martes, 31 de julio de 2012

Me gusta esperar el tren


 Cuando salgo de mi trabajo siempre que puedo tomo el tren para ir a casa. Podría tomar el colectivo. Me quedaría mas cerca, y me bajaría a dos cuadras de casa. Para tomar el tren camino seis cuadras, y me deja a cuatro. Pero tomo el tren.
Después de dos cuadras la cantidad de gente transitando se reduce mucho, y cuando cruzo la General Paz para el lado de provincia apenas pasa algún coche que va hacia capital. Empiezo a sentirme como quiero sentirme. A veces voy escuchando música, a veces no. El andén casi siempre está semidesierto. Las pocas personas esperando se sospechan mutuamente, y se miden con la mirada. Yo los mido también. El que está adentro de la boletería apenas existe, de no ser porque da el cambio exacto con el boleto (casi nunca lo saco). Nunca veo cuando actualiza el papelito que dice el horario del próximo tren a Retiro. Si es de noche la boletería está cerrada. Y si es de noche se escuchan voces debajo del andén, donde duermen un par de cirujas. Una vez vi a uno, me miró fijo y lo miré. Creo que quería saber si le tenía miedo. Yo seguí caminando hacia el final del andén, siempre lo hago. Ahí espero al tren.
Si el tren viene enseguida no puedo dejarlo pasar, me subo. Pero no me molesta esperarlo. Me gusta sentarme en el final del andén, con mis piernas colgando por encima de las piedras. Porque de entre todas las incertidumbres que encierra mi vida, y con las que aguijonea mi pecho, una de las pocas es saber que en algún momento el tren va a aparecer en el horizonte, y que una vez que lo haga, va a ir acercándose hasta que pueda tocarlo con las manos. Un colectivo aparece a cualquier hora y de golpe, obliga a estar alerta. El tren tiene su horario y se muestra con tiempo, me permite sentir el alivio de verlo venir por espacio de unos minutos.
Mi paciencia está sometiéndose escandalosamente al curso natural de las cosas. A veces siento que es como sentarse frente una serpiente que no sabés si te va a morder o no. A veces pareciera que estoy esperando que una pared me hable. A veces quisiera pasar del otro lado y curiosear, saber qué hay detrás de los pensamientos ajenos. Pero no se puede. Lo único que se puede hacer es esperar. Y mi consuelo es esperar el tren. En este día nublado, en el que el viento da al frío el grado justo para poder sacarme la bufanda y recibirlo en el cuello, me di cuenta por qué.

sábado, 19 de mayo de 2012

El polimodal (21)


A mediados de invierno, empezaba mi día cuando todavía era de noche. De mis 5 pantalones 3 eran de jean y tardaban en calentar mis piernas. El pasto de las veredas siempre estaba rociado de escarcha, y cruzaba la plaza recibiendo el frío de costado, la nariz enrojecida. Saludaba los faros de neón en silencio, testigos de mi marcha apresurada. En esos minutos de caminata, pensaba en lo que había soñado, en la última que hubiese hecho con los pibes, en las últimas palabras que había cruzado con Melina, en las próximas que podría decirle. Mi conciencia del mundo exterior nunca se espabilaba realmente hasta que cruzaba palabra con alguien, o mejor aún, cuando veía el tumulto de gente al formar (andaba muy justo con las faltas y no me quedaba otra que llegar temprano). Entrábamos al aula teniendo que prender la luz, apagándola a mitad de clase, cuando el sol despuntaba lo suficiente como para iluminar el pizarrón y las carpetas. Tenía su encanto.

Hacia fuera, me volvía cada vez más ligero, impredecible. Por momentos a caballo de un rayo eléctrico, arrojando salidas que caían sobre el curso como bombas de napalm. Pero empecé a sentirme extraño. Faltaban pocos meses para fin de cursada, y pensando en eso a veces me ensimismaba mucho. Hasta entonces me había confiado en que las cosas siguieran su curso, pero en el fondo tenía terror de exponerme. Estaba claro que la situación con Melina había llegado a un punto decisivo, en el que no podía darse un paso atrás ni uno adelante sin consecuencias. Ni siquiera detenerse. Ella parecía cómoda, no iba a tomar la iniciativa. Por otro lado, el Chileno hacía sus movidas y lograba entretenerla a base sus máximas de vida. De a poco se había vuelto más refinado, sin perder el estilo, pero abandonando los puntos más soeces que lo distanciaron de Melina en un principio. Melina sentía que lo rescataba, su influjo lo empujaba hacia arriba. También a mí. Con sus acotaciones nos ponía en constante entredicho. De nuestro enfrentamiento velado ella era juez y testigo, con su risa.

Una de esas veces en que acompañaba a Héctor en el kiosco. Entre las cosas en las que él sabía más que yo, además de política, estaba la psicología,  el psicoanálisis sobre todo. De chico había ido varios años a una terapeuta, su familia se preocupó por la muerte de su madre. Él decía que fue mas por no preocuparlos a ellos que por necesidad propia. Llovía finito y lo ayudé a tapar las revistas con una lona transparente. Él cebaba el mate.

-Sabés Palito que a veces me da pena por vos.
-¿Por qué?
-Porque siempre te agarro mirando a Melina. Vos pensás que lo escondés bien, pero es fácil darse cuenta.
-¿Qué se nota?
-Bueno, la situación en sí se nota, todo. La mina te tiene. Y vos podés decir lo que quieras pero te tiene.
-No sé si es tan así.
-Pero es así. Y al Chileno también. Esa mina los va a hacer pelear a los dos, encima la tiene a Fernanda ahí al lado, te pensás que ella no la aconseja… se cagan de risa de ustedes dos. Lo veo.
-…
-¿Qué onda con Carla?
-¿Cuál?
-La de 1º, no te hagas el boludo.
-Ah, si. Nada.
-Está con vos.
-Sí.
-Tiene lo suyo.
-Tiene.
-Qué onda.
 -El otro día fuimos a la plaza.
-¿Y?
-Nada. Nos besamos y no sentí nada.
-Nada.
-Nada.
-Estás con la idea fija. Hasta que no te des la cabeza contra la pared no vas a parar.
-No voy a parar.
-Te estoy avisando eh.
-Yo sé Héctor, pero no es fácil…mientras más siento que estoy cerca de… siento como si…. como si… algo empujara mi pecho hacia… como hacia adentro y… y no puedo, porque de repente me paralizo, y pienso qué podría decirle, cómo podría decirle, en qué momento, y entonces es como si el mundo se viniera encima mío y yo… y a veces me siento tan capaz de todo, de ir y decirle, y de… besarla… pero…
-Yo sé. Te pensás que no sé. No te diría esto si no sabría lo que es. Pero tenés que parar un poco chabón. Tu problema es que estás demasiado pendiente de ella y de tu idea de ella. Yo te puedo decir que veo cosas de ella que…
-Qué vas a decir.
-Que no es la mina que pensás que es. Te está usando. Pero bueno listo, no te vas a dar cuenta hasta que estés demasiado cerca, me parece innecesario, me parece que…
-Eso es porque es amiga de Fernanda, es un tema tuyo eso, no me lo quieras meter a mí. Yo no quiero estar con Fernanda, pero es amiga de Meli y yo me hablo con ella, y bueno, son amigas, que querés que haga.
-¡No es eso Palito! Mirá cómo te ponés boludo. Pará un poco man.
-Mierda… yo… es que… no entendés.
-Si boludo, sí que entiendo. Estás enamorado, ya sé. Que te pensás que no sé lo que estar con el corazón en la boca por una mina.
-No sé.
-Bueno, si sé. Escucháme bien porque si no puedo hacer que cambies tu curso de acción, por lo menos escucháme esto que te voy a decir.
-El qué.
-Sobre el mito de la Medusa.
-Ahá.
-¿Conocés el mito de la Medusa? Era una mina tan linda que…
-¡Si, si!
-Bueno, pará. Los mitos son como mensajes cifrados que hay que saber desenredar. Cuando podés hacerlo, te dan mucho más de lo que te podrías imaginar. Escucháme bien porque esto te va a ayudar para lo que sea que tengas en mente. Confiá en mí.
-Bueno. Dale.
Un señor vino y le compró un Crónica. Seguimos.
-Qué pasa cuando los hombres miran a Medusa.
-Se convierten en piedra.
-Bien. Por qué.
-Porque tenía la cabeza llena de víboras y era horrible.
-Ahí está el error. Dijimos que Medusa en un principio era linda. Demasiado linda.
-Se cogió a Zeus y Hera la castiga, convirtiéndola en…
-Bueno ahí está. No te quedes con que es fea, eso es lo que Hera, envidiosa, quiere pensar de ella.
-No entiendo Héctor, das muchas vueltas.
-Quedáte con esto: Medusa es linda, demasiado linda.
-Ahá.
- Ese su poder sobre los hombres. Cuando los mira, los convierte en piedra.
-Los paraliza.
-Claro ¿Entonces qué hacés?
-La prendo fuego.
-…
-Bueno a ver.
-¿Cómo vence Teseo a Medusa?
-Usa un espejo. Un escudo como espejo.
-No la mira. Mira su reflejo.
-Si.
-¿Entendés?
-No sé. Creo que no. Si no miro a Melina va a pensar que estoy enojado o algo, y el Chileno va a ganar terreno, y yo…
-No. Pensá un momento lo que te digo ¿Cómo se vence a la Medusa?
-…
-Y pensá, no es Medusa la que nos vendieron, no es Medusa la víbora gigante y horrible. Es Medusa la que se cogió al dios del Olimpo.
-Cualquiera puede caer.
-Por qué.
-Porque se dejan llevar. Se arrastran por ella.
-Bien.
-Y Hera representa a todas las mujeres decentes que son cornudas por culpa de la atorranta de turno. Para ellas los hombres son pollerudos.
-Bueno… en realidad…
-¡Si, si, es eso! Mujeres así son la base de todo, madres de familia, que se casan para poder dejarse estar, asentarse. Entonces viene la pelirroja de Rogger Rabitt y les roba al muñeco, pero para ellas es un monstruo. Ese es el cuento, eso es. Medusa es Lilith.
-Más o menos. Lo importante es por qué los hombres caen con Medusa.
-Pierden.
-¿Y vos cómo vas con Melina?
-Al precipicio… si…
-Directo ¿Sabés por qué?- me da el mate-. Y esto es lo que te va a volar la cabeza si lo agarrás bien. Miráme bien. Concentrá toda tu atención en este momento.
Una vieja le compró la Predicciónes mas una revistita de crucigramas.
-Estoy.
-Lo que vos ves en Melina y que te corta la respiración, no es Melina en sí misma, es lo que de ella resuena en vos. Es lo que de ella está en VOS mismo, en TU ideal de mujer –puso un dedo en mi pecho-. Cuando ella hace o dice algo, o cuando te ponés a mirarla, ella hace eco en esa parte de vos, y te destruye por dentro. Ella no tiene idea realmente de esto que produce.
-¡Algo tiene que saber!
-Me animo a decir que en todo caso sabe muy poco. Incluso yo hoy me doy cuenta que estás más metido de lo que pensaba.
-Me carcome lentamente. Todos los días sonrío mientras me retuerce el corazón como un trapo de piso… no sé que hacer Héctor- me puse a llorar.
-Yo sé Palito, yo sé que estás sufriendo. Pero tenés que entender esto. No se trata de Melina, no esencialmente. Se trata de vos. Estás agarrando un fierro caliente todos los días, luchando por no convertirte en piedra y ella no sabe nada.
-Tiene que saber…
-Sabe algo, si, pero ¿Hasta qué punto? Y no es contra ella, digo, o sea ¿Podría ella realmente saber? ¿Entendés?
-No, no, pero ella… -sonándome los mocos- en algún momento tiene que saber, algo tengo que hacer.
-Si, pero no. De eso te quería hablar, porque te veo que vas para ahí. Vos estás pensando en agarrarla y decirle todo.
-Si…
-Error. Si lo hacés, perdés. Te convertís en piedra. Y no porque a ella no le pase nada con vos, no es eso.
-Qué es.
-Es una cuestión de saber dominarse. Ella tiene que poder ver en vos que podés dominarte, y llegado el caso, dominarla.
-¡Yo no quiero dominarla!
-No quise decir eso… puede haber un equilibrio, pero en algún momento un hombre tiene que poder agarrar las riendas. Las mujeres lo necesitan. Y si querés que las cosas te salgan bien, lo vas a tener que poder hacer. Sino, olvidáte. Podés ser inteligente, gracioso, tener encanto, todo lo que vos quieras. Pero si no tenés eso, no tenés nada. Y una mujer desde que nace aprende a saber quién lo tiene y quien no. Y Melina es muy viva, eso te lo voy a reconocer.
-No tiene por qué ser así todo.
-Decíme una cosa ¿Qué imaginas cuando pensás en estar con ella?
-Cosas.
-Bueno, pero qué cosas.
-Pienso… en caminar de la mano. Reírnos. Cosas así.
-¿No pensás en “hacerle el amor”?
-A veces. Intento no pensar mucho en eso.
-Pero pensás.
-Ponele.
-Y no te atrevés a pensarlo ¿Te das cuenta?  Porque no se trata de Melina, se trata del ideal de mujer que no querés violentar ¿Entendés? ¿Ves como todo esto tiene toda una cosa interna de la que ella nunca se entera?
-Algo. Pero yo no lo había pensado así, o sea, está la Idea, y está el mundo, y la Idea proviene del mundo.
-Si, Palito, exactamente. Platón no es el camino. Tenés que dejar de ver en ella tu ideal de mujer, tenés que poder verla tal como es. Es una mina linda, es inteligente, tiene imaginación, pero tiene sus cosas, es mala a veces.
-Malísima ¡Eso me gusta de ella! A veces me mira de una forma que me dan ganas de ponerle un látigo en la mano.
-Bueno eso es un tema la verdad- se reía-. Pero ese es el escudo de Teseo, no mirar al ideal, sino mirarla a ella. La metáfora invierte el signo, porque el espejo de tu ideal es la Melina de carne y hueso, y tu ideal es lo que te paraliza, no ella. Para vencer eso, tenés que enfrentar tus demonios. Lo que quiero que entiendas, o sea, por lo menos, es que acá vos tenés dos enemigos.
-Melina no es mi enemiga.
-No. Pero tenés dos problemas muy diferentes, y vos estabas pegando todo en una misma cosa. Tenés, primero, un problema interno, el de que tenés una demanda muy profunda de algo que nadie te puede dar. En algún momento vas a tener que aceptarlo. Ahora o más adelante, igual lo vas a tener que hacer. Y no es que sos vos solo que te pasa esto, es lo que le pasa a todo el mundo. Es el creer que hay una persona por ahí dando vueltas que nos va a llenar el vacío que tenemos adentro.
-Romanticismo not dead.
-Y decíme – me pasó otro mate- ¿Existe eso? ¿Existe esa persona para cada uno?
-No, puesto así, no. Sería demasiado perfecto. Poco probable. Habría que cubrir demasiadas variables, habría que suponer alguna clase de karma o dios que…
-Exacto.
-Y dios no existe. Tampoco el karma. No pueden existir. Jamás.
-Nunca.Y todo este sistema de mierda se basa en vendernos que eso existe, que el amor perfecto existe, porque en el fondo lo necesitamos. Demasiado.
-Lo reconozcamos o no, todos quisiéramos poder creerlo…
Un pibe vino a pedir dos pesos en moneda, Héctor le dijo que no tenía, que pregunte al de las garrapiñadas.
-Tenés que poder ir mas allá Palito. Porque si lográs resolver el primer problema, el segundo va a caer solito.
-Lo que me estás queriendo decir es que para estar con Melina, tendría que chuparme un huevo Melina.
-Perfecto.
-No acepto.
-Vas a entrar al templo de la Medusa.
-Si, voy a entrar.
-Pero cuando llegue el momento, usá el escudo, haceme caso.
-No decirle lo que es para mí mismo, decirle lo que es para ella nada más.
-Bueno Palito, capaz que lo veas así es todo lo que puedo hacer por vos hoy.

Dijo esto mientras le cambiaba la yerba al mate. La lluvia se largó un poco más fuerte.

jueves, 17 de mayo de 2012

El polimodal (20)



La revista nunca se hizo. Fue otra de esas ideas que podíamos alimentar durante todo el día, primero en el colegio y después caminando por Pacheco, y que después quedaban en la nada. Todo dependía siempre de que se pudiesen o no concretar en el momento, o a lo sumo en un corto plazo muy inmediato. En parte por fiaca, pero también por concepto, porque la magia estaba en que las cosas pasaran en el momento en que eran concebidas, sin más sostén que la fuerza del impulso. Demasiada planificación siempre nos jugaba en contra. Una vez me fui al colegio con una muda de ropa en la mochila, y cuando terminó el recreo Daniel retuvo al Chileno en el patio, mientras yo me cambiaba y después convencía al curso para que participen de la joda. La idea era hacer como si nada y ver si el Chileno notaba la diferencia. De una remera blanca con jean pase a una celeste con un jogging negro. Cuando armamos grupo para hacer un trabajo práctico, el Chileno se me quedó mirando.
 -Te hiciste una paja y te acabaste encima.
-¿…?
-La remera, te la cambiaste.
-¿Qué? –mirándomela- No, flasháste Chileno.
-Dale pelotudo, te la cambiaste.
Los pibes miraban a Marcos con cara rara, y cuando el les preguntó buscando apoyo fue rechazado, incluso por Antonella. Daniel tiró:
-Me parece que la paja te está afectando a vos Chileno ¿Por qué no esperás que te suba la guasca al cerebro de nuevo?- y todos nos reímos, aislarlo era parte del plan. Cuando se puso de pie y le preguntó al resto de las chicas nadie le pasó cabida, y entonces se sentó y se me quedó mirando.
-Pero… ¿En serio no…? Yo te vi hoy. Era blanca la remera.
-¿Estás bien boludo? ¿Te pasa algo?- le preguntó Héctor.
-No, nada.
Y se quedó callado. Participó poco en el trabajo práctico, y me pareció que mordía la lapicera con más frecuencia de lo normal. Una semana después le aclaramos lo que había pasado y le preguntamos que pensaba del asunto.

-¡Ah yo sabía! Fue muy raro todo…
-Si pero el punto es que ya te habías rendido, no bancaste los trapos Chileno- dijo Daniel.
-Y bueno que querés también…
-Si pero el problema es que te elegimos a vos porque era difícil convencerte, si le decíamos a Palo que tu remera era plateada por mas que fuera negra el iba a decir que era plateada.
-¡Calláte puto qué decís!- protesté.
-¡Jaja! No Chileno pero en serio, esto nos preocupa porque significa que el individuo no puede soportar la presión de la masa si está solo- dijo Héctor.
-Siempre es mejor si por lo menos hay una persona que te entiende, sino te volvés loco. Es como en el Proceso de Kafka- dije, disimulando mi irritación.
-No sé si para tanto- matizó Marcos.
-Chileno yo no quiero decir nada, pero estuvimos hablando sobre tu conducta ese día, y notamos varias cosas- dijo Héctor.
-Primero que todo, después de eso casi no gediste más en todo el día. Hasta Melina te dio pié en una que dejaste pasar, con lo del gesto de la publicidad de toallitas- observó Daniel.
-Después casi no participaste para el trabajo práctico, estabas lento para copiar el dictado y mordiste tu lapicera más que en lo que va del año- dije.
-Bueno vayanse a la mierda. Me pueden chupar bien la pija.
-No entendés Chileno, no sos vos el problema, es todo. Esto significa que si no nos mantenemos unidos, la masa nos va a absorber y descomponer. Cuando termine el año, tenemos que encontrar la forma de no perdernos entre nosotros- dijo Héctor.
-No quiero verte a vos con 30 años reponiendo en un supermercado, a Palo llevando un carro de bebé con otro guacho de la mano y a Héctor demacrado por luchas sindicales dentro de una fábrica de mierda- dijo Daniel.
-¿Y vos qué hijo de puta? saliendo de un Mercedes. Tomatelá- dijo Marcos.
-Para mí que se hace futbolista y fracasa en la B. Se hace puto en el proceso- dije, intentando equilibrar las agresiones.
-No te enojes Chileno, fue para bien- dijo Héctor.
-Ya fue, no pasa nada.
-Sabemos que tenés sed de venganza, mas vale que la uses contra alguno de nosotros y que sea productivo- le dijo Daniel.
El Chileno lo miró. Después me miró a mí, pero no entendí el significado de esa mirada y seguimos caminando hasta dividirnos.

La semana siguiente nos juntamos a la noche en la avenida comercial. Cada uno había llevado una docena de huevos. La causa había sido cuando Héctor le dijo a Daniel que no rompa los huevos con el asunto de Fernanda y la hermana, y yo dije que por qué no comprábamos huevos para tirarnos a la noche desde un lado al otro de la ruta. Hicimos dos bandos. De un lado Héctor y yo, del otro el Chileno y Daniel. El condimento era que la comisaría estaba a 2 cuadras. Los lanzamientos eran por turnos, el bando que recibía los disparos no podía moverse ni taparse la cara. Daniel acertó a Héctor en el hombro, casi en el cuello. Daniel recibió uno de Héctor en la cintura. El Chileno me dio en el brazo, y yo apenas logré darle en la pierna. Los últimos tres tiros fueron reservados para un vale todo que no duró mucho, pero tuvimos oportunidad de poder tirar por encima de los escasos coches que pasaron. Un par tocaron bocina, pero como no le pegamos a ninguno nadie paró. Las veredas y la calle eran un chiquero, salimos corriendo una cuadra para adentro por las dudas. Cuando empezamos a caminar el Chileno se sacó uno del bolsillo de la campera y me lo aplastó en la cabeza con la mano.

