miércoles, 23 de abril de 2008

Alquimia

Era lo que se puede decir una reunion de amigos, gente de generaciones cercanas conversando en torno a una mesita en el centro. Vasos a medio tomar, por un lado alguna discusión por una cuestión frecuente, por allá risas rasgaban el aire. Uno podría pensar que todos usualmente sienten ese momento, no que lo piensan, pero entre ellos había uno que iba y volvía entre un hilo argumental de algún diálogo, y sus elaboraciones acerca de, en principio, las personas que se encontraban ahí con él, pero en realidad de cualquier cosa, y casi siempre acerca de sí mismo. Por momentos observando fijo los movimientos y expresiones del que hablaba, y luego ya la vista fija en el paisaje de sombras que ofrecía la ventana de la noche invernal. Hubo un tiempo en que este vaivén le resultaba absurdo y exasperante, como algo ajeno y desdichado. Ahora ya lo asumía como parte de si, necesariamente, o en otras palabras, se había acostumbrado.
En ese constante trance había alguien a quien él se encontraba mirando languidamente al final. Una y otra vez volvía a su mundo interior, y otra vez encontrábase ante ella como un paso inevitable y, peor aún, deseado ¿Sería el único que habría dado en mirarla así?¿No era en verdad encantadora, sin rastro de esa vanidad tan asquerosa que suelen tener algunas diosas de porcelana? Sí. Y al escucharla contar su historia pudo desvelar por momentos el alma, la raíz de su divinidad.
La velada pasó, durante su transcurso él asimiló que el vivir con ella las cosas que se imaginaba una tras otra le estaba vedado por propia voluntad, mas allá de que en todo caso lo estuviese por voluntad de ella. No iba a permitirse ni siquiera intentarlo. Se limitaría a mirarla así, hechizado, aunque lo disfrutaba de todas formas.

Cuando estaban en la puerta, amanecer tardío, se volvió un segundo, la miró y le dijo si podía abrazarla, temiendo que lo mirara extrañada y esquiva. Ella le dijo alegre. -¿Qué pregunta es esa?-. Me brotó una sonrisa terriblemente infantil y crucé mis brazos sobre su espalda sin estrujarla, apoyando suavemente mi mentón en su hombro, pero a la vez sin titubear. Se reía, me daba palmaditas en la espalda como leyéndome la mente. -Bueno, bueno, ya está...-. Un instante después recosté mi mejilla mirando hacia afuera, y dí un suspiro suave, delator. -Sí, esto es...-. Me soltó despacito y me miró intrigada: -¿Qué cosa?- preguntó. -El momento. El momento dorado-. Pensé que no me había entendido y seguí. -Cuando sentís que en ese momento hay una persona tocando tu alma. Y no importa nada más-. Había entendido toda la idea antes de que abriera la boca, pero se quedó callada, parecía seria. -Se necesitan dos corazones auténticos, y un guiño del destino- agregué, y ella enseguida me dió un empujón burlón diciendo -¿podrías haber avisado no?. Su cara de enojo juguetón se desbarató y los dos echamos a reir al mismo tiempo. Nuestro amigo en común había visto todo a un costado y dijo -Se hacen los publicidad de chocolate-. Carcajadas.
Nos despedimos todavía tentados, y arriba del auto él me preguntó qué había pasado, qué había significado ese abrazo. Yo tenía la mirada en el asfalto en movimiento con ese gesto de sonrisa casi imperceptible: - Alquimia-.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

"-Cuando sentís que en ese momento hay una persona tocando tu alma. Y no importa nada más-". Es una pena que estas cosas no pasen tan seguido, aunque si así fuera no sería tan especial... Es hermoso esto que escribiste.