martes, 31 de julio de 2012

Me gusta esperar el tren


 Cuando salgo de mi trabajo siempre que puedo tomo el tren para ir a casa. Podría tomar el colectivo. Me quedaría mas cerca, y me bajaría a dos cuadras de casa. Para tomar el tren camino seis cuadras, y me deja a cuatro. Pero tomo el tren.
Después de dos cuadras la cantidad de gente transitando se reduce mucho, y cuando cruzo la General Paz para el lado de provincia apenas pasa algún coche que va hacia capital. Empiezo a sentirme como quiero sentirme. A veces voy escuchando música, a veces no. El andén casi siempre está semidesierto. Las pocas personas esperando se sospechan mutuamente, y se miden con la mirada. Yo los mido también. El que está adentro de la boletería apenas existe, de no ser porque da el cambio exacto con el boleto (casi nunca lo saco). Nunca veo cuando actualiza el papelito que dice el horario del próximo tren a Retiro. Si es de noche la boletería está cerrada. Y si es de noche se escuchan voces debajo del andén, donde duermen un par de cirujas. Una vez vi a uno, me miró fijo y lo miré. Creo que quería saber si le tenía miedo. Yo seguí caminando hacia el final del andén, siempre lo hago. Ahí espero al tren.
Si el tren viene enseguida no puedo dejarlo pasar, me subo. Pero no me molesta esperarlo. Me gusta sentarme en el final del andén, con mis piernas colgando por encima de las piedras. Porque de entre todas las incertidumbres que encierra mi vida, y con las que aguijonea mi pecho, una de las pocas es saber que en algún momento el tren va a aparecer en el horizonte, y que una vez que lo haga, va a ir acercándose hasta que pueda tocarlo con las manos. Un colectivo aparece a cualquier hora y de golpe, obliga a estar alerta. El tren tiene su horario y se muestra con tiempo, me permite sentir el alivio de verlo venir por espacio de unos minutos.
Mi paciencia está sometiéndose escandalosamente al curso natural de las cosas. A veces siento que es como sentarse frente una serpiente que no sabés si te va a morder o no. A veces pareciera que estoy esperando que una pared me hable. A veces quisiera pasar del otro lado y curiosear, saber qué hay detrás de los pensamientos ajenos. Pero no se puede. Lo único que se puede hacer es esperar. Y mi consuelo es esperar el tren. En este día nublado, en el que el viento da al frío el grado justo para poder sacarme la bufanda y recibirlo en el cuello, me di cuenta por qué.