-¡Eeeeh que puto que sos Chileno! –espeté.
-Muy rastrero, pero lo vale, mirá como te dejó- festejó Daniel.

Un reguero amarillo me caía del pelo embadurnado, manchándome la campera de jean. Yo no estaba realmente enojado, en el fondo estaba implícito que algo así podría pasar desde el momento en que propuse lo de los huevos, y me había tocado a mí. Así que cuando pude sacarme la mayoría de engrudo, y con pelo todo pegajoso, ya estaba hablando lo más bien. Y el Chileno me miró de nuevo, como esa vez hacía poco. Solo horas mas tarde, después de haber llegado a casa y mientras me daba una ducha, empecé a pensar en lo que Daniel me había dicho tiempo atrás, y en que Marcos podía estar celoso de mí por Melina.

viernes, 27 de abril de 2012

No hay corazón que aguante


 En 1979 el doctor Gerald Hobbes tenía 47 años y ya casi se había quedado calvo, aunque su espalda recta y su contextura delgada le daban un porte saludable. Dictaba clases todas las semanas y dirigía junto con dos profesores adjuntos los lineamientos de la cátedra de Física de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de California, intentando siempre estar al tanto de los últimos avances tecnológicos. El énfasis estaba puesto en toda clase de adelantos de la ingeniería, pero principalmente sobre todo aquello que estuviese relacionado con la informática, y esto se debía en gran parte a la insistencia de Hobbes acerca de la importancia de las computadoras para el futuro de la sociedad moderna.

Hobbes era un experto en Física y en Sociología, combinación extraña aún hoy día para un científico. Sus ensayos habían sido esgrimidos por el Decano de la Facultad, Edmund Haysen, ante el Congreso, consiguiendo así fondos que resultaron esenciales para la creación del departamento de Tecnología Aplicada. Según Hobbes, cualquier gasto que colocara a una institución a la vanguardia de la tecnología era una apuesta segura, ya que cada descubrimiento solo podía atraer más inversiones. Gracias a una combinación de fondos públicos y privados, la universidad de California contaba con Echelon, una computadora que ocupaba un piso entero del pabellón principal, de las más potentes en todo el mundo, aún cuando no tuviese ni de cerca la capacidad del más débil procesador actualmente a la venta.

Hobbes era un tipo realmente meticuloso, y en eso habrían estado de acuerdo todos sus compañeros. Nunca hablaba de su vida privada con ellos, les decía que era mucho más interesante priorizar las discusiones académicas. Por lo general se mantenía sereno y reservado, pero hacía falta que alguien menospreciase la importancia de las computadoras para que se ofuscara visiblemente y pasase a exponer uno por uno los principios por los cuales el humano progresivamente se haría más y más dependiente de ellas, hasta que no pudiésemos pensar como es que pudimos vivir antes de su invención. Su razonamiento era tan sólido que si uno prestaba solamente atención a sus palabras, difícil era no sentirse invadido por su futurismo. Hobbes tenía varios acérrimos adeptos entre sus alumnos. Pero su irritación era tan visible que era foco de algunas bromas entre sus colegas, que en los almuerzos o en las conversaciones de pasillo dejaban escapar comentarios chabacanos sobre mujeres robots obedientes, inteligencia artificial para opinar sobre deportes, y cosas por el estilo. Hobbes a veces no advertía la intención a tiempo y se enfrascaba argumentando, y cuando se disponía a concluir sus ideas con alguna sentencia, se cambiaba el tema de conversación o alguien hacía algún chiste que lo ponía en ridículo. Hobbes nunca podía tomarse a risa esos momentos, simplemente miraba hacia abajo con un suspiro de resignación, y mientras limpiaba sus gafas con su pañuelo, pensaba en que la Historia le daría la razón.


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En agosto de ese año el doctor Hobbes presentó un proyecto de estudio al recientemente creado departamento de Tecnología Aplicada. En un cuidadoso informe de 42 páginas, Hobbes defendía la idea de que el departamento le proporcionase fondos a fin de adquirir dos máquinas de cómputo de mediana potencia y incluyendo la paga del personal para administrarlas durante 6 meses, en un experimento que ilustraría en abstracto un principio esencial de la interacción humana, imprescindible para el entendimiento de la sociedad moderna: el amor.

No es que el decano Haysen creyese efectivamente en el efecto positivo que el experimento de Hobbes pudiese tener sobre la institución, en realidad no pudo leerlo más de una vez, y por momentos le pareció extravagante, pero le debía a él en buena parte el éxito de sus gestiones por un presupuesto que cualquier universidad del mundo habría envidiado. Lo llamó por teléfono y asintió con fingida gravedad a las explicaciones de Hobbes acerca de la importancia del estudio, y cuando la cosa se empezó a volver confusa y de vuelo filosófico, le dijo que no se preocupara, que era cosa hecha. Al día siguiente solicitó personalmente a los miembros de la junta departamental que no obstaculizaran la designación de los fondos para el experimento sobre “el amor”.

Normalmente los asistentes en los experimentos de toda universidad se seleccionan entre los alumnos más aplicados de las asignaturas relacionadas, que resultan becados. De haber sido así, Hobbes habría dispuesto de muchos voluntarios. Pero se había vuelto desconfiado, y había solicitado estrictamente que sus asistentes fuesen dos técnicos graduados provenientes de Suecia, donde había realizado un posgrado de especialización en Informática y en donde había granjeado algunas amistades. Haysen no se opuso a este pedido porque después de todo Hobbes merecía eso y mucho más. Por otro lado, el sueldo pretendido para los suecos no era nada del otro mundo, parecían más interesados en el proyecto por gratitud hacia Hobbes que otra cosa.

Las máquinas tardaron 2 meses en llegar desde su planta de fabricación en Colorado. Ni bien estuvieron instaladas en un espacioso cuarto destinado para el experimento, Hobbes dio instrucciones precisas al personal que habían dispuesto a su cargo y todo se puso en marcha.


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Para Hobbes el cerebro no era en esencia muy distinto a una computadora, según pensaba él ambos procesan información. Uno ya podía suponer a priori que a ello se debía la necesidad de dos computadoras en vez de una para el experimento (tal vez por eso no solicitó usar a Echelon, no debía ser idónea para la tarea), pero no quedaba claro en su informe preliminar cómo es que la naturaleza del amor sería desgajada. En vez de eso, uno se encontraba numerosas listas de consignas para las diversas tareas a que las máquinas serían sometidas, haciendo énfasis en la inviabilidad práctica de realizar manualmente los cálculos que ellas podrían realizar en segundos.

Víktor y Alice,  los dos técnicos contratados, eran una pareja de Ingenieros especializados en electrónica y en física aplicada. Tenían que atender principalmente a dos cosas: por un lado, supervisar el correcto funcionamiento de las computadoras, la estabilidad de la alimentación eléctrica, etc.; por el otro, recopilar la información que las máquinas imprimían con cada tarea, largas hojas de reportes plagadas de números y caracteres difíciles de entender hasta para muchos docentes de la facultad. Cada reporte era archivado cuidadosamente con la fecha y las especificaciones relativas a la tarea correspondiente. Al final de cada reporte, Hobbes elaboraba informes en los que pretendía ir sacando en limpio los resultados. Su tono era críptico, por lo que difícilmente alguien que no fuera él o los suecos habría entendido algo de ellos.

El experimento había suscitado no poca curiosidad en la universidad, se sabía que dos máquinas de alto rendimiento habían sido traídas específicamente para ello, y aún cuando los suecos se esforzaban por mantenerse en sus asuntos, no podían evitar llamar la atención. No eran los únicos extranjeros que deambulaban por los pabellones, pero más de un alumno volteaba al mirar la figura de Alice, o se sentía amedrentado por la estatura de Viktor. Peor cuando se supo que el experimento tenía que ver con el amor, fue eso lo que envolvió definitivamente todo el asunto con un halo de hilaridad. Hasta los alumnos se divertían pensando en lo que el doctor Hobbes podía lograr con las dos máquinas y la pareja de suecos, sugiriendo extrañas teorías eróticas. Esa fue probablemente la fuente de inspiración de los dibujos que había en las puertas del baño de varones del 1º piso.


Durante los primeros meses poco se filtró del experimento. Cualquiera que no fuese el doctor Hobbes o los suecos tenía prohibida la entrada a la sala, las ventanas tenían espesas cortinas que nunca se corrían. Hobbes contestaba a las interpelaciones de sus colegas con una sonrisa de modestia y cortesía, como si no tuviese derecho a hacerse cargo del revuelo. Confiaba en que no tardarían en dejarlo en paz.

Ante las reiteradas preguntas de sus alumnos en clase, Hobbes se limitó a decir que para hablar de ello primero necesitaba tener acumulados los resultados necesarios, y cuando le preguntaron si podía decir algo más, y como de otra forma era muy difícil seguir con la clase, dijo que toda estadística precisa de un acopio de datos lo más abundante posible antes de sustentar una hipótesis. Ante esto uno de sus alumnos preferidos dijo que todo indicaba que los resultados del experimento podrían exponerse en forma de gráficos, que todos debían tener paciencia para apreciar en algún momento lo que probablemente sería una ilustración matemática del amor. “Como todos saben- dijo el alumno-, el doctor Hobbes también es sociólogo, y si puede mostrarnos el fenómeno desde un nuevo punto de vista, eso puede derivar en…”. Pero Hobbes no lo dejó terminar y recondujo la clase hacia la termodinámica, que era de lo que trataba originalmente.

En enero de 1980, 3 meses después de iniciado el experimento, se supo que las máquinas estaban siendo sometidas a una alta exigencia. Cierta información sustentaba el rumor: en 1º lugar, un empleado de mantenimiento, encargado de chequear el consumo de energía eléctrica de cada departamento, confirmó a un alumno indiscreto que la sala de Hobbes consumía durante varias horas al día lo máximo esperable (acorde a los datos que le habían sido facilitados con la llegada de las máquinas). En  2º lugar, la llegada de repuestos era constante, y de vez en cuando se veía al sueco llenando unas planillas para recibir conforme las piezas que (se decía) eran necesarias para volver a poner las computadoras en funcionamiento. En proporción, el número de piezas era mucho mayor al que por ejemplo requería Echelon.

En mismo mes, el doctor Hobbes se excusó ante sus alumnos por pedir una licencia que lo eximía de dar clases desde la semana siguiente hasta marzo. A esa altura pocos podían pasar por alto que en marzo precisamente se cumplirían 6 meses del inicio del experimento, pero era época de exámenes y Hobbes podía ser muy severo cuando quería, por lo que nadie se atrevió a mencionarlo en voz alta.

En febrero, el empleado de mantenimiento mencionado antes se sintió en el deber de comunicar a la junta departamental que el consumo de la sala del doctor Hobbes por momentos sobrepasaba con creces lo esperado por los reportes preliminares que el mismo Hobbes firmara en noviembre de 1979. La razón era que la sala había empezado a ser utilizada durante la noche por el doctor y sus asistentes, al parecer para optimizar la obtención de resultados. Hayden se encargó de echar paños fríos sobre el asunto, recordando que el doctor Hobbes era todo un orgullo para la institución y que, después de todo, solo faltaba 1 mes para la fecha de término. 


 En marzo, el experimento finalizó. Hobbes no parecía especialmente aliviado, a decir verdad durante el último mes algunos decían haberlo percibido un poco estresado. Pero ahora que la obtención de datos había cesado solo quedaba redactar la confirmación o la negación de la hipótesis, nada más se podía hacer. Cuál era esa hipótesis era lo que en ese momento todos se preguntaban. Viktor y Alice volvieron a su país a principios de abril, después de ayudar al doctor Hobbes a archivar los reportes en su despacho. Las máquinas fueron llevadas en un cuarto contiguo a Echelon, Hayden pensó que en el futuro sería posible combinar el rendimiento de las tres maquinas con fines que él mismo ignoraba. Hobbes tenía programada una conferencia en el auditorio principal para mayo. Allí tendría la oportunidad de exponer (ante la junta departamental, el resto de los profesores y los alumnos que solicitasen un lugar en el salón) su hipótesis inicial, los resultados de su estudio, y las conclusiones que de él derivasen. La expectativa era elevada y Hobbes lo sabía.

Quince días antes de la fecha prevista para la exposición, Hobbes solicitó exponer en un salón más pequeño, solo ante la junta departamental y profesores invitados. Su recelo era inexplicable, excepto por la idea creciente en la universidad de que Hobbes no estaba satisfecho con los resultados obtenidos y que ahora solo quería presentar sus excusas por los gastos generados a la universidad. Para desilusión de muchos, el viaje de Alice que, junto con Viktor, quería acompañar a Hobbes en la conferencia, fue cancelado por el mismo Hobbes, que los telefoneó para decirles que no se molestaran en venir, que él los informaría de toda repercusión en detalle.

El 3 de mayo el decano Hayden, seis de los diez integrantes de la junta departamental, más 4 profesores que el doctor Hobbes había invitado personalmente para su exposición, salieron del salón confundidos, sin saber si el doctor era un visionario o si les había tomado el pelo.

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 Mi nombre es Francis. Hace poco me gradué en programación avanzada y diseño de software en la Universidad de California. Un año antes de finalizar la carrera comencé a pensar en algo para preparar mi tesis, y apenas había encontrado un tema que me convenciese vagamente. Solo tenía esbozados algunas hojas sueltas sobre el impacto de las redes sociales, sobre la posibilidad de que en el futuro los usuarios criados en una sociedad 3.0 pudiesen crear pequeños módulos sociales de diseños altamente personalizados, sobre una base intuitiva como las de los blogs.

Me invitaron a una conferencia en Iowa sobre el impacto de la electrónica en la vida moderna. En un momento uno de los especialistas dijo al exponer que una de sus fuentes de inspiración había sido asistir a las clases del profesor Hobbes. Yo aún no tenía idea de quién era él, y  un estudiante al lado mío dijo a su novia (o lo que fuese) algo de un experimento sobre el amor. Le pregunté de qué trataba eso, y me dijo que lo busque en Internet, que él solo había escuchado que Hobbes era un profesor de los 80 obsesionado por las computadoras y que un día se le soltó la chaveta. Rápidamente lo busqué en mi portátil, pero apenas encontré algunas vagas referencias al informe del experimento. En cuanto a Hobbes, solo pude averiguar que había enseñado en mi universidad entre 1973 y 1982, y que murió pocos años después. Decidí preguntarle a mi padre sobre el asunto, él había sido Decano durante esa época (por eso algunos profesores eran afectuosos conmigo). “Haysen eh?– me decían-, como anda el viejo Edmund? Envíele un saludo de mi parte”. Mi padre había sido reelegido en su puesto numerosas veces, hasta que se retiró en el 96, al cumplir los 60 años. Ahora tenía 76 y vivía solo, mi madre había muerto de cáncer en el 2004. Tengo una hermana, pero ella siempre anda viajando por el mundo y hace tiempo que ni él ni yo la vemos.

Así que fui a visitarlo como hacía siempre cada mes, desde que me había mudado a un departamento con dos compañeros de estudio. Su habla era pausada, y no tenía problemas para articular sus ideas, pero a veces divagaba. Me contó sobre Hobbes.

-¿Nunca te hablé de Hobbes?
-No lo creo.
-Que extraño. Hobbes era un tipo muy cuidadoso, siempre elegía las palabras que decía, y estaba muy interesado en las computadoras. Teníamos una grande en esa época ¡Ocupaba un piso entero!
-Echelon.
-Si, eso es ¿Ya te lo había dicho?
-Si, papá, pero esta bien. Me gusta escucharte hablar sobre ella.
-Bueno es que ahora son mucho más pequeñas y hacen tantas cosas… antes no era tan fácil… realmente costó mucho que la construyeran, los costos…
-Si, lo sé. Oye papá ¿Qué hay del experimento de Hobbes? ¿Es cierto que hizo un experimento sobre el amor?
-El amor… mira, si. Presentó una solicitud para traerle dos máquinas Ajax ¿Sabías que eran usadas para decodificar mensajes secretos en la Guerra Fría?
-Si ¿Nada mas pidió?
-Oh, si. También pidió traer a dos suecos que él conocía bien, no pedían mucho dinero. Parecían quererle. No recuerdo el nombre de él, pero el de ella era Alice, si supieras que linda era… Bueno, tu madre era linda sabes, esos grandes pechos sureños… pero Alice era como una modelo. Estaban casados esos dos, creo…
-¿Nada más?
-Ehm, bueno, lógicamente una sala de ensayo donde las máquinas pudieran instalarse y ellos trabajar cómodamente. No dejaban entrar a nadie, las ventanas siempre estaban tapadas. El sueco salía más para buscar repuestos de las máquinas que para ir al baño, jaja…- mi padre tosió un poco-. Y la junta me pidió que averigüe por que las máquinas se rompían tanto, y por qué se gastaba tanta energía. Pero yo les paré el carro -dijo señalando con el dedo-. Gracias a Hobbes teníamos fondos para investigar muchas cosas y sueldos para llevar a nuestras esposas de viaje. Les dije que lo dejaran en paz, que yo respondía por él. Se enteraron, sí que se enteraron-. Mi padre se puso rígido, yo sabía que en la mayoría de sus historias él decía haberse comportado como un general del ejército, cuando en realidad había estado más cerca de un paciente abogado.
-¿Y qué paso con el experimento?
-Después de seis meses Hobbes dio una conferencia especial, estuvimos yo, los integrantes de la junta, algunos profesores… creo que había algunos alumnos –mi padre entendió perfectamente que me tenía pendiente de sus palabras, así que empezó a tomarse su tiempo entre cada frase-. Y allí nos contó que en esos seis meses había puesto a las máquinas a correr de verdad. Él quería que se comportasen como seres humanos cuando se enamoran. Entonces le hizo hacer esto y aquello. Y habló del amor, oh, si que habló. Ese día llegué a casa y le traje un ramo de flores a tu madre y una caja de bombones de chocolate suizo. Es todo lo que puedo decir.
-Anda ¿No recuerdas más?
-Ehm… el experimento, si, claro. Hobbes dijo también… que no era posible realmente comprobar su hipótesis como hubiese querido. Dijo que en el futuro, cuando las computadoras como Echelon cabieran en la palma de la mano, entonces podría hacerse algo decente.
-Tal vez tenía razón.
-Quién sabe.
 -Supe que murió.
 -En el 86. Ya no enseñaba y tuvo un derrame cerebral. No pude ir a su funeral. Algunos decían que nunca pudo superar su divorcio.
-¿Y no hay material sobre ese experimento en alguna parte?
-Claro que sí. Hobbes pidió que se guardara toda la información del experimento en los archivos de la biblioteca, y así lo hicimos. ¿Acaso quieres consultarlo?
-Me gustaría.
-Bueno, necesitarás la autorización del Decano actual.
-Clayton.
-No es mal tipo. Dile que vas de parte mía, te dará lo que quieres..
-Lo haré. Gracias papá.
-De nada, hijo, de nada. Sabes que me gusta que vengas a visitarme.

Luego de esa suave extorsión, le preparé un té de hierbas medicinales. Hablamos sobre algunas nuevas tecnologías, él siempre me pedía que le cuente los últimos adelantos. También le conté sobre una chica que me gustaba, exagerando lo dramático de la situación y me dio algunos consejos, sólo por darle el gusto de ser mi padre de vez en cuando.

El Decano Clayton poco y nada sabía del informe de Hobbes, pero al llamar por teléfono a la biblioteca, pidió revisar los ficheros y efectivamente ahí estaba. Me dijo que solo debía llenar una solicitud en la biblioteca, que no estaba muy al tanto de que iba la cosa pero que tenga cuidado, que eran papeles viejos y que no quería que se estropeasen. “Mantelo alejado de las latas de cerveza de tus amigos” dijo, y con una sonrisa me despidió de su oficina. Minutos después, las cajas se apilaban sobre el mostrador de la biblioteca, con todos los reportes que las máquinas Ajax habían impreso a instancias de Hobbes y sus técnicos. Tuve que llamar a un amigo para que viniese a buscarme con su coche, llenando su baúl y su asiento trasero con miles de columnas de números, y folios con informes de cada fase del experimento. Antes de retirar la última caja, la chica que ese día atendía la biblioteca me dijo “Puedes llevarte esto también”. Parecía un viejo cuaderno, pero con solo hojearlo entendí que era una especie de diario con notas del profesor Hobbes.



 Apilé las cajas en mi cuarto, y al principio la información me pareció tanta que casi desisto sin siquiera empezar. Resmas enteras de papel repletas de números y balances constituían la mayor parte. Estaba acostumbrado a que ese tipo de información fuese procesada por la computadora. Hobbes había incluido oportunamente en cada fase numerosas observaciones, con informes y gráficos para cada una, que se sumaban al informe final. Preferí concentrarme en eso. También encontré una cinta con el audio de la conferencia que mencionó mi padre, adjunta a una transcripción completa.

