sábado, 30 de octubre de 2010

El polimodal


1º del Polimodal, tenía 16 años. Año 2000, las computadoras seguían funcionando. Ahora los profetas se dedicaban a robar diciendo que en el 2012 se iba todo a la mierda. Algunos habíamos hecho 9º juntos, y con el polimodal nos dividimos en Contable o Humanística. Los que seguían el consejo de sus padres y se proyectaban a un futuro con mejor currículum elegían Contable. Los vagos como yo elegían Humanística. Siempre buenas notas, pero sin demasiado esfuerzo: mejor un 8 con improvisación que un 10 de memoria, por más que no aprendiese mucho en el colegio realmente.
“En Humanística los profesores faltan más” había dicho Cintia a fin de año, arqueando las cejas en desaprobación.  Pero mientras ella lo veía como una condena a la desocupación después del egreso, con Carlos vimos enseguida horas libres que se proyectaban en nuestras tardes futuras como en una pasarela sin fin que se perdía en el horizonte. Además así ya no teníamos que soportar a la conchuda de Cintia. Le dije:
–Cintia, cuando pases con tu 4x4 y me veas mendigando en la calle me vas a sacar a dar un paseo no?
–Moríte pendejo- contestó y se dio vuelta. Carlos se reía, y yo también.
El 1º día entramos al aula y elegimos asiento, atrás de todo. El curso terminaba de acomodarse, algunas caras nuevas, otras conocidas, como Juan y César del otro 9º, que se sentaron al lado nuestro. Conté:
-5 varones, y 22 mujeres.
-23- dijo Carlos y entonces se me cerró la garganta. Como una aparición entró al salón una chica. Pelo castaño claro, ojos celestes, grisáceos. Pómulos perfectos, buena cintura. Era como si nuestro colegio fuese una película clase B y hubiese fichado a Nicole Kidman en el reparto.
-Te gustó eh?- dijo Carlos.
-¿Quién es? –dije idiotizado.
-Te averiguo, pero no la vi antes, es nueva.
Carlos conocía bien a Carina, también del otro 9º, quien al parecer obraba de confidente y celestina con sus amigas, pasando cartas, mensajes y chismes. Su obesidad robusta le daba cierto toque de madama, su carácter frontal y risa ruidosa impedían a cualquier otra discutirle el puesto. 
-Patricia Van nosequé- me dijo por lo bajo, y ese nombre me llegó como una diadema que se aparecía en la frente de Patricia. Parecía simpática, ya estaba hablando animadamente con las que estaban sentadas cerca suyo, pero aún así no podía evitar verla como una diosa del Olimpo que se mezclaba entre los mortales por curiosidad. Su voz tenía un tono suave y nítido, femenino, sobre todo femenino.
-Pará de mirarla tanto, boludo. La vas a gastar- me dijo Carlos, y tenía razón.
Intenté seguir el día sin prestarle demasiada atención, pero apenas dejaba de concentrarme en la clase me encontraba mirándola, a veces de reojo, a veces de pasada cuando pedía prestado el liquid paper a César, y otras abiertamente, encandilado, hasta que Carlos me daba un codazo en las costillas. El primer día de clases siempre es interesante, se empieza a ver quien se junta con quién y esas cosas, pero ese día yo solo podía pensar en Patricia. Intenté llevar una conversación decente con mis amigos durante el trecho que compartíamos camino cada uno a su casa, y cuando me separé de ellos a unas cuadras de la mía suspiré aliviado. Casi podía ver su nombre formado en las nubes.

