Viktor y Alice volvieron a su país a principios de abril, después de ayudar al
doctor Hobbes a archivar los reportes en su despacho. Las máquinas fueron
llevadas en un cuarto contiguo a Echelon, Hayden pensó que en el futuro sería
posible combinar el rendimiento de las tres maquinas con fines que él mismo
ignoraba. Hobbes tenía programada una conferencia en el auditorio principal
para mayo. Allí tendría la oportunidad de exponer (ante la junta departamental,
el resto de los profesores y los alumnos que solicitasen un lugar en el salón)
su hipótesis inicial, los resultados de su estudio, y las conclusiones que de
él derivasen. La expectativa era elevada y Hobbes lo sabía.
Quince días
antes de la fecha prevista para la exposición, Hobbes solicitó exponer en un
salón más pequeño, solo ante la junta departamental y profesores invitados. Su
recelo era inexplicable, excepto por la idea creciente en la universidad de que
Hobbes no estaba satisfecho con los resultados obtenidos y que ahora solo
quería presentar sus excusas por los gastos generados a la universidad. Para
desilusión de muchos, el viaje de Alice que, junto con Viktor, quería acompañar
a Hobbes en la conferencia, fue cancelado por el mismo Hobbes, que los
telefoneó para decirles que no se molestaran en venir, que él los informaría de
toda repercusión en detalle.
El 3 de
mayo el decano Hayden, seis de los diez integrantes de la junta departamental,
más 4 profesores que el doctor Hobbes había invitado personalmente para su
exposición, salieron del salón confundidos, sin saber si el doctor era un visionario
o si les había tomado el pelo.
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Mi nombre
es Francis. Hace poco me gradué en programación avanzada y diseño de software
en la Universidad
de California. Un año antes de finalizar la carrera comencé a pensar en algo
para preparar mi tesis, y apenas había encontrado un tema que me convenciese
vagamente. Solo tenía esbozados algunas hojas sueltas sobre el impacto de las
redes sociales, sobre la posibilidad de que en el futuro los usuarios criados
en una sociedad 3.0 pudiesen crear pequeños módulos sociales de diseños
altamente personalizados, sobre una base intuitiva como las de los blogs.
Me
invitaron a una conferencia en Iowa sobre el impacto de la electrónica en la
vida moderna. En un momento uno de los especialistas dijo al exponer que una de
sus fuentes de inspiración había sido asistir a las clases del profesor Hobbes.
Yo aún no tenía idea de quién era él, y un estudiante al lado mío dijo a su novia (o
lo que fuese) algo de un experimento sobre el amor. Le pregunté de qué trataba
eso, y me dijo que lo busque en Internet, que él solo había escuchado que
Hobbes era un profesor de los 80 obsesionado por las computadoras y que un día
se le soltó la chaveta. Rápidamente lo busqué en mi portátil, pero apenas
encontré algunas vagas referencias al informe del experimento. En cuanto a
Hobbes, solo pude averiguar que había enseñado en mi universidad entre 1973 y
1982, y que murió pocos años después. Decidí preguntarle a mi padre sobre el
asunto, él había sido Decano durante esa época (por eso algunos profesores eran
afectuosos conmigo). “Haysen eh?– me decían-, como anda el viejo Edmund?
Envíele un saludo de mi parte”. Mi padre había sido reelegido en su puesto
numerosas veces, hasta que se retiró en el 96, al cumplir los 60 años. Ahora
tenía 76 y vivía solo, mi madre había muerto de cáncer en el 2004. Tengo una
hermana, pero ella siempre anda viajando por el mundo y hace tiempo que ni él
ni yo la vemos.
Así que fui
a visitarlo como hacía siempre cada mes, desde que me había mudado a un
departamento con dos compañeros de estudio. Su habla era pausada, y no tenía
problemas para articular sus ideas, pero a veces divagaba. Me contó sobre
Hobbes.
-¿Nunca te
hablé de Hobbes?
-No lo
creo.
-Que
extraño. Hobbes era un tipo muy cuidadoso, siempre elegía las palabras que
decía, y estaba muy interesado en las computadoras. Teníamos una grande en esa
época ¡Ocupaba un piso entero!
-Echelon.
-Si, eso es
¿Ya te lo había dicho?
-Si, papá,
pero esta bien. Me gusta escucharte hablar sobre ella.
-Bueno es
que ahora son mucho más pequeñas y hacen tantas cosas… antes no era tan fácil…
realmente costó mucho que la construyeran, los costos…
-Si, lo sé.
Oye papá ¿Qué hay del experimento de Hobbes? ¿Es cierto que hizo un experimento
sobre el amor?
-El amor…
mira, si. Presentó una solicitud para traerle dos máquinas Ajax ¿Sabías que
eran usadas para decodificar mensajes secretos en la Guerra Fría?
-Si ¿Nada
mas pidió?
-Oh, si.
También pidió traer a dos suecos que él conocía bien, no pedían mucho dinero.
Parecían quererle. No recuerdo el nombre de él, pero el de ella era Alice, si
supieras que linda era… Bueno, tu madre era linda sabes, esos grandes pechos
sureños… pero Alice era como una modelo. Estaban casados esos dos, creo…
-¿Nada más?
-Ehm, bueno,
lógicamente una sala de ensayo donde las máquinas pudieran instalarse y ellos
trabajar cómodamente. No dejaban entrar a nadie, las ventanas siempre estaban
tapadas. El sueco salía más para buscar repuestos de las máquinas que para ir
al baño, jaja…- mi padre tosió un poco-. Y la junta me pidió que averigüe por
que las máquinas se rompían tanto, y por qué se gastaba tanta energía. Pero yo
les paré el carro -dijo señalando con el dedo-. Gracias a Hobbes teníamos
fondos para investigar muchas cosas y sueldos para llevar a nuestras esposas de
viaje. Les dije que lo dejaran en paz, que yo respondía por él. Se enteraron,
sí que se enteraron-. Mi padre se puso rígido, yo sabía que en la mayoría de
sus historias él decía haberse comportado como un general del ejército, cuando
en realidad había estado más cerca de un paciente abogado.
-¿Y qué
paso con el experimento?
-Después de
seis meses Hobbes dio una conferencia especial, estuvimos yo, los integrantes
de la junta, algunos profesores… creo que había algunos alumnos –mi padre
entendió perfectamente que me tenía pendiente de sus palabras, así que empezó a
tomarse su tiempo entre cada frase-. Y allí nos contó que en esos seis meses
había puesto a las máquinas a correr de verdad. Él quería que se comportasen
como seres humanos cuando se enamoran. Entonces le hizo hacer esto y aquello. Y
habló del amor, oh, si que habló. Ese día llegué a casa y le traje un ramo de
flores a tu madre y una caja de bombones de chocolate suizo. Es todo lo que
puedo decir.
-Anda ¿No
recuerdas más?
-Ehm… el
experimento, si, claro. Hobbes dijo también… que no era posible realmente
comprobar su hipótesis como hubiese querido. Dijo que en el futuro, cuando las
computadoras como Echelon cabieran en la palma de la mano, entonces podría
hacerse algo decente.
-Tal vez
tenía razón.
-Quién
sabe.
-Supe que murió.
-En el 86. Ya no enseñaba y tuvo un derrame
cerebral. No pude ir a su funeral. Algunos decían que nunca pudo superar su
divorcio.
-¿Y no hay
material sobre ese experimento en alguna parte?
-Claro que
sí. Hobbes pidió que se guardara toda la información del experimento en los
archivos de la biblioteca, y así lo hicimos. ¿Acaso quieres consultarlo?
-Me
gustaría.
-Bueno,
necesitarás la autorización del Decano actual.
-Clayton.
-No es mal
tipo. Dile que vas de parte mía, te dará lo que quieres..
-Lo haré.
Gracias papá.
-De nada,
hijo, de nada. Sabes que me gusta que vengas a visitarme.
Luego de
esa suave extorsión, le preparé un té de hierbas medicinales. Hablamos sobre
algunas nuevas tecnologías, él siempre me pedía que le cuente los últimos
adelantos. También le conté sobre una chica que me gustaba, exagerando lo
dramático de la situación y me dio algunos consejos, sólo por darle el gusto de
ser mi padre de vez en cuando.
El Decano
Clayton poco y nada sabía del informe de Hobbes, pero al llamar por teléfono a
la biblioteca, pidió revisar los ficheros y efectivamente ahí estaba. Me dijo
que solo debía llenar una solicitud en la biblioteca, que no estaba muy al
tanto de que iba la cosa pero que tenga cuidado, que eran papeles viejos y que
no quería que se estropeasen. “Mantelo alejado de las latas de cerveza de tus
amigos” dijo, y con una sonrisa me despidió de su oficina. Minutos después, las
cajas se apilaban sobre el mostrador de la biblioteca, con todos los reportes
que las máquinas Ajax habían impreso a instancias de Hobbes y sus técnicos.
Tuve que llamar a un amigo para que viniese a buscarme con su coche, llenando
su baúl y su asiento trasero con miles de columnas de números, y folios con
informes de cada fase del experimento. Antes de retirar la última caja, la chica
que ese día atendía la biblioteca me dijo “Puedes llevarte esto también”.
Parecía un viejo cuaderno, pero con solo hojearlo entendí que era una especie
de diario con notas del profesor Hobbes.
Apilé las
cajas en mi cuarto, y al principio la información me pareció tanta que casi
desisto sin siquiera empezar. Resmas enteras de papel repletas de números y
balances constituían la mayor parte. Estaba acostumbrado a que ese tipo de
información fuese procesada por la computadora. Hobbes había incluido oportunamente
en cada fase numerosas observaciones, con informes y gráficos para cada una, que
se sumaban al informe final. Preferí concentrarme en eso. También encontré una
cinta con el audio de la conferencia que mencionó mi padre, adjunta a una
transcripción completa.
En su
exposición, Hobbes había comenzado diciendo que su hipótesis acerca del amor
pretendía abstraer un principio invariable que regía todo el espectro del
fenómeno. Acto seguido dijo que lo que se había propuesto, como todos pudieron
prever a partir de ese momento, era simular determinados aspectos de la
interacción amorosa mediante la realización de diversas tareas de cálculo
impuestas a las dos máquinas especialmente destinadas a ese fin. Antes de
continuar, Hobbes dijo que del mismo modo que las ciencias sociales ya habían
hecho el equivalente a una autopsia en cuanto a lo que se refiere a la religión
en sí, las ventajas de lograr una abstracción tal, de ser posible, en relación
al amor ameritaba cualquier esfuerzo. “Si podemos entender el amor –fueron sus
palabras-, este fenómeno tan individual desde un punto de vista estrictamente
científico, es decir, su funcionamiento, un campo enorme se abre para las
ciencias sociales. Las ventajas de este entendimiento podrían ser extrapoladas
a la publicidad, a la política. Sobre todo en materias tan importantes hoy día
como la creciente tasa de divorcios, la tasa de natalidad, la disminución o el
aumento de la tasa de interés para los préstamos hipotecarios…”.
Luego dijo
que en el amor podía observarse un patrón claramente identificable. En un
intento de síntesis, Hobbes elaboró el “esquema del amor”. Las caras de los
asistentes oscilaban entre la suspicacia y el beneficio de la duda. Algunos
miraron su reloj. Hayden se veía despreocupado, el pensaba que no importaba lo
mal que saliera la conferencia, de todos modos Hobbes bien valía la pena, y
pensaba en la cuantiosa suba de su sueldo anual que le permitiría llevar de
viaje a su esposa por Italia. Hobbes dijo más o menos lo siguiente: que en un
“estado inicial absoluto”, los enamorados se remiten a una coincidencia
originaria en la expresión mutua y genuina de aspectos profundos de su
psicología individual. En ese momento que reviste diversas formas, la
recompensa endógena es tan alta, que el individuo hará lo que esté a su alcance
por volver a sentirla, mintiéndose a sí mismo, e incluso distorsionando su
percepción de los hechos, llegando al extremo de la alucinación, dado el caso.
Por lo que al momento originario le seguiría una fase de distorsión, en la que
cada enamorado percibe al otro de la manera en que su neurofisiología se lo
reclama, a fin de obtener la recompensa endógena tan preciada. Esta fase según
Hobbes era inevitable, y para graficarlo intercaló oportunamente en las
diapositivas la imagen de la obra de Magritte, “Los amantes”, en la que una
risueña pareja se da un beso, con el agregado de que ambas tienen sus
respectivas caras cubiertas por un pañuelo. El tercer paso y muchas veces el
final, es el desengaño consiguiente a la fase anterior, en el que la distancia
entre la distorsión y la información real que hace input en el cerebro es
demasiado grande, viéndose obligado siempre alguno de los dos amantes a admitir
que tal vez su objeto de deseo no fuese lo brillante que parecía ser. “Siempre
–dijo Hobbes-, pero siempre, uno de los dos será capaz de asumirlo antes que el
otro, porque el que los dos adviertan la verdad al mismo tiempo es altamente
improbable, y cuando digo improbable hablo de posibilidades tan escasas como
las que manejamos en la Física”.
Acerca de la naturaleza de esa recompensa endógena Hobbes prefirió no
explayarse, aduciendo que se permitió considerarlo como un elemento dado y cuyo
análisis habría requerido de un estudio radicalmente diferente. Luego dijo que
el amor siempre consta de estas tres fases, por más empantanadas que pudiesen
estar en la apreciación del observador, y que por supuesto que la separación en
tres pasos era una abstracción meramente intelectual, pero que era sin duda
válida si podía derivar en la manipulación del fenómeno. Por último, concluyó
en que el desengaño implicaba que uno de los dos amantes siempre se encontraba
en posición de tener que despertar al otro de su ensueño, y que eso podía
llevar a una variedad de desenlaces, aparentemente amplia, pero muy simple en
esencia. “El vínculo cesa- y al decir esa palabra miró en derredor, atribuyendo
correctamente a los asistentes el entendimiento de las distintas maneras en que
un vínculo puede cesar- o el vínculo continua,
pero disminuyendo en gran medida el nivel de la recompensa endógena. En todo
caso, el amor cesa de todas formas, dando paso a algo distinto. La clave reside
en que tan dispuesta esté la psicología individual del amante para asumir una
tasa de recompensa de menor intensidad, considerablemente menor a la de la fase
inicial, pero asegurándose una constancia. Acerca de esta disposición podemos
mencionar algunos factores de importancia, como la autoestima del indivuduo,
así como su edad y su posición social, elementos que en definitiva remiten a
uno solo: la expectativa del individuo de conseguir esa recompensa inicial con
un nuevo amor”
Algunos
asistentes arquearon sus cejas o miraron al de al lado, reconocieron esperar
menos de la exposición del doctor Hobbes, hubo quien recordó alguna vieja
historia, quien evaluó su presente amoroso, hubo quien recordó alguna excelente
novela leía antaño, algún clásico del cine y hubo quien nunca había escuchado
hablar del amor en términos tan poco negociables y sintió removerse algo en su
interior.
Después
intentó explicar lo que según él era una confirmación parcial, insuficiente de
su hipótesis inicial. Ya entonces varios recuperaron algo de su impresión
previa, porque ya se podía presumir que la demostración de Hobbes no iba a ser
tal, y que en todo caso pediría un nuevo presupuesto para un experimento más
costoso. El cambio de atmósfera fue visible, pero Hobbes intentó mantener la
compostura. Explicó que durante los primeros 15 días, las máquinas fueron
exigidas a ciertas tareas sencillas para comprobar su correcto funcionamiento y
para conocer al detalle su potencial. Durante el resto de octubre, estuvieron
exclusivamente dedicadas a elaborar en simultáneo secuencias numéricas de dos
dígitos completamente aleatorias. La tasa de coincidencia entre los resultados
de ambas máquinas fue almacenada como Tasa de Azar. El gráfico que Hobbes
mostró daba clara cuenta de que cada coincidencia no determinaba para nada un
aumento ni un descenso de coincidencias posteriores. Hobbes aclaró que en la
interacción humana esto era imposible porque no podemos evitar retener
información acerca de nuestras interacciones con los demás, pero que aún así
era necesario delimitar una Tasa (ideal) de Azar.
Durante el
segundo mes, Hobbes y los técnicos se habían dedicado a configurar diversos
rangos de “recompensa” (iguales para ambas máquinas) para las coincidencias
entre las secuencias numéricas producidas, de modo que cada coincidencia era
retenida por las máquinas como un factor de “estímulo” para otras nuevas,
introduciendo réplicas del mismo número en la serie de cifras posibles. Así se
aumentaban las probabilidades de las mismas. De modo que si en el estado
inicial coincidían en el número 32, la próxima coincidencia probablemente sería
sobre el mismo número, lo cual se convertía en un doble estímulo para otra más,
y así. Si la coincidencia era en otro número, invariablemente había sucedido
que la recompensa seleccionada había sido poco significativa, por debajo de un
5%. En ese sentido los gráficos eran contundentes. No hacía falta traducir el
significado de estos resultados, pero aún así Hobbes lo hizo, al decir que si
dos personas tienen un momento de comunicación profunda, no tardarán en generar
el siguiente, iniciando un crescendo, aún cuando no lo adviertan de esa manera
y piensen que es obra del Destino. Y que si el siguiente momento profundo se
daba por azar, entonces la recompensa no había sido alta.
Durante el
tercer mes, se había experimentado con tasas diferenciadas de recompensa para
cada una de las máquinas. Los gráficos mostraban que las coincidencias eran
previsibles desde la tasa de recompensa de la máquina menos “estimulada”, de
forma que por más que la otra estuviese recompensada en exceso, no le servía de
mucho, sino sólo en la medida en que la otra lo estuviese. El beneplácito de
Hayden crecía, iba sintiéndose mejor por no sólo haberle hecho un favor a su
protegido, sino por haber podido contribuir a algo que en definitiva al menos
pudiese tener alguna repercusión académica, por más falaz que fuese. No sería el
primer experimento popular en constituir metodológicamente una farsa. Hobbes
observó que en el amor no importa que tan enamorada esté una persona de la
otra, no puede forzar la coincidencia si no hay algún interés de la otra parte.
“Ahora verán –dijo Hobbes-, lo que sucedió con las máquinas fue que la que
tenía mayor tasa de recompensa, llamémosle A, producía los números exitosos con
mayor frecuencia, y tardaba menos de una hora en terminar reproduciendo una
reducida serie de números, mientras la otra los producía a una tasa menor”.
Hobbes proyectó un gráfico que denotaba esa evolución dispar y continúo. “De
modo que cuando esa fase llegaba, era altamente improbable que se diesen
coincidencias diferentes a las que A planteaba. Mientras tanto, la tasa de recompensa
es menor para B, que entonces es capaz de evolucionar con un repertorio mas
amplio de números exitosos, solo que la reducida serie que A termina fijando no
le permite mostrarlo. Este fenómeno fue retomado en la última fase del
experimento.” Hobbes también explicó que durante esta fase aumentó la cantidad
de piezas solicitadas para repuesto, ya que muchas veces se incentivó a alguna
de las dos máquinas al tope de su potencial de cálculo mientras la otra se
mantenía en un nivel relativamente bajo. Hobbes entonces se puso visiblemente
nervioso y dijo que el motivo de esa exigencia era la posibilidad de que tal
vez la secuencia aleatoria que las máquinas generaban fuese solo aparentemente
azarosa, y que en ese caso hubiese algún patrón identificable desde la otra
máquina. “Si eso sucedía, la Taza
de Azar habría quedado invalidada -dijo Hobbes- y tenía que intentar reducir
ese riesgo en la mayor medida posible”. Y entonces el profesor Kipling, uno de
los adjuntos de la cátedra de Hobbes, le preguntó si eso no habría podido
significar también que podrían existir personas capaces de detectar patrones de
comportamiento en el objeto de deseo, a fin de acoplarse a ese patrón y forzar
así las coincidencias que alimentan el amor. Hobbes aceptó la observación con entusiasmo,
dijo que eso último no solo era posible sino comprobable, y que se referiría a
ello al final de su exposición.
Hobbes
explicó que durante el cuarto mes, se trabajó con ecuaciones complejas en las
que por un lado la máquina era incentivada a buscar la coincidencia numérica, y
por otro, era “castigada” en la obtención de sus recursos energéticos si la
tasa de coincidencias se volvía demasiado elevada, simulando lo que le sucede
al organismo humano. También, se trabajó con diversos grados de intensidad para
el efecto acumulativo del estímulo, de modo que con la combinación adecuada las
máquinas podían sostener una tasa energéticamente razonable de coincidencia
hasta después de cien combinaciones exitosas, luego de lo cual su alimentación
bajaba del mínimo necesario y se apagaban. Este umbral de colapso era el que
según Hobbes todo individuo evita a pesar de amar mucho a alguien, porque para
amar ante todo hay que estar vivo, y al decir esto señaló con el puntero el eje
de las abscisas, por debajo del cual la línea ya no representaba nada.“Aunque,
claro está, también existen personas- dijo Hobbes- cuya recompensa por la
coincidencia es tan alta que pueden dejar de lado el interés por la
supervivencia. El hecho de que terminen de esa forma es precisamente lo que los
vuelve tan poco numerosos, y funcionan como advertencia para los demás”. La
cosa se estaba desmadrando un poco y tanto por las palabras como por el tono
Hobbes se iba volviendo cada vez menos riguroso. Pero parecía haber sido meses
de esfuerzo realmente comprometidos por la búsqueda de un nuevo punto de vista
sobre el amor. Nadie protestó, la impresión general era que por lo menos valía
la pena escucharlo.
El quinto
mes fue utilizado para complejizar de la mejor forma posible la disyuntiva entre
la autoconservación y la recompensa. La tasa de recompensa era elevada y ahora
estaba ligada a mejoras en el rendimiento, es decir que a mayor número de
coincidencias distintos recursos de procesamiento eran habilitados y el
desempeño de la máquina se optimizaba, de modo que si ambas se “enamoraban”
producían sus secuencias a un ritmo mayor. Pero a largo plazo el sostenimiento
de la integridad de la máquina estaba relacionado estrechamente con la
producción de un patrón numérico específico, llamado por Hobbes el Patrón
Genuino. El Patrón Genuino era establecido previamente por los técnicos, y si
cada una de ellas sostenía el suyo funcionaba indefinidamente a un nivel
óptimo. Si la máquina adoptaba el Patrón Ajeno, es decir, el patrón numérico
que surgía de las coincidencias con la secuencia producida por la otra máquina,
su rendimiento mejoraba, pero a largo plazo la máquina colapsaba en alguno de
sus componentes. Hobbes explicó que no importaba cuál era el elemento
específico de la realidad del individuo que lo pone en conflicto con el amor,
sino el conflicto en sí entre lo que uno realmente necesita y lo que la
recompensa pide. Podían ser los proyectos personales, así como los valores
inculcados desde edad temprana, e incluso el correcto funcionamiento de un
órgano o parte del cuerpo. Pero invariablemente el amor generaría siempre una
distancia respecto de la realidad que tarde o temprano tendría que ser
atendida. Hobbes mencionó que su técnico Víktor le sugirió elaborar un
principio por el cual la máquina “aprendiese” a abandonar definitivamente
cualquier incentivo de coincidencia y adoptar de allí en más su Patrón Genuino,
pero que él adujo que eso no sería válido, ya que nuestra tendencia a buscar la
recompensa es a priori y no se puede modificar. Un integrante suspicaz de la
junta preguntó si con a priori se refería a la genética de la especie, y Hobbes
le respondió que no sabía si los humanos buscábamos el amor por genética o por
aprendizaje, pero que en todo caso el aprendizaje debía ocurrir a una edad muy
temprana, similar a la que tienen los pollitos para seguir a quien de ahí en
más será su madre, y que por fuerza ese aprendizaje debía responder a
condiciones generales de existencia, comunes a todos los seres humanos, por
ejemplo, ser amamantados.
El último
mes fue aprovechado al máximo para definir distintos márgenes de tolerancia a
las consecuencias del Patrón Ajeno. Para ese entonces fue del todo claro que,
si A tenía una mayor tasa de recompensa, atendería menos su Patrón Genuino, y
que si la máquina B tenía una menor tasa de recompensa, lógicamente tendría que
atender su Patrón Genuino en mayor medida que A, que era esta la manera en que
mejor estaríamos representando el amor.” El profesor Kipling se había
convertido en el único interlocutor activo de Hobbes, y parecía entender sus
preocupaciones. Dijo: “Porque en el amor el que ama más se respeta menos, y
viceversa”. “Al menos – replicó Hobbes- esa es la premisa que a priori
observamos acerca del fenómeno, me alegraría saber que en ese sentido todos los
aquí presentes estamos de acuerdo”. Un murmullo de vaga aprobación resonó en la
sala, y Hobbes continuó. “De modo que durante el sexto mes, fuimos capaces de
representar numerosas veces lo que llegamos a pensar que es el Esquema del
Amor, es decir el drama que se representa entre los seres humanos bajo diversas
formas y con una misma esencia: Un sujeto A obtiene del amor una recompensa
excesivamente alta, lo cual lo lleva a efectuar acciones que ponen en peligro
su solvencia. Posee una tendencia a instalar una serie fija de puntos de
conexión con el otro, se podría decir que necesita mirarse en un espejo. Por su
parte B no es perfecto, también recibe una recompensa del amor, pero en
relación a A, tiene una tendencia a la autonomía, y se resiente más rápidamente
de las deficiencias en el sostenimiento de la misma. La interacción entre ambos
se da en 3 fases. En la primera, son capaces de ver sin distorsión los puntos
de conexión entre ambos. Esto lleva progresivamente a un establecimiento,
conciente o no, de situaciones en las que ambos ya han experimentaron antes una
cercanía profunda. En algún momento, la autonomía de B se resiente, o tal vez
la de ambos, solo que B puede verlo con mayor claridad, así que él intenta
recuperarla e alguna manera. Esto entra en conflicto con la necesidad de A, que
ahora necesita su recompensa más que nunca, y que hará lo posible por negar el
conflicto y convencer a B de que todo está bien. De aquí en más puede pasar que
B provoque la separación en pos de su autonomía, o que A logre convencerlo de
que se acostumbre a una autonomía menor a cambio de una recompensa estable. Es
entonces cuando puede empezar una nueva fase en la relación, que refiere a la
vulgar distinción entre amor y enamoramiento. Todo depende de lo que B esté
dispuesto a aceptar. Ahora bien, B tiene una tendencia a la autonomía mayor a
la de A, pero eso no significa que no obtenga una recompensa en el amor. Este
es el punto que puede ser explotado por A, sea conciente o no al hacerlo.”
A
continuación Hobbes dijo que en todo fenómeno del universo conocido, siempre
que se observaba a dos elementos en interacción, el comportamiento de alguno de
los dos se volvía predecible a partir del comportamiento del otro, en una
jerarquía asimétrica. Es decir, que uno de los dos elementos en cuestión
siempre es dominante y comanda al otro. Comenzó a ilustrar ese principio
enunciando fenómenos de diversos campos: los planetas y sus satélites, el sol y
los planetas, los ojos de una persona, entre otros. “El amor –dijo- no iba a
ser la excepción. Porque entre dos cuerpos de cualquier clase y analizados por
cualquier disciplina, encontramos que si interactúan necesariamente entran en
un juego de fuerzas, en el que uno de los dos tarde o temprano domina al otro.
La base de esta fortaleza en los planetas es básicamente su tamaño, como sucede
en la batalla de los sexos. En el amor la probabilidad de dominación se
sustenta en la intensidad de la recompensa.” El profesor Kipling interrumpió
nuevamente a Hobbes. “Siempre hay uno que ama más que el otro ¿No es cierto?”.
“Exacto- respondió Hobbes-, y ese es el que más tiene por perder. Ésa persona
es la que tolerará consecuencias más graves para su integridad, con tal de
seguir obteniendo la recompensa. Esa es la persona que se negará a ver lo que
en realidad está pasando, mientras la otra comienza a pisar el freno de la
relación. En este punto final del proceso, el juego de fuerzas entre ambos se
define, y la capacidad de uno para recuperar su autonomía confrontará con la
necesidad del otro por retener lo que los une.” Uno de los integrantes de la
junta no pudo contener sus reservas ante un esquema basado en dos tipologías
tan reducidas que pretendiese abarcar una multiplicidad tan grande como la del
hecho amoroso. El semblante de Hobbes se volvió sereno, como el que adoptaba
cuando respondía a una ingenua observación de uno de sus alumnos, y dijo “No
hay dos personas iguales en el mundo. Pero no olvide que tampoco hay dos
cuerpos iguales en el universo, y eso no impide que podamos ver en la
interacción entre dos de cualquiera de ellos, leyes abstraíbles, universales y
aplicables para cualquier eventual encuentro entre cuerpos jamás vistos. Por la
misma razón que no hay dos seres humanos iguales, es que entran en un juego de
fuerzas, y por más mínima que sea la diferencia, siempre uno necesitará del
amor más que el otro.”
Luego
Hobbes dijo que con los recursos de que habían dispuesto había resultado
imposible ir mas allá, y que la hipótesis inicial distaba de ser puesta a
prueba en toda su extensión. La junta expresó rápidamente que no podía otorgar
fondos para un experimento similar al menos hasta dentro de 1 año, y que
tardaría mucho más aún en equiparse de una máquina similar a Echelon si en eso
estaba pensando. Pero Hobbes dijo “No era eso lo que quise decir. Verán,
durante el experimento surgieron numerosas variables que nos vimos
imposibilitados de abordar, aún cuando eran imprescindibles para sistematizar
el fenómeno del amor. Como dijo el profesor Kipling, existen individuos capaces
de advertir la aspectos esenciales de la personalidad del otro, para
reproducirlos en sí mismo, provocando artificialmente la conexión profunda ¿Es
eso lo que quiso decir?”. Kipling asintió, y Hobbes continuó. “También sucede
con mucha frecuencia que el sujeto B provoca la ruptura indirectamente,
haciendo algo que A no puede perdonar. Y también es muy cierto que cada
historia de amor es capaz de afectar al sujeto decisivamente en su
comportamiento, alterando su destino para siempre. A puede aprender a absorber
menos a B. B puede aprender a resignar cierta independencia respecto de A. Pero
hoy día no existen máquinas que puedan representar esos hechos con el grado de
correspondencia que necesitamos. Quiero decir que en este momento no es posible
llevar a cabo el experimento con la complejidad que se requiere, porque no hay
máquina en el mundo que pueda procesar la información con el nivel de rapidez
necesaria, ni capaces de aprender a funcionar de otra manera que de la que
fueron programados.” Kipling dijo si hacía falta esperar al surgimiento de una
Inteligencia Artificial. “No estoy seguro de que haga falta superar el Test de
Turing –dijo Hobbes-. Solo digo que la capacidad actual de cálculo de la
computadora más poderosa no es suficiente, y que las generaciones futuras serán
las que en todo caso podrán llevar a prueba un experimento más adecuado. Mis
técnicos y yo nos contentamos con sentar un precedente en la materia. Por eso
solicito a la junta que esté de acuerdo en almacenar los informes que recogen toda
la información acumulada durante estos 6 meses, sumado al informe final que ha
sido la base de la exposición de hoy, para que en el futuro cualquier
interesado pueda consultarlos y tomar de ellos lo que necesite, a fin de
realizar un nuevo experimento.”
Releí la
transcripción varias veces. Reconstruí imaginariamente los rostros de los
asistentes, incluso llegué a imaginar algunas cosas que mi padre pudo haber
pensado durante la exposición. Estaba atónito y fascinado a la vez por la
audacia de Hobbes para encarar un experimento así, y no menos por su capacidad
para reconocerlo fuera de sus posibilidades llegado el momento. Miré fijamente
la única foto suya que había encontrado en Internet, impresa y pegada sobre el
papel de corcho encima de mi escritorio: casi calvo, pómulos huesudos. Llevaba
camisa y unos lentes, la foto parecía sacada para alguna clase de
identificación. Tenía que haber sido un hombre inteligente y solitario. Un
sabio de la montaña mezclado entre nosotros. Entonces supe que tenía que retomar
el intento de Hobbes donde él lo había dejado.
A
diferencia de Hobbes, yo no necesitaba fondos de la Universidad para mi
proyecto. Me alcanzaba con armar dos computadoras de buen rendimiento con una
parte no demasiado grande de mis ahorros. Conocía proveedores que me venderían
casi al costo, y ensamblar los componentes era muy fácil. Además, siempre que
se arma una máquina para un tipo de tarea específica, uno puede prescindir de
muchas cosas innecesarias. Lo que yo necesitaba era que cada una tuviese
procesadores de alta potencia, y que su memoria RAM no se quedara corta. Estaba
pensando en manejo de cálculo de alto nivel en simultáneo, a niveles con los
que Hobbes solo habría podido soñar. Iba a necesitar una conexión de alta
velocidad entre ambas, así como discos rígidos con capacidad de varios
terabytes , no había necesidad de imprimir la información, solo de almacenarla.Y
también pensaba en alguna clase de representación gráfica en tiempo real del
proceso, para que cualquiera pudiese tener una impresión más intuitiva de todo.
Las placas de video tenían que estar a la altura.
Cuando Josh
y Bruce, mis compañeros de piso, vieron las dos máquinas sobre mi escritorio,
pensaron que había comprado algún juego estilo Modern Warfare y que quería
jugar en modo duelo o cooperativo todo el día. Después Josh largó una de sus
ocurrencias bizarras y dijo que en realidad mi idea era tener dos máquinas para
que la chica de turno y yo miremos porno cada uno por nuestra cuenta antes de
acostarnos, lo que según él marcaba un panorama del futuro en las relaciones
sexuales. Espanté sus desmanes con un gesto de asco, en el fondo sentía que a
Hobbes le habría pasado algo parecido en su momento. Entonces Bruce comenzó a
espiar adentro de los gabinetes, abiertos para una mayor ventilación.
“Procesadores de 12 núcleos, placas Geforce último modelo, memorias RDRAM,
coolers extragrandes… ¿En qué estas pensando Fran? ¿Tiene esto algo que ver con
los papeles del loco ese que me hiciste traer el otro día?” dijo, y mientras
hablaba miraba en derredor, confirmando su última suposición, al ver
desplegados por toda la pared hojas que reconoció de los folios con informes,
así como diagramas y anotaciones hechos por mí. No los saqué a patadas solo por
ser mis amigos, pero les dije que no podía hablar del proyecto hasta haber
terminado. Se retiraron, Josh con un gesto de suspicacia, y Bruce con
preocupación en el rostro. Con la puerta entreabierta dijo “Te conozco y sé
cuando estás hipnotizado por algo o alguien. Sea lo que sea, no te olvides de
comer mientras estés con esto y si me necesitas estoy en mi cuarto”. “Yo
conozco a unas amigas que pueden interesarte, ellas podrían…” dijo Josh, antes
de que Bruce cerrara la puerta para no dejarlo terminar.
Me tomó una
semana diseñar el software adecuado, y una semana más hacerlo correr sin
errores. Comencé con lo simple, establecer la Tasa de Azar. Decidí anotar en lo posible todo lo
relevante sobre cada etapa. Después empezó lo bueno, cuando probé distintas
tasas de recompensa. El modelo de Hobbes basado en coincidencias de números
simples funcionó bien, pero sabía que en algún momento tendría que subir la
apuesta. Me decidí por módulos complejos, de modo que cada máquina pudiese
analizar grandes flujos de datos, a fin de obtener recompensas a partir de
grupos de coincidencias, filtrados entre las múltiples diferencias. Los
gráficos se iban sucediendo uno a otro, y en cada uno de ellos yo veía
historias de amor. Cada pantalla daba su versión de la historia. Algunas eran
clásicas, iniciaban con un ascenso agudo, para caer en un ángulo grave en una
de ellas, mientras la otra daba tumbos hasta el estrepitoso final. Otras
iniciaban con un ascenso progresivo, declinando de la misma manera. Había
algunas donde A anulaba a un rendido B, y otras donde B se distanciaba para
volver esporádicamente con A. El
programa que había diseñado permitía que los componentes de la máquina se
desempeñaran al nivel de rendimiento que yo deseara, tal como si se tratase de
una vieja Commodore, o cerca del máximo posible, si así yo lo quería. De modo
que podía establecer perfiles específicos, les ponía un nombre y observaba su
evolución a lo largo de un periodo de tiempo, a través de varias historias con
otros perfiles. Comencé a apasionarme por algunos de ellos.
Una vez
Bruce me trajo una bandeja con comida china, y cuando le dije que A-2 estaba a
punto de engañar a B-4, hizo una mueca mientras me decía que él invitaba esta vez.
Pronto tenía un universo de identidades artificiales interactuando entre sí,
alterándose continuamente. Continuas reformas eran las que debía hacer al
software inicial, entre otras cosas para permitir introducir el equivalente a
factores externos a las relaciones amorosas, como el dinero o los amigos. Si al
principio pensé en mi tesis y en una exposición razonable de mi proyecto,
entonces ya pensaba en algo muy diferente, buscaba una especie de revelación
que me diera una comprensión mística del asunto.
Mientras
tanto, asistía a clases y me preparaba para los exámenes, pero no me quedaba en
el comedor después de hora, me iba directamente a casa a analizar más
resultados. Jennifer era la chica de la que le hablé a mi padre, estudiaba
Diseño Gráfico y como yo, estaba al final de su carrera. Mis problemas siempre
le parecían menos graves de lo que decía, tenía esa habilidad de hacer todo más
simple y de hacerme sentir que yo pensaba demasiado las cosas. Le pareció raro
que ya no me quedase a almorzar con ella. Me alcanzó a la salida y me preguntó
si ella había hecho algo malo. Le dije que no, pero que tenía un proyecto entre
manos y que no podía pensar en nada más hasta tenerlo terminado. Entonces me
miró a los ojos, y con un gesto de no entender algo dió media vuelta y se fue.
Después de
un mes y medio de experimentar con los perfiles, sentía que había llegado a un
punto crucial. Tenía un perfil de A y otro de B altamente desarrollados, A-10 y
B-7. A
esta altura me permití explicarle a Bruce de que trataba mi proyecto. Le dije:
“A necesita del amor, pero aprendió a cuidar el vínculo respetándose a sí
mismo, de modo que puede manejar mejor su impulso de absorber a B. B sigue
priorizando su autonomía, pero aprendió a equilibrarla con recompensas
elevadas, exponiéndose más que antes. Y entonces se encuentran.”. Le dí inicio
al encuentro entre ambos perfiles, dando lugar a un gráfico equilibrado, con
vaivenes que no amenazaban la estabilidad del vínculo. Ambos habían aprendido a
contener sus correspondientes tendencias destructivas, parecían enganchados en
una coreografía bien practicada. Eso me hizo estar más seguro que nunca de que
todos necesitamos lastimar a otros y ser lastimados para llegar a entender lo
que realmente queremos. Así se lo dije a Bruce. Él dijo que podía ser, pero que
para entender esa clase de cosas la vida era la mejor maestra, y después se fue
a tender la ropa al balcón del comedor.
Dos semanas
después de nuestra conversación, Jennifer tocó el timbre de mi departamento.
Tal vez le pidió la dirección a Bruce, el también la conocía. Fue él quien la
dejó pasar y le indicó mi cuarto, por lo que su aparición en el marco de la
puerta me dejó sin palabras por unos segundos. Primero miró a las dos máquinas,
y luego comenzó a recorrer las paredes plagadas de reportes, notas y diagramas
improvisados. Algunas hojas contenían frases en mayúscula y tamaño gigante, en
tono de aforismos existenciales, aún cuando para mí eran parte de rígidos
axiomas. Me arrepentí de haber escrito algunas como “todos necesitamos lastimar
a otros” (en rojo), o “En muchos casos B cree que la felicidad es resignarse a
estar con A”. Esa última hoja fue la que Jenny desprendió de la pared, y con
ella en mano me pidió si podía explicarle de qué se trataba el proyecto
exactamente.
“A ver si
entiendo –dijo Jenny-. A siempre ama más que B. Pero ¿Que pasaría si B se
encuentra con otro B?”. “Eso es imposible- dije-. Porque siempre hay uno que
ama más que el otro, y esa diferencia en algún momento se hace valer, dándole a
cada uno su lugar en la ecuación”. “Pero entonces yo puedo ser A hoy y B el día
de mañana”.”Por supuesto, A y B son términos relativos, aún cuando haya
personas mas predispuestas que otras a ser A o B”. Le mostré como funcionaba el
programa que había diseñado, y le mostré qué fácil era seleccionar los perfiles
desarrollados para hacerlos correr, enfrentándolos. También le dijo que B-7 era
mi preferido, un equilibrista entre su inconformismo y su necesidad de ser
feliz. La verdad estaba un poco nervioso por su presencia, a Jenny no se le
escapaba nada y mi cuarto era un desorden. Fui a buscar algo para tomar, y
cuando volví Jenny me dijo que la parte gráfica del programa podía ser mucho
más elegante y simple a la vez, incluso tridimensional. Y luego volvió al
ataque.
-¿Y qué
pasaría si B se encuentra con B?
-Ya te
dije, eso es imposible.
-Bueno,
pero ¿Qué pasaría?
-No
entiendo ¿Para qué habría de…?
-¿Me estas
diciendo que montaste todo este laboratorio de simulación y todavía no te
atreviste a ver que pasa si enfrentas a B con otro B?¿De qué tienes miedo?
-Es que esa
clase de cosas no suceden Jenny, yo podría simular muchas cosas así que nunca…
Y entonces
me di cuenta, por la forma en que me miró y después miró a las máquinas, de lo
que iba a pasar. Yo estaba sentado en mi cama con un vaso de agua en la
mano, y ella estaba sentada en mi butaca
frente a las computadoras, con todo lo que necesitaba saber. Con la rapidez de
un rayo copió el perfil de B-7 y lo traspasó a la otra máquina. Después lo
seleccionó en ambas y los echó a correr. Desde mi cama no podía ver las
pantallas, pero no me pareció que valiese la pena asomarme. Solo cuando me
pareció que la luminosidad reflejada en el rostro de Jenny era extraña, me
asomé y vi que las pantallas se habían vuelto locas. Por mi cara y por la
diferencia con los gráficos que había visto antes, Jenny sabía que estaba
pasando algo extraño, ambos coolers se habían activado a la máxima potencia, y
el nivel de consumo se hacía más y más elevado. No me moví, incluso cuando
sabía que las máquinas no iban a parar por sí mismas. Tampoco me moví cuando
saltaron chispas del estabilizador y ambas se apagaron. Supe que las dos
máquinas estaban perdidas, y ella también. Jenny dijo que tendría que haber
comprado componentes de mejor calidad, pero como yo no hablaba y miraba fijo
por la ventana encima del escritorio, comenzó a esbozar una disculpa. Mi boca
ya no estaba abierta, la miré y dije “No entiendes Jenny, el experimento
finalizó”. Sonreí. Ella propuso ir a comer algo al centro tomando el bus de
las 8. Yo propuse ir caminando.
martes, 20 de diciembre de 2011
El polimodal (19)
El parque abría sábados y domingos. Mi tarea era esperar en la entrada al grupo designado, generalmente de 15 a 20 chicos de entre 7 y 13 años (acompañados de algunos padres), para guiarlos por los juegos según un diagrama mas o menos improvisado pero que terminaba siempre en un gran comedor, donde todos los grupos comían y le cantaban el feliz cumpleaños a algún nene o nena de papá. Tenía que estar pendiente de que nadie se lastimara, de negociar constantemente con los que se portaban mal, mi peor terror era que algún nene se perdiera por ahí en medio de la marea de gente, y de alguna forma me sentía bien teniendo esa responsabilidad, por estresante que fuera. Odiaba el uniforme, un pantalón caqui con una remera azul que me quedaba grande, zapatillas de lona. Pero tener ese dinero ya no solo era necesario para la revista, sino para comprarme algo de ropa, para escapar de las extorsiones de mi madre, no tener que pedirle plata para todo y no depender de su generosidad para salir.
Cubría mis gastos, eso era algo que ya no podía echarme en cara, haciéndome sentir como una sanguijuela. Y cuando a fin de mes se terminaba la pasta de dientes, el papel higiénico o no había plata para comprar leche, y sabiendo perfectamente que en la primera semana se había gastado en pelotudeces (como esos viajes innecesarios en remis o esas cremas que se acumulaban en su cómoda), yo iba y sin decir nada compraba. Cada vez que lo hacía sentía un regocijo muy intenso, una extraña plenitud, en el fondo una pequeña venganza contra el orgullo de mi madre. “Ay, gracias hijo…” decía, como si mi ayuda viniese del cielo. Yo asentía con una sonrisa. Se fue dando cuenta de que no era tan simple, empecé a hacer comentarios agrios en el momento exacto en que la veía a punto de hacer esos extraños gastos de principios de mes, como si yo tuviese derecho a opinar sobre la economía de la casa. Eso realmente la sacaba de quicio, y como yo aparentaba ser razonable y preocupado, y como ya no podía amenazarme con no darme dinero para mis cosas, con el tiempo logré que a fin de mes no faltara lo básico.
En la semana veía a Melina en el colegio, que cada vez salía menos al patio en el recreo. No podía quedarme solo en el salón si los pibes salían, hubiese quedado en evidencia. Pero a veces volvía un rato antes de que sonara el timbre y ahí estaba ella. Si estaba Alejandra tenía que mantener equilibrada la conversación con ambas, pero sino podíamos hablar tranquilos. Cuando estaba solo, me acordaba de mis conversaciones con ella, repasando los momentos más intensos con deleite, sonriendo sin poder contenerme. También imaginaba líneas de diálogo distintas a las que habíamos tenido, cosas que ella o yo habríamos podido decir, réplicas posibles para los momentos en que ella me dejaba sin saber qué decir. También pasaba que se me ocurrían cosas aisladas para meter en algún momento, algún juego de palabras, alguna metáfora indecente pero rebuscada, decepcionar a Melina no era una opción. Pero con ella, como con los pibes, también tenía esa sensación de que al hablar con ella algo único iba a pasar. Porque no importaba cuantas cosas hubiese imaginado yo en soledad, nuestras palabras siempre tomaban aguas rápidas, un camino imprevisible en el que cada paso alumbraba el siguiente, en el que mis pensamientos y los de ella entrechocaban continuamente, en un duelo de ingenio y temple con el que los dos nos hacíamos cada vez más agudos. Y en el fondo me sentía un miserable, porque mientras yo invertía gran parte de mi tiempo pensando en esos encuentros, contemplando posibles escenarios para aumentar mis recursos, estaba completamente seguro de que ella no lo hacía, de que le alcanzaba simplemente con ser como era. Yo sentía que si Melina no decía nada, era porque no había nada para decir, y que si yo no decía nada, era porque mi imaginación se había quedado corta.
Los fines de semana en la veía en el Parque. Si el grupo que tenía ese día era de nenes muy chicos podía llevarlos a su sector, donde ella podía estar manejando el carrusel, la pista del trencito y cosas así. Entonces ella podía verme hacer de niñera y reírse de mí. También podía verla en el comedor, cuando entre grupo y grupo me hacía espacio para comer o tomar algo y coincidía con su descanso. El comedor era muy parecido a esos que se ven en las películas yanquis de la prisión, mesas largas en las que se juntaban grupos más o menos cerrados. Como muchas veces estaba acompañada, yo me sentaba a comer solo haciéndome el que no la había visto, esperando que ella viniese con su bandeja a buscarme pelea. A veces lo conseguía, a veces no.
Podía pasar que coincidiese con Daniel, pero su sección tenía mucho más personal y mandaba a varios al descanso a la vez, por lo que él siempre estaba con un grupo de gente. Daniel siempre lograba imponer sus condiciones a quienes lo rodeaban. A la mayoría caía simpático porque sabía qué decir y cómo para agitar las aguas y tornar una conversación aburrida en carcajadas. Lo que siempre pasaba era que alguien se mostrara receloso de él, que no lo tragara y que, sin enfrentarlo directamente, intentara boicotearlo. Esa clase de persona era perfecta para él, porque la tomaba de punto, utilizándola para hacer reír a los demás. En el caso de los varones podía ser un tipo desplazado del centro de atención o el eterno amigo de alguna chica que andara atrás de él. A las mujeres lindas las trataba como si no fueran la gran cosa, y ellas estaban tan acostumbradas a seducir con solo vestirse bien y sonreír que se volvían locas por llamar su atención. Así se exponían más y más, y como un cazador que no ataca al animal hasta que está lejos de su cueva, Daniel las dejaba ir más y más lejos. En el Parque no le convenía exponerse mucho por Antonella, y eso le generaba el inconveniente de que le hiciesen propuestas muy evidentes para transar. Salvaba su orgullo retrucando fuerte, con frases como “¿Entonces da para un pete?”, de tal manera que sus pretendientes no podían aceptar sin dar mucho más de lo que esperaban, pero sonreían al recular, como si lo estuvieran considerando. Daniel me contaba sobre esas situaciones. Yo le hacía observaciones, y como él veía que yo entendía la complejidad de muchas cosas en sus manejos, me daba más detalles y analizábamos en conjunto el camino a seguir. Una vez me presentó a sus compañeros y me senté con ellos, pero yo prefería estar solo por si Melina venía.
A veces yo iba para su casa a la tarde, cuando no tenía nada para hacer. Su familia ya me conocía. También íbamos al kiosco de revistas de Héctor y llevaba un ajedrez de tablero magnético, de esos que se pliegan con las fichas adentro. Hacíamos ganador queda, pero yo nunca podía ganarle. Pero esa vez jugamos en la vereda de su casa, tomando gaseosa. No importaba si jugaba con blancas o negras, el resultado era el mismo. Mi único progreso era que las partidas durasen cada vez más tiempo, me iba defendiendo mejor. Mientras jugábamos hablábamos de muchas cosas. Una vez se la compliqué y el partido duró más de lo normal. Entonces me dijo que me iba a marcar mis errores de juego.
-Te preocupás mucho por la defensa. Cuando yo saco mis peones al centro, vos movés el peon-caballo del rey para ir preparando el enroque.
-Ahá.
-Como sé que estás tan preocupado por esconderte, voy al ataque de lleno. Me ubico de tal forma que tu esfuerzo sea al pedo. Pocas veces hago mi enroque porque no lo necesito ¿Entendés?
-Pse.
-O sea tus piezas siempre están protegidas, pero llega un momento en que hay que abrirse paso y sacrificar algunas, para abrir huecos en la defensa del otro. En esos cambios siempre salgo ganando, porque como estoy dispuesto a sufrir pérdidas, los hago con iniciativa. Yo decido cuando me conviene perder un caballo para que pierdas un alfil, o cuando puedo permitirme perder un peón para ganar una posición útil.
-Me cuesta aflojar las piezas, y las termino perdiendo igual.
-Las terminás perdiendo igual ¿Te das cuenta?
-Se.
-Y nunca, nunca tenés que resignar el centro del tablero, ahí es donde se define todo. Si yo abro moviendo el peón-dama al centro, vos tenés que hacer algo para pararlo. Y si yo muevo otro para apoyarlo, lo mismo. No pelear esa zona es un suicidio, por más bien que protejas al rey.
-Claro.
-Te defendés bien, pero te atrincherás tanto que no es necesario que yo me cuide, eso hace que mi ataque gane siempre. Podés jugar a la defensiva, porque se puede, pero para eso tenés que saber atacar también.
Desde ese día nuestros partidos fueron cambiando. Estaba claro que me costaba atacar, y tropezaba mucho con errores torpes, perdiendo incluso más rápido que antes. Pero con el tiempo lo iba entendiendo mejor. Empecé a aceptar los sacrificios de piezas con rapidez, desconcertando a Daniel. Cuando esas tormentas de cambios tenían lugar el tablero se despoblaba rápidamente, y eso me gustaba porque de repente todo era más simple y quedaba manifiesta cualquier ventaja. Una vez logré hacer tablas. Otro día tuve chance de jaque mate pero no la vi a tiempo, me la marcó Daniel después de ganarme, reubicando las piezas. Otra vez tuve un final de reina contra su rey y me sacó tablas. Daniel dijo que nunca tenía que confiarme de las ventajas, seguir jugando como si estuviésemos mano a mano. De todas las veces que jugamos solo le gané un par. Empecé a pensar que mi manera de jugar estaba muy relacionada con mi manera de hacer las cosas en general, como podía ser en mi necesidad de no quedar mal nunca con Melina. Cuando veía a Daniel siendo guaso con una mina, pensaba “pierde piezas, pero ahora ella sabe que si le dice algo picante no puede decir que es inocente, así que cuando eso pase Daniel va a poder avanzar sin temer un rechazo”. Y cuando veía a Daniel en medio de un grupo siendo el centro de atención, o incluso haciendo chistes sobre otra persona con tal de seguir siéndolo, entendía que él no podía resignar esa posición de ninguna manera, intentando manejar su destino y el de los demás.
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