En su exposición, Hobbes había comenzado diciendo que su hipótesis acerca del amor pretendía abstraer un principio invariable que regía todo el espectro del fenómeno. Acto seguido dijo que lo que se había propuesto, como todos pudieron prever a partir de ese momento, era simular determinados aspectos de la interacción amorosa mediante la realización de diversas tareas de cálculo impuestas a las dos máquinas especialmente destinadas a ese fin. Antes de continuar, Hobbes dijo que del mismo modo que las ciencias sociales ya habían hecho el equivalente a una autopsia en cuanto a lo que se refiere a la religión en sí, las ventajas de lograr una abstracción tal, de ser posible, en relación al amor ameritaba cualquier esfuerzo. “Si podemos entender el amor –fueron sus palabras-, este fenómeno tan individual desde un punto de vista estrictamente científico, es decir, su funcionamiento, un campo enorme se abre para las ciencias sociales. Las ventajas de este entendimiento podrían ser extrapoladas a la publicidad, a la política. Sobre todo en materias tan importantes hoy día como la creciente tasa de divorcios, la tasa de natalidad, la disminución o el aumento de la tasa de interés para los préstamos hipotecarios…”.

Luego dijo que en el amor podía observarse un patrón claramente identificable. En un intento de síntesis, Hobbes elaboró el “esquema del amor”. Las caras de los asistentes oscilaban entre la suspicacia y el beneficio de la duda. Algunos miraron su reloj. Hayden se veía despreocupado, el pensaba que no importaba lo mal que saliera la conferencia, de todos modos Hobbes bien valía la pena, y pensaba en la cuantiosa suba de su sueldo anual que le permitiría llevar de viaje a su esposa por Italia. Hobbes dijo más o menos lo siguiente: que en un “estado inicial absoluto”, los enamorados se remiten a una coincidencia originaria en la expresión mutua y genuina de aspectos profundos de su psicología individual. En ese momento que reviste diversas formas, la recompensa endógena es tan alta, que el individuo hará lo que esté a su alcance por volver a sentirla, mintiéndose a sí mismo, e incluso distorsionando su percepción de los hechos, llegando al extremo de la alucinación, dado el caso. Por lo que al momento originario le seguiría una fase de distorsión, en la que cada enamorado percibe al otro de la manera en que su neurofisiología se lo reclama, a fin de obtener la recompensa endógena tan preciada. Esta fase según Hobbes era inevitable, y para graficarlo intercaló oportunamente en las diapositivas la imagen de la obra de Magritte, “Los amantes”, en la que una risueña pareja se da un beso, con el agregado de que ambas tienen sus respectivas caras cubiertas por un pañuelo. El tercer paso y muchas veces el final, es el desengaño consiguiente a la fase anterior, en el que la distancia entre la distorsión y la información real que hace input en el cerebro es demasiado grande, viéndose obligado siempre alguno de los dos amantes a admitir que tal vez su objeto de deseo no fuese lo brillante que parecía ser. “Siempre –dijo Hobbes-, pero siempre, uno de los dos será capaz de asumirlo antes que el otro, porque el que los dos adviertan la verdad al mismo tiempo es altamente improbable, y cuando digo improbable hablo de posibilidades tan escasas como las que manejamos en la Física”. Acerca de la naturaleza de esa recompensa endógena Hobbes prefirió no explayarse, aduciendo que se permitió considerarlo como un elemento dado y cuyo análisis habría requerido de un estudio radicalmente diferente. Luego dijo que el amor siempre consta de estas tres fases, por más empantanadas que pudiesen estar en la apreciación del observador, y que por supuesto que la separación en tres pasos era una abstracción meramente intelectual, pero que era sin duda válida si podía derivar en la manipulación del fenómeno. Por último, concluyó en que el desengaño implicaba que uno de los dos amantes siempre se encontraba en posición de tener que despertar al otro de su ensueño, y que eso podía llevar a una variedad de desenlaces, aparentemente amplia, pero muy simple en esencia. “El vínculo cesa- y al decir esa palabra miró en derredor, atribuyendo correctamente a los asistentes el entendimiento de las distintas maneras en que un vínculo puede cesar-  o el vínculo continua, pero disminuyendo en gran medida el nivel de la recompensa endógena. En todo caso, el amor cesa de todas formas, dando paso a algo distinto. La clave reside en que tan dispuesta esté la psicología individual del amante para asumir una tasa de recompensa de menor intensidad, considerablemente menor a la de la fase inicial, pero asegurándose una constancia. Acerca de esta disposición podemos mencionar algunos factores de importancia, como la autoestima del indivuduo, así como su edad y su posición social, elementos que en definitiva remiten a uno solo: la expectativa del individuo de conseguir esa recompensa inicial con un nuevo amor”

Algunos asistentes arquearon sus cejas o miraron al de al lado, reconocieron esperar menos de la exposición del doctor Hobbes, hubo quien recordó alguna vieja historia, quien evaluó su presente amoroso, hubo quien recordó alguna excelente novela leía antaño, algún clásico del cine y hubo quien nunca había escuchado hablar del amor en términos tan poco negociables y sintió removerse algo en su interior.

Después intentó explicar lo que según él era una confirmación parcial, insuficiente de su hipótesis inicial. Ya entonces varios recuperaron algo de su impresión previa, porque ya se podía presumir que la demostración de Hobbes no iba a ser tal, y que en todo caso pediría un nuevo presupuesto para un experimento más costoso. El cambio de atmósfera fue visible, pero Hobbes intentó mantener la compostura. Explicó que durante los primeros 15 días, las máquinas fueron exigidas a ciertas tareas sencillas para comprobar su correcto funcionamiento y para conocer al detalle su potencial. Durante el resto de octubre, estuvieron exclusivamente dedicadas a elaborar en simultáneo secuencias numéricas de dos dígitos completamente aleatorias. La tasa de coincidencia entre los resultados de ambas máquinas fue almacenada como Tasa de Azar. El gráfico que Hobbes mostró daba clara cuenta de que cada coincidencia no determinaba para nada un aumento ni un descenso de coincidencias posteriores. Hobbes aclaró que en la interacción humana esto era imposible porque no podemos evitar retener información acerca de nuestras interacciones con los demás, pero que aún así era necesario delimitar una Tasa (ideal) de Azar.

Durante el segundo mes, Hobbes y los técnicos se habían dedicado a configurar diversos rangos de “recompensa” (iguales para ambas máquinas) para las coincidencias entre las secuencias numéricas producidas, de modo que cada coincidencia era retenida por las máquinas como un factor de “estímulo” para otras nuevas, introduciendo réplicas del mismo número en la serie de cifras posibles. Así se aumentaban las probabilidades de las mismas. De modo que si en el estado inicial coincidían en el número 32, la próxima coincidencia probablemente sería sobre el mismo número, lo cual se convertía en un doble estímulo para otra más, y así. Si la coincidencia era en otro número, invariablemente había sucedido que la recompensa seleccionada había sido poco significativa, por debajo de un 5%. En ese sentido los gráficos eran contundentes. No hacía falta traducir el significado de estos resultados, pero aún así Hobbes lo hizo, al decir que si dos personas tienen un momento de comunicación profunda, no tardarán en generar el siguiente, iniciando un crescendo, aún cuando no lo adviertan de esa manera y piensen que es obra del Destino. Y que si el siguiente momento profundo se daba por azar, entonces la recompensa no había sido alta.

Durante el tercer mes, se había experimentado con tasas diferenciadas de recompensa para cada una de las máquinas. Los gráficos mostraban que las coincidencias eran previsibles desde la tasa de recompensa de la máquina menos “estimulada”, de forma que por más que la otra estuviese recompensada en exceso, no le servía de mucho, sino sólo en la medida en que la otra lo estuviese. El beneplácito de Hayden crecía, iba sintiéndose mejor por no sólo haberle hecho un favor a su protegido, sino por haber podido contribuir a algo que en definitiva al menos pudiese tener alguna repercusión académica, por más falaz que fuese. No sería el primer experimento popular en constituir metodológicamente una farsa. Hobbes observó que en el amor no importa que tan enamorada esté una persona de la otra, no puede forzar la coincidencia si no hay algún interés de la otra parte. “Ahora verán –dijo Hobbes-, lo que sucedió con las máquinas fue que la que tenía mayor tasa de recompensa, llamémosle A, producía los números exitosos con mayor frecuencia, y tardaba menos de una hora en terminar reproduciendo una reducida serie de números, mientras la otra los producía a una tasa menor”. Hobbes proyectó un gráfico que denotaba esa evolución dispar y continúo. “De modo que cuando esa fase llegaba, era altamente improbable que se diesen coincidencias diferentes a las que A planteaba. Mientras tanto, la tasa de recompensa es menor para B, que entonces es capaz de evolucionar con un repertorio mas amplio de números exitosos, solo que la reducida serie que A termina fijando no le permite mostrarlo. Este fenómeno fue retomado en la última fase del experimento.” Hobbes también explicó que durante esta fase aumentó la cantidad de piezas solicitadas para repuesto, ya que muchas veces se incentivó a alguna de las dos máquinas al tope de su potencial de cálculo mientras la otra se mantenía en un nivel relativamente bajo. Hobbes entonces se puso visiblemente nervioso y dijo que el motivo de esa exigencia era la posibilidad de que tal vez la secuencia aleatoria que las máquinas generaban fuese solo aparentemente azarosa, y que en ese caso hubiese algún patrón identificable desde la otra máquina. “Si eso sucedía, la Taza de Azar habría quedado invalidada -dijo Hobbes- y tenía que intentar reducir ese riesgo en la mayor medida posible”. Y entonces el profesor Kipling, uno de los adjuntos de la cátedra de Hobbes, le preguntó si eso no habría podido significar también que podrían existir personas capaces de detectar patrones de comportamiento en el objeto de deseo, a fin de acoplarse a ese patrón y forzar así las coincidencias que alimentan el amor. Hobbes aceptó la observación con entusiasmo, dijo que eso último no solo era posible sino comprobable, y que se referiría a ello al final de su exposición.