Mientras pasaban los días los varones fuimos formando un mismo grupo. Carlos tenía el pelo corto y enrulado, piel morena, excelente enganche para jugar al a pelota, siempre interrumpía los trabajos en clase con alguna boludez que me hacía reír. César era un poco rellenito, supuestamente sabía de computadoras, tenía una moral despreciable pero con nosotros se comportaba. Juan era amable pero taciturno, costaba hacerlo reír, parecía constantemente absorto en algo que no podía adivinarse. También estaba Ezequiel, que se sentaba solo y fumaba desde los 15, el más vago de todos, se las arreglaba para transarse a alguna de vez en cuando en los recreos (la Dirección no lo permitía pero tampoco pretendía un control absoluto al respecto). A veces lo miraba y me preguntaba cómo, siendo tan flaco y con esas cejas anchas podía irle tan bien.
Para los trabajos en grupo Juan y César me ayudaban a buscar las respuestas, sobre mí recaía encargarme de enunciarlas, como un notario de actas. Carlos y Ezequiel hacían divertido el proceso, y sobre todo Carlos negociaba con los grupos de mujeres para intercambiarnos respuestas. Siempre recordábamos con risas el día que la vez que a Gaby, que tenía novio, le dio una respuesta de Historia a cambio de un beso en la mejilla, pero a último momento le corrió la cara y le dio un pico. Gaby protestó con un cachetazo en el hombro de Carlos, quien volvió al grupo entre nuestros festejos y las risas generales.
El intercambio solía ser de unas respuestas por otras, la calidad dependía del grupo. Las mejores eran del grupo de Sole, porque ella leía bastante y ya se reconocía de izquierda, lo que mal o bien ya implicaba alguna clase de visión personal sobre el mundo. El año anterior ya era compañera mía y de Carlos, no nos sorprendía escucharla protestar en clase. Aún así, y Carlos lo sabía, yo nunca me perdía de intercambiar con el grupo de Carina, donde estaba Patricia.
–Dales la 6 y pedíle la 4 que no la encuentro- le decía yo y Carlos sonreía sin delatarme, había escuchado tan bien como yo que al lado nuestro el grupo de Carina discutía sobre la pregunta 6, con Patricia impacientándose,  y sabía también que la 6 yo la tenía marcada entre corchetes en el libro. Carlos era un buen amigo.
Un problema adicional era que a raíz de este mercado negro de respuestas, los productos finales de los distintos grupos tendían a ser muy similares, y un par de profesores (los más jóvenes, claro) mostraron su recelo. Por eso me preocupaba de que nuestros trabajos fuesen distintos al resto, más completos. En menor medida lo mismo hacía con lo que le pasábamos a Carina. No pasó mucho tiempo para que me diera cuenta de que Juan se preocupaba por lo que intercambiábamos con Sole. Fue César quien me iluminó sobre eso.
-Esto viene de hacer largo ya, Juan se le declaró a Sole hace 2 años, fue a su casa con una flor en la mano el boludo.
-¿Y qué pasó?
-Nada, Sole le dijo que lo quería como amigo nomás, y se lo dijo por decir, porque amigos no eran, porque no podía decir “como hermano” ¿No?
-Y no… pero ¿Cómo puede ser que no me haya enterado de nada?
-Bueno, es que Juan sólo me lo contó a mí después de insistirle una semana, lo veía tan mal… y parece que Sole ni siquiera se lo contó a Natalia.
-Si Natalia supiera…
-Por eso. Y como vos y Carlos llegaron el año pasado, a lo mejor alguien se enteró y ustedes no.
-Y me lo contás ahora.
-Sé que te gusta Pato- y se me hizo un nudo en la garganta.
-Cualquiera, nada que ver.
-Dale boludo, a ver decime que es fea.
-Bueno y qué.
-Que veo como le pasas lo mejor a Carina porque está con Pato, y a Sole le pasás medio pelo.
Solté una risa forzada, César me estaba poniendo nervioso.
-Hacélo por Juan no seas forro. El resto me chupa un huevo- lo decía por los otros grupos dos grupos, formado por chicas de perfil bajo que no jodían a nadie.
-Dale, no hay drama- dije.
Desde ese día entendí mejor a Juan, esa mirada perdida, mirando hacia nada y hacia adentro, pendiente de la voz de Sole, a quien tenía casi al lado, pero a la vez tan lejos, completamente inalcanzable, porque ella no le prestaba la menor atención, ni siquiera con antipatía. A lo mejor por eso, y por el hermetismo de Juan no lo había sospechado, Sole no estaba mal pero no había pensado que pudiese tener tan encandilado a alguien. A mí me iba un poco mejor, por lo menos Patricia me hablaba, mirándome a los ojos, se reía de algo que yo podía decir, y me decía “qué cabeza tenés nene, no sé como hacés”. Pero ella no sospechaba de mí, y si lo hacía, en todo caso podía refugiarse en la duda para tratar conmigo.
Ahora tenía más trabajo, intentando que a veces hubiese 4 respuestas diferentes para una misma pregunta, variando la forma del contenido. Sólo en Historia y Geografía, en el resto de las materias daba prácticamente lo mismo, en general los profesores sólo querían sus respuestas.
Una vez saltó la ficha en Historia de que algo estaba pasando, pero Carina logró escandalizarse más que el profesor, diciendo en voz alta que los libros de texto eran muy simples, y que muchas veces marcaban lo mas importante en negrita (o sea, las respuestas).
-¿Qué podemos hacer si lo ponen así? No es culpa nuestra ¿Sabe?
-Es una guía, a partir de ahí ustedes tienen que analizar y…
-Las respuestas están correctas ¿Nos va a desaprobar?
-No digo eso, pero inténtenlo chicos, no es tan difícil.
-Estos libros- dijo sosteniendo uno con la mano y soltándolo sobre la mesa- son una mierda, y encima son carísimos-. El libro cayó sonando como la sentencia de un juez en su martillo, dando inicio a que todo el curso irrumpiera a viva voz en las mismas protestas, en un coro ininteligible.
-Chicos, calma, acá nadie va a desaprobar a nadie…
Y Carina ya estaba sentada, satisfecha. Me miró como diciendo “No lo voy a poder hacer siempre, ponéte las pilas”.
Cuando llegaron los primeros exámenes la tuve difícil, pero me las arreglé para terminar rápido lo mío mientras guiaba a Carlos en lo suyo. Entonces me quedaba cerca de la mitad del tiempo, mientras fingía no haber terminado, para empezar a soplar al resto a mi alrededor, en voz baja o en pequeños machetes, papelitos enrollados adentro de una birome. César podía necesitar alguna que otra ayuda, pero generalmente se las arreglaba para aprobar solo. Juan nunca me pedía nada, y podía sacar un 9 como un 5, no parecía importarle demasiado tener un buen promedio, ni siquiera aprobar, pero era evidente para mí que iba a media máquina. Juan estaba en otra parte, lejos, como lejos de él estaba Sole, sentada una mesa a la izquierda y delante de él, en diagonal.
Idéntica era mi ubicación respecto a Patricia (ya todos le decían Pato). Así podía verla de espaldas cuando miraba al pizