martes, 1 de julio de 2008


La lluvia no cesaba. El que siempre lee sentado en el sillón al lado de a mesita del velador, leyendo. El orador miraba el fuego arder parado como si esperase a ser retratado por mano maestra, y el del pecho oprimido miraba por la ventana, al menos hasta donde se podía ver, con su mano apoyada al vidrio. Fué este último quien perturbó la sala, inquiriendo:
-Una pregunta.
El que lee siguió leyendo, el gran orador permaneció atento a la marea de las llamas en el hogar.
-Una pregunta es, siempre y al principio, una amenaza.
Ahora había atraido la atención del que lee, que lo miró de reojo, y el orador tal vez paró la oreja.
-Una pregunta debe ser, por eso y ante todo, neutralizada. Atendida correctamente es enmarcada según su contenido y asimilada. Cada una de ellas una vez dominada yace así como trofeo de guerra y collar de colmillos, el sistema se muestra apto, y fortalecido busca probarse cada vez más, a la caza de nuevas presas a refutar.
El que lee pestañó extrañado y apoyó el costado de su cara en la mano mirando al que había hablado. Se preguntaba si aquél se daba cuenta de hacia adónde estaba yendo la cosa. No lo interrumpió aún, no tardaría en hacerlo.
-Pero... no puedo dejar de pensar que esto no tiene mucho sentido, siempre hubo preguntas que... se me demostraron indómitas, demasiado salvajes, pasajes directos al infierno. Y caigo.
-Es lo que toda teoría hace, buscar su alcance. Cada expectativa encuentra eventualmente su Némesis, por definición. Usted cae mas allá donde su frontera no lo resguarda del caos, y no hace otra cosa sino olfatear esos abismos, una y otra vez.
-Pero descubrí algo. Una vez que el vértigo cede y la mirada se acostumbra la verticalidad también cede. La pregunta había de ser esta vez dominada de un modo completamente diferente, haciendo de la pared que observa impasible nuestra precipitación nuestro nuevo suelo.
-Usted domina visceralmente ahora la gravedad de su ser. Bien hecho.
El que leía sonrió suavemente a su interlocutor al celebrar su avance. El orador permanecía en su pose pero dilató sus pupilas, como si las flamas le hubiesen revelado un perfil esencial e irrepetible en su danza.
-Hay algo en todo esto que no termino de entender y me inquieta... Si mi centro de gravedad siempre habrá de cambiar... Adónde voy?
-Recuerde cuando la muerte fué vencida esa vez. Volaba en círculos sobre su cabeza y lo enredaba en susurros. Usted comprendió la fábula del mago de Oz y tumbó al fantasma. Abatido el monstruo, vió la oportunidad de colocarse la máscara de la muerte. Se convirtió en su peor pesadilla usando el conocimiento del-otro-lado-del-espejo y dando pinchazos. En esto yo veo una linealidad perfectamente lógica, pero ya sabe, yo leo. Usted viaja. Y para hacerlo bien no habrá de saber bien nunca lo que está por venir.
El estómago del viajante se revolvió, y bajó su mirada. Recordó y asintió con la cabeza.
-Lo que me trajo hasta este lugar donde los 3 estamos ahora es la supervivencia y el orgullo.
-Aquí usted puede escudriñar los enigmas de la neblina metódicamente. Observe cómo llueve ahí afuera, y observe a la par el fuego ardiendo a salvo y al orador encandilado con él. Todo esto lo ha conseguido en gran parte gracias a su ambición de un sistema cada vez mas operativo y versátil. Estable a su manera, es decir, necesariamente inestable.
El orador hizo su entrada y demostró haber oído todo. O al menos poder aparentarlo. Arrojaba al aire una y otra vez una moneda de plata.
-Muchas preguntas lo han obligado ya a una casi completa reformulación de lo anteriormente adquirido y tenido por seguro, y se siente capaz de acariciar bestias en las que otros no osarían fijar la mirada. La gente se conforma con mucho menos que usted para hacer su vida, y usted es capaz de destruir todo de sí para acobijar nuevas verdades. En esto hay más que una defensa del medio, hay un deseo irresistible de saber. Poniendo de rodillas a los gigantes, ubicándose en el centro de las tormentas, riendo ante los improperios y miradas de disgusto. Usted monsieur no ha sido guiado hasta aquí sino por ese instinto de curiosidad irrefrenable.
Y al decir esto el orador dejó caer en su mano la moneda y mantuvo cerrado su puño.
Inquieto se encontraba entre dos versiones de explicación acerca de su búsqueda, y miró alternativamente a ambos: al que leía, que lo miraba sentado serenamente con la cara apoyada en la mano, y al orador, que erguido lo miraba persuasivamente y ofreciendo en su mano el enigma en su naturaleza pura. Fué este último quien con sonrisa burlona lo sacó de su dilema:
-Ambas verdades estan contenidas en una sola monsieur, no se angustie. Decir una es insinuar la otra. Usted cometería una injusticia siempre que se decantara por una u otra posibilidad, antes mantenga las dos en suspenso y aprenda a hacer de la cuerda floja su mejor garantía.
-La de este caballero es una versíon diría pornográfica del gato de Schrodinger, pero a juzgar por la expresión en su rostro parece haber servido a su fin. Es el resultado de que todos los recursos de su universo estén a su disposición, no descarte nunca ninguno-. Acotó el que lee.
Un lazo indisoluble se dejó ver entre ambas figuras, a la vez que la necesidad de que ambos permanecieran esencialmente definidos en su papel. Eso no evitó el intercambio de sonrisas. El que lee volvió a leer. El orador volvió junto a su fuego. Y el viajante volvío a salir. La lluvia ya no lo molestó.

Imagen: "Anibal cruzando los Alpes, Tormenta de nieve", de William Turner"