Hobbes explicó que durante el cuarto mes, se trabajó con ecuaciones complejas en las que por un lado la máquina era incentivada a buscar la coincidencia numérica, y por otro, era “castigada” en la obtención de sus recursos energéticos si la tasa de coincidencias se volvía demasiado elevada, simulando lo que le sucede al organismo humano. También, se trabajó con diversos grados de intensidad para el efecto acumulativo del estímulo, de modo que con la combinación adecuada las máquinas podían sostener una tasa energéticamente razonable de coincidencia hasta después de cien combinaciones exitosas, luego de lo cual su alimentación bajaba del mínimo necesario y se apagaban. Este umbral de colapso era el que según Hobbes todo individuo evita a pesar de amar mucho a alguien, porque para amar ante todo hay que estar vivo, y al decir esto señaló con el puntero el eje de las abscisas, por debajo del cual la línea ya no representaba nada.“Aunque, claro está, también existen personas- dijo Hobbes- cuya recompensa por la coincidencia es tan alta que pueden dejar de lado el interés por la supervivencia. El hecho de que terminen de esa forma es precisamente lo que los vuelve tan poco numerosos, y funcionan como advertencia para los demás”. La cosa se estaba desmadrando un poco y tanto por las palabras como por el tono Hobbes se iba volviendo cada vez menos riguroso. Pero parecía haber sido meses de esfuerzo realmente comprometidos por la búsqueda de un nuevo punto de vista sobre el amor. Nadie protestó, la impresión general era que por lo menos valía la pena escucharlo.

El quinto mes fue utilizado para complejizar de la mejor forma posible la disyuntiva entre la autoconservación y la recompensa. La tasa de recompensa era elevada y ahora estaba ligada a mejoras en el rendimiento, es decir que a mayor número de coincidencias distintos recursos de procesamiento eran habilitados y el desempeño de la máquina se optimizaba, de modo que si ambas se “enamoraban” producían sus secuencias a un ritmo mayor. Pero a largo plazo el sostenimiento de la integridad de la máquina estaba relacionado estrechamente con la producción de un patrón numérico específico, llamado por Hobbes el Patrón Genuino. El Patrón Genuino era establecido previamente por los técnicos, y si cada una de ellas sostenía el suyo funcionaba indefinidamente a un nivel óptimo. Si la máquina adoptaba el Patrón Ajeno, es decir, el patrón numérico que surgía de las coincidencias con la secuencia producida por la otra máquina, su rendimiento mejoraba, pero a largo plazo la máquina colapsaba en alguno de sus componentes. Hobbes explicó que no importaba cuál era el elemento específico de la realidad del individuo que lo pone en conflicto con el amor, sino el conflicto en sí entre lo que uno realmente necesita y lo que la recompensa pide. Podían ser los proyectos personales, así como los valores inculcados desde edad temprana, e incluso el correcto funcionamiento de un órgano o parte del cuerpo. Pero invariablemente el amor generaría siempre una distancia respecto de la realidad que tarde o temprano tendría que ser atendida. Hobbes mencionó que su técnico Víktor le sugirió elaborar un principio por el cual la máquina “aprendiese” a abandonar definitivamente cualquier incentivo de coincidencia y adoptar de allí en más su Patrón Genuino, pero que él adujo que eso no sería válido, ya que nuestra tendencia a buscar la recompensa es a priori y no se puede modificar. Un integrante suspicaz de la junta preguntó si con a priori se refería a la genética de la especie, y Hobbes le respondió que no sabía si los humanos buscábamos el amor por genética o por aprendizaje, pero que en todo caso el aprendizaje debía ocurrir a una edad muy temprana, similar a la que tienen los pollitos para seguir a quien de ahí en más será su madre, y que por fuerza ese aprendizaje debía responder a condiciones generales de existencia, comunes a todos los seres humanos, por ejemplo, ser amamantados.

El último mes fue aprovechado al máximo para definir distintos márgenes de tolerancia a las consecuencias del Patrón Ajeno. Para ese entonces fue del todo claro que, si A tenía una mayor tasa de recompensa, atendería menos su Patrón Genuino, y que si la máquina B tenía una menor tasa de recompensa, lógicamente tendría que atender su Patrón Genuino en mayor medida que A, que era esta la manera en que mejor estaríamos representando el amor.” El profesor Kipling se había convertido en el único interlocutor activo de Hobbes, y parecía entender sus preocupaciones. Dijo: “Porque en el amor el que ama más se respeta menos, y viceversa”. “Al menos – replicó Hobbes- esa es la premisa que a priori observamos acerca del fenómeno, me alegraría saber que en ese sentido todos los aquí presentes estamos de acuerdo”. Un murmullo de vaga aprobación resonó en la sala, y Hobbes continuó. “De modo que durante el sexto mes, fuimos capaces de representar numerosas veces lo que llegamos a pensar que es el Esquema del Amor, es decir el drama que se representa entre los seres humanos bajo diversas formas y con una misma esencia: Un sujeto A obtiene del amor una recompensa excesivamente alta, lo cual lo lleva a efectuar acciones que ponen en peligro su solvencia. Posee una tendencia a instalar una serie fija de puntos de conexión con el otro, se podría decir que necesita mirarse en un espejo. Por su parte B no es perfecto, también recibe una recompensa del amor, pero en relación a A, tiene una tendencia a la autonomía, y se resiente más rápidamente de las deficiencias en el sostenimiento de la misma. La interacción entre ambos se da en 3 fases. En la primera, son capaces de ver sin distorsión los puntos de conexión entre ambos. Esto lleva progresivamente a un establecimiento, conciente o no, de situaciones en las que ambos ya han experimentaron antes una cercanía profunda. En algún momento, la autonomía de B se resiente, o tal vez la de ambos, solo que B puede verlo con mayor claridad, así que él intenta recuperarla e alguna manera. Esto entra en conflicto con la necesidad de A, que ahora necesita su recompensa más que nunca, y que hará lo posible por negar el conflicto y convencer a B de que todo está bien. De aquí en más puede pasar que B provoque la separación en pos de su autonomía, o que A logre convencerlo de que se acostumbre a una autonomía menor a cambio de una recompensa estable. Es entonces cuando puede empezar una nueva fase en la relación, que refiere a la vulgar distinción entre amor y enamoramiento. Todo depende de lo que B esté dispuesto a aceptar. Ahora bien, B tiene una tendencia a la autonomía mayor a la de A, pero eso no significa que no obtenga una recompensa en el amor. Este es el punto que puede ser explotado por A, sea conciente o no al hacerlo.”

A continuación Hobbes dijo que en todo fenómeno del universo conocido, siempre que se observaba a dos elementos en interacción, el comportamiento de alguno de los dos se volvía predecible a partir del comportamiento del otro, en una jerarquía asimétrica. Es decir, que uno de los dos elementos en cuestión siempre es dominante y comanda al otro. Comenzó a ilustrar ese principio enunciando fenómenos de diversos campos: los planetas y sus satélites, el sol y los planetas, los ojos de una persona, entre otros. “El amor –dijo- no iba a ser la excepción. Porque entre dos cuerpos de cualquier clase y analizados por cualquier disciplina, encontramos que si interactúan necesariamente entran en un juego de fuerzas, en el que uno de los dos tarde o temprano domina al otro. La base de esta fortaleza en los planetas es básicamente su tamaño, como sucede en la batalla de los sexos. En el amor la probabilidad de dominación se sustenta en la intensidad de la recompensa.” El profesor Kipling interrumpió nuevamente a Hobbes. “Siempre hay uno que ama más que el otro ¿No es cierto?”. “Exacto- respondió Hobbes-, y ese es el que más tiene por perder. Ésa persona es la que tolerará consecuencias más graves para su integridad, con tal de seguir obteniendo la recompensa. Esa es la persona que se negará a ver lo que en realidad está pasando, mientras la otra comienza a pisar el freno de la relación. En este punto final del proceso, el juego de fuerzas entre ambos se define, y la capacidad de uno para recuperar su autonomía confrontará con la necesidad del otro por retener lo que los une.” Uno de los integrantes de la junta no pudo contener sus reservas ante un esquema basado en dos tipologías tan reducidas que pretendiese abarcar una multiplicidad tan grande como la del hecho amoroso. El semblante de Hobbes se volvió sereno, como el que adoptaba cuando respondía a una ingenua observación de uno de sus alumnos, y dijo “No hay dos personas iguales en el mundo. Pero no olvide que tampoco hay dos cuerpos iguales en el universo, y eso no impide que podamos ver en la interacción entre dos de cualquiera de ellos, leyes abstraíbles, universales y aplicables para cualquier eventual encuentro entre cuerpos jamás vistos. Por la misma razón que no hay dos seres humanos iguales, es que entran en un juego de fuerzas, y por más mínima que sea la diferencia, siempre uno necesitará del amor más que el otro.”

Luego Hobbes dijo que con los recursos de que habían dispuesto había resultado imposible ir mas allá, y que la hipótesis inicial distaba de ser puesta a prueba en toda su extensión. La junta expresó rápidamente que no podía otorgar fondos para un experimento similar al menos hasta dentro de 1 año, y que tardaría mucho más aún en equiparse de una máquina similar a Echelon si en eso estaba pensando. Pero Hobbes dijo “No era eso lo que quise decir. Verán, durante el experimento surgieron numerosas variables que nos vimos imposibilitados de abordar, aún cuando eran imprescindibles para sistematizar el fenómeno del amor. Como dijo el profesor Kipling, existen individuos capaces de advertir la aspectos esenciales de la personalidad del otro, para reproducirlos en sí mismo, provocando artificialmente la conexión profunda ¿Es eso lo que quiso decir?”. Kipling asintió, y Hobbes continuó. “También sucede con mucha frecuencia que el sujeto B provoca la ruptura indirectamente, haciendo algo que A no puede perdonar. Y también es muy cierto que cada historia de amor es capaz de afectar al sujeto decisivamente en su comportamiento, alterando su destino para siempre. A puede aprender a absorber menos a B. B puede aprender a resignar cierta independencia respecto de A. Pero hoy día no existen máquinas que puedan representar esos hechos con el grado de correspondencia que necesitamos. Quiero decir que en este momento no es posible llevar a cabo el experimento con la complejidad que se requiere, porque no hay máquina en el mundo que pueda procesar la información con el nivel de rapidez necesaria, ni capaces de aprender a funcionar de otra manera que de la que fueron programados.” Kipling dijo si hacía falta esperar al surgimiento de una Inteligencia Artificial. “No estoy seguro de que haga falta superar el Test de Turing –dijo Hobbes-. Solo digo que la capacidad actual de cálculo de la computadora más poderosa no es suficiente, y que las generaciones futuras serán las que en todo caso podrán llevar a prueba un experimento más adecuado. Mis técnicos y yo nos contentamos con sentar un precedente en la materia. Por eso solicito a la junta que esté de acuerdo en almacenar los informes que recogen toda la información acumulada durante estos 6 meses, sumado al informe final que ha sido la base de la exposición de hoy, para que en el futuro cualquier interesado pueda consultarlos y tomar de ellos lo que necesite, a fin de realizar un nuevo experimento.”

Releí la transcripción varias veces. Reconstruí imaginariamente los rostros de los asistentes, incluso llegué a imaginar algunas cosas que mi padre pudo haber pensado durante la exposición. Estaba atónito y fascinado a la vez por la audacia de Hobbes para encarar un experimento así, y no menos por su capacidad para reconocerlo fuera de sus posibilidades llegado el momento. Miré fijamente la única foto suya que había encontrado en Internet, impresa y pegada sobre el papel de corcho encima de mi escritorio: casi calvo, pómulos huesudos. Llevaba camisa y unos lentes, la foto parecía sacada para alguna clase de identificación. Tenía que haber sido un hombre inteligente y solitario. Un sabio de la montaña mezclado entre nosotros. Entonces supe que tenía que retomar el intento de Hobbes donde él lo había dejado.


 A diferencia de Hobbes, yo no necesitaba fondos de la Universidad para mi proyecto. Me alcanzaba con armar dos computadoras de buen rendimiento con una parte no demasiado grande de mis ahorros. Conocía proveedores que me venderían casi al costo, y ensamblar los componentes era muy fácil. Además, siempre que se arma una máquina para un tipo de tarea específica, uno puede prescindir de muchas cosas innecesarias. Lo que yo necesitaba era que cada una tuviese procesadores de alta potencia, y que su memoria RAM no se quedara corta. Estaba pensando en manejo de cálculo de alto nivel en simultáneo, a niveles con los que Hobbes solo habría podido soñar. Iba a necesitar una conexión de alta velocidad entre ambas, así como discos rígidos con capacidad de varios terabytes , no había necesidad de imprimir la información, solo de almacenarla.Y también pensaba en alguna clase de representación gráfica en tiempo real del proceso, para que cualquiera pudiese tener una impresión más intuitiva de todo. Las placas de video tenían que estar a la altura.

Cuando Josh y Bruce, mis compañeros de piso, vieron las dos máquinas sobre mi escritorio, pensaron que había comprado algún juego estilo Modern Warfare y que quería jugar en modo duelo o cooperativo todo el día. Después Josh largó una de sus ocurrencias bizarras y dijo que en realidad mi idea era tener dos máquinas para que la chica de turno y yo miremos porno cada uno por nuestra cuenta antes de acostarnos, lo que según él marcaba un panorama del futuro en las relaciones sexuales. Espanté sus desmanes con un gesto de asco, en el fondo sentía que a Hobbes le habría pasado algo parecido en su momento. Entonces Bruce comenzó a espiar adentro de los gabinetes, abiertos para una mayor ventilación. “Procesadores de 12 núcleos, placas Geforce último modelo, memorias RDRAM, coolers extragrandes… ¿En qué estas pensando Fran? ¿Tiene esto algo que ver con los papeles del loco ese que me hiciste traer el otro día?” dijo, y mientras hablaba miraba en derredor, confirmando su última suposición, al ver desplegados por toda la pared hojas que reconoció de los folios con informes, así como diagramas y anotaciones hechos por mí. No los saqué a patadas solo por ser mis amigos, pero les dije que no podía hablar del proyecto hasta haber terminado. Se retiraron, Josh con un gesto de suspicacia, y Bruce con preocupación en el rostro. Con la puerta entreabierta dijo “Te conozco y sé cuando estás hipnotizado por algo o alguien. Sea lo que sea, no te olvides de comer mientras estés con esto y si me necesitas estoy en mi cuarto”. “Yo conozco a unas amigas que pueden interesarte, ellas podrían…” dijo Josh, antes de que Bruce cerrara la puerta para no dejarlo terminar.

Me tomó una semana diseñar el software adecuado, y una semana más hacerlo correr sin errores. Comencé con lo simple, establecer la Tasa de Azar. Decidí anotar en lo posible todo lo relevante sobre cada etapa. Después empezó lo bueno, cuando probé distintas tasas de recompensa. El modelo de Hobbes basado en coincidencias de números simples funcionó bien, pero sabía que en algún momento tendría que subir la apuesta. Me decidí por módulos complejos, de modo que cada máquina pudiese analizar grandes flujos de datos, a fin de obtener recompensas a partir de grupos de coincidencias, filtrados entre las múltiples diferencias. Los gráficos se iban sucediendo uno a otro, y en cada uno de ellos yo veía historias de amor. Cada pantalla daba su versión de la historia. Algunas eran clásicas, iniciaban con un ascenso agudo, para caer en un ángulo grave en una de ellas, mientras la otra daba tumbos hasta el estrepitoso final. Otras iniciaban con un ascenso progresivo, declinando de la misma manera. Había algunas donde A anulaba a un rendido B, y otras donde B se distanciaba para volver  esporádicamente con A. El programa que había diseñado permitía que los componentes de la máquina se desempeñaran al nivel de rendimiento que yo deseara, tal como si se tratase de una vieja Commodore, o cerca del máximo posible, si así yo lo quería. De modo que podía establecer perfiles específicos, les ponía un nombre y observaba su evolución a lo largo de un periodo de tiempo, a través de varias historias con otros perfiles. Comencé a apasionarme por algunos de ellos.

Una vez Bruce me trajo una bandeja con comida china, y cuando le dije que A-2 estaba a punto de engañar a B-4, hizo una mueca mientras me decía que él invitaba esta vez. Pronto tenía un universo de identidades artificiales interactuando entre sí, alterándose continuamente. Continuas reformas eran las que debía hacer al software inicial, entre otras cosas para permitir introducir el equivalente a factores externos a las relaciones amorosas, como el dinero o los amigos. Si al principio pensé en mi tesis y en una exposición razonable de mi proyecto, entonces ya pensaba en algo muy diferente, buscaba una especie de revelación que me diera una comprensión mística del asunto.

Mientras tanto, asistía a clases y me preparaba para los exámenes, pero no me quedaba en el comedor después de hora, me iba directamente a casa a analizar más resultados. Jennifer era la chica de la que le hablé a mi padre, estudiaba Diseño Gráfico y como yo, estaba al final de su carrera. Mis problemas siempre le parecían menos graves de lo que decía, tenía esa habilidad de hacer todo más simple y de hacerme sentir que yo pensaba demasiado las cosas. Le pareció raro que ya no me quedase a almorzar con ella. Me alcanzó a la salida y me preguntó si ella había hecho algo malo. Le dije que no, pero que tenía un proyecto entre manos y que no podía pensar en nada más hasta tenerlo terminado. Entonces me miró a los ojos, y con un gesto de no entender algo dió media vuelta y se fue.

Después de un mes y medio de experimentar con los perfiles, sentía que había llegado a un punto crucial. Tenía un perfil de A y otro de B altamente desarrollados, A-10 y B-7. A esta altura me permití explicarle a Bruce de que trataba mi proyecto. Le dije: “A necesita del amor, pero aprendió a cuidar el vínculo respetándose a sí mismo, de modo que puede manejar mejor su impulso de absorber a B. B sigue priorizando su autonomía, pero aprendió a equilibrarla con recompensas elevadas, exponiéndose más que antes. Y entonces se encuentran.”. Le dí inicio al encuentro entre ambos perfiles, dando lugar a un gráfico equilibrado, con vaivenes que no amenazaban la estabilidad del vínculo. Ambos habían aprendido a contener sus correspondientes tendencias destructivas, parecían enganchados en una coreografía bien practicada. Eso me hizo estar más seguro que nunca de que todos necesitamos lastimar a otros y ser lastimados para llegar a entender lo que realmente queremos. Así se lo dije a Bruce. Él dijo que podía ser, pero que para entender esa clase de cosas la vida era la mejor maestra, y después se fue a tender la ropa al balcón del comedor.

 Dos semanas después de nuestra conversación, Jennifer tocó el timbre de mi departamento. Tal vez le pidió la dirección a Bruce, el también la conocía. Fue él quien la dejó pasar y le indicó mi cuarto, por lo que su aparición en el marco de la puerta me dejó sin palabras por unos segundos. Primero miró a las dos máquinas, y luego comenzó a recorrer las paredes plagadas de reportes, notas y diagramas improvisados. Algunas hojas contenían frases en mayúscula y tamaño gigante, en tono de aforismos existenciales, aún cuando para mí eran parte de rígidos axiomas. Me arrepentí de haber escrito algunas como “todos necesitamos lastimar a otros” (en rojo), o “En muchos casos B cree que la felicidad es resignarse a estar con A”. Esa última hoja fue la que Jenny desprendió de la pared, y con ella en mano me pidió si podía explicarle de qué se trataba el proyecto exactamente.

“A ver si entiendo –dijo Jenny-. A siempre ama más que B. Pero ¿Que pasaría si B se encuentra con otro B?”. “Eso es imposible- dije-. Porque siempre hay uno que ama más que el otro, y esa diferencia en algún momento se hace valer, dándole a cada uno su lugar en la ecuación”. “Pero entonces yo puedo ser A hoy y B el día de mañana”.”Por supuesto, A y B son términos relativos, aún cuando haya personas mas predispuestas que otras a ser A o B”. Le mostré como funcionaba el programa que había diseñado, y le mostré qué fácil era seleccionar los perfiles desarrollados para hacerlos correr, enfrentándolos. También le dijo que B-7 era mi preferido, un equilibrista entre su inconformismo y su necesidad de ser feliz. La verdad estaba un poco nervioso por su presencia, a Jenny no se le escapaba nada y mi cuarto era un desorden. Fui a buscar algo para tomar, y cuando volví Jenny me dijo que la parte gráfica del programa podía ser mucho más elegante y simple a la vez, incluso tridimensional. Y luego volvió al ataque.

-¿Y qué pasaría si B se encuentra con B?
-Ya te dije, eso es imposible.
-Bueno, pero ¿Qué pasaría?
-No entiendo ¿Para qué habría de…?
-¿Me estas diciendo que montaste todo este laboratorio de simulación y todavía no te atreviste a ver que pasa si enfrentas a B con otro B?¿De qué tienes miedo?
-Es que esa clase de cosas no suceden Jenny, yo podría simular muchas cosas así que nunca…

Y entonces me di cuenta, por la forma en que me miró y después miró a las máquinas, de lo que iba a pasar. Yo estaba sentado en mi cama con un vaso de agua en la mano,  y ella estaba sentada en mi butaca frente a las computadoras, con todo lo que necesitaba saber. Con la rapidez de un rayo copió el perfil de B-7 y lo traspasó a la otra máquina. Después lo seleccionó en ambas y los echó a correr. Desde mi cama no podía ver las pantallas, pero no me pareció que valiese la pena asomarme. Solo cuando me pareció que la luminosidad reflejada en el rostro de Jenny era extraña, me asomé y vi que las pantallas se habían vuelto locas. Por mi cara y por la diferencia con los gráficos que había visto antes, Jenny sabía que estaba pasando algo extraño, ambos coolers se habían activado a la máxima potencia, y el nivel de consumo se hacía más y más elevado. No me moví, incluso cuando sabía que las máquinas no iban a parar por sí mismas. Tampoco me moví cuando saltaron chispas del estabilizador y ambas se apagaron. Supe que las dos máquinas estaban perdidas, y ella también. Jenny dijo que tendría que haber comprado componentes de mejor calidad, pero como yo no hablaba y miraba fijo por la ventana encima del escritorio, comenzó a esbozar una disculpa. Mi boca ya no estaba abierta, la miré y dije “No entiendes Jenny, el experimento finalizó”. Sonreí. Ella propuso ir a comer algo al centro tomando el bus de las 8. Yo propuse ir caminando.

martes, 20 de diciembre de 2011

El polimodal (19)


El parque abría sábados y domingos. Mi tarea era esperar en la entrada al grupo designado, generalmente de 15 a 20 chicos de entre 7 y 13 años (acompañados de algunos padres), para guiarlos por los juegos según un diagrama mas o menos improvisado pero que terminaba siempre en un gran comedor, donde todos los grupos comían y le cantaban el feliz cumpleaños a algún nene o nena de papá. Tenía que estar pendiente de que nadie se lastimara, de negociar constantemente con los que se portaban mal, mi peor terror era que algún nene se perdiera por ahí en medio de la marea de gente, y de alguna forma me sentía bien teniendo esa responsabilidad, por estresante que fuera. Odiaba el uniforme, un pantalón caqui con una remera azul que me quedaba grande, zapatillas de lona. Pero tener ese dinero ya no solo era necesario para la revista, sino para comprarme algo de ropa, para escapar de las extorsiones de mi madre, no tener que pedirle plata para todo y no depender de su generosidad para salir.

Cubría mis gastos, eso era algo que ya no podía echarme en cara, haciéndome sentir como una sanguijuela. Y cuando a fin de mes se terminaba la pasta de dientes, el papel higiénico o no había plata para comprar leche, y sabiendo perfectamente que en la primera semana se había gastado en pelotudeces (como esos viajes innecesarios en remis o esas cremas que se acumulaban en su cómoda), yo iba y sin decir nada compraba. Cada vez que lo hacía sentía un regocijo muy intenso, una extraña plenitud, en el fondo una pequeña venganza contra el orgullo de mi madre. “Ay, gracias hijo…” decía, como si mi ayuda viniese del cielo. Yo asentía con una sonrisa. Se fue dando cuenta de que no era tan simple, empecé a hacer comentarios agrios en el momento exacto en que la veía a punto de hacer esos extraños gastos de principios de mes, como si yo tuviese derecho a opinar sobre la economía de la casa. Eso realmente la sacaba de quicio, y como yo aparentaba ser razonable y preocupado,  y como ya no podía amenazarme con no darme dinero para mis cosas, con el tiempo logré que a fin de mes no faltara lo básico.

En la semana veía a Melina en el colegio, que cada vez salía menos al patio en el recreo. No podía quedarme solo en el salón si los pibes salían, hubiese quedado en evidencia. Pero a veces volvía un rato antes de que sonara el timbre y ahí estaba ella. Si estaba Alejandra tenía que mantener equilibrada la conversación con ambas, pero sino podíamos hablar tranquilos. Cuando estaba solo, me acordaba de mis conversaciones con ella, repasando los momentos más intensos con deleite, sonriendo sin poder contenerme. También imaginaba líneas de diálogo distintas a las que habíamos tenido, cosas que ella o yo habríamos podido decir, réplicas posibles para los momentos en que ella me dejaba sin saber qué decir. También pasaba que se me ocurrían cosas aisladas para meter en algún momento, algún juego de palabras, alguna metáfora indecente pero rebuscada, decepcionar a Melina no era una opción. Pero con ella, como con los pibes, también tenía esa sensación de que al hablar con ella algo único iba a pasar. Porque no importaba cuantas cosas hubiese imaginado yo en soledad, nuestras palabras siempre tomaban aguas rápidas, un camino imprevisible en el que cada paso alumbraba el siguiente, en el que mis pensamientos y los de ella entrechocaban continuamente, en un duelo de ingenio y temple con el que los dos nos hacíamos cada vez más agudos. Y en el fondo me sentía un miserable, porque mientras yo invertía gran parte de mi tiempo pensando en esos encuentros, contemplando posibles escenarios para aumentar mis recursos, estaba completamente seguro de que ella no lo hacía, de que le alcanzaba simplemente con ser como era. Yo sentía que si Melina no decía nada, era porque no había nada para decir, y que si yo no decía nada, era porque mi imaginación se había quedado corta.

Los fines de semana en la veía en el Parque. Si el grupo que tenía ese día era de nenes muy chicos podía llevarlos a su sector, donde ella podía estar manejando el carrusel, la pista del trencito y cosas así. Entonces ella podía verme hacer de niñera y reírse de mí. También podía verla en el comedor, cuando entre grupo y grupo me hacía espacio para comer o tomar algo y coincidía con su descanso. El comedor era muy parecido a esos que se ven en las películas yanquis de la prisión, mesas largas en las que se juntaban grupos más o menos cerrados. Como muchas veces estaba acompañada, yo me sentaba a comer solo haciéndome el que no la había visto, esperando que ella viniese con su bandeja a buscarme pelea. A veces lo conseguía, a veces no.

Podía pasar que coincidiese con Daniel, pero su sección tenía mucho más personal y mandaba a varios al descanso a la vez, por lo que él siempre estaba con un grupo de gente. Daniel siempre lograba imponer sus condiciones a quienes lo rodeaban. A la mayoría caía simpático porque sabía qué decir y cómo para agitar las aguas y tornar una conversación aburrida en carcajadas. Lo que siempre pasaba era que alguien se mostrara receloso de él, que no lo tragara y que, sin enfrentarlo directamente, intentara boicotearlo. Esa clase de persona era perfecta para él, porque la tomaba de punto, utilizándola para hacer reír a los demás. En el caso de los varones podía ser un tipo desplazado del centro de atención o el eterno amigo de alguna chica que andara atrás de él. A las mujeres lindas las trataba como si no fueran la gran cosa, y ellas estaban tan acostumbradas a seducir con solo vestirse bien y sonreír que se volvían locas por llamar su atención. Así se exponían más y más, y como un cazador que no ataca al animal hasta que está lejos de su cueva, Daniel las dejaba ir más y más lejos. En el Parque no le convenía exponerse mucho por Antonella, y eso le generaba el inconveniente de que le hiciesen propuestas muy evidentes para transar. Salvaba su orgullo retrucando fuerte, con frases como “¿Entonces da para un pete?”, de tal manera que sus pretendientes no podían aceptar sin dar mucho más de lo que esperaban, pero sonreían al recular, como si lo estuvieran considerando. Daniel me contaba sobre esas situaciones. Yo le hacía observaciones, y como él veía que yo entendía la complejidad de muchas cosas en sus manejos, me daba más detalles y analizábamos en conjunto el camino a seguir. Una vez me presentó a sus compañeros y me senté con ellos, pero yo prefería estar solo por si Melina venía.

A veces yo iba para su casa a la tarde, cuando no tenía nada para hacer. Su familia ya me conocía. También íbamos al kiosco de revistas de Héctor y llevaba un ajedrez de tablero magnético, de esos que se pliegan con las fichas adentro. Hacíamos ganador queda, pero yo nunca podía ganarle. Pero esa vez jugamos en la vereda de su casa, tomando gaseosa. No importaba si jugaba con blancas o negras, el resultado era el mismo. Mi único progreso era que las partidas durasen cada vez más tiempo, me iba defendiendo mejor. Mientras jugábamos hablábamos de muchas cosas. Una vez se la compliqué y el partido duró más de lo normal. Entonces me dijo que me iba a marcar mis errores de juego.

-Te preocupás mucho por la defensa. Cuando yo saco mis peones al centro, vos movés el peon-caballo del rey para ir preparando el enroque.
-Ahá.
-Como sé que estás tan preocupado por esconderte, voy al ataque de lleno. Me ubico de tal forma que tu esfuerzo sea al pedo. Pocas veces hago mi enroque porque no lo necesito ¿Entendés?
-Pse.
-O sea tus piezas siempre están protegidas, pero llega un momento en que hay que abrirse paso y sacrificar algunas, para abrir huecos en la defensa del otro. En esos cambios siempre salgo ganando, porque como estoy dispuesto a sufrir pérdidas, los hago con iniciativa. Yo decido cuando me conviene perder un caballo para que pierdas un alfil, o cuando puedo permitirme perder un peón para ganar una posición útil.
-Me cuesta aflojar las piezas, y las termino perdiendo igual.
-Las terminás perdiendo igual ¿Te das cuenta?
-Se.
-Y nunca, nunca tenés que resignar el centro del tablero, ahí es donde se define todo. Si yo abro moviendo el peón-dama al centro, vos tenés que hacer algo para pararlo. Y si yo muevo otro para apoyarlo, lo mismo. No pelear esa zona es un suicidio, por más bien que protejas al rey.
-Claro.
-Te defendés bien, pero te atrincherás tanto que no es necesario que yo me cuide, eso hace que mi ataque gane siempre. Podés jugar a la defensiva, porque se puede, pero para eso tenés que saber atacar también.

Desde ese día nuestros partidos fueron cambiando. Estaba claro que me costaba atacar, y tropezaba mucho con errores torpes, perdiendo incluso más rápido que antes. Pero con el tiempo lo iba entendiendo mejor. Empecé a aceptar los sacrificios de piezas con rapidez, desconcertando a Daniel. Cuando esas tormentas de cambios tenían lugar el tablero se despoblaba rápidamente, y eso me gustaba porque de repente todo era más simple y quedaba manifiesta cualquier ventaja. Una vez logré hacer tablas. Otro día tuve chance de jaque mate pero no la vi a tiempo, me la marcó Daniel después de ganarme, reubicando las piezas. Otra vez tuve un final de reina contra su rey y me sacó tablas. Daniel dijo que nunca tenía que confiarme de las ventajas, seguir jugando como si estuviésemos mano a mano. De todas las veces que jugamos solo le gané un par. Empecé a pensar que mi manera de jugar estaba muy relacionada con mi manera de hacer las cosas en general, como podía ser en mi necesidad de no quedar mal nunca con Melina. Cuando veía a Daniel siendo guaso con una mina, pensaba “pierde piezas, pero ahora ella sabe que si le dice algo picante no puede decir que es inocente, así que cuando eso pase Daniel va a poder avanzar sin temer un rechazo”. Y cuando veía a Daniel en medio de un grupo siendo el centro de atención, o incluso haciendo chistes sobre otra persona con tal de seguir siéndolo, entendía que él no podía resignar esa posición de ninguna manera, intentando manejar su destino y el de los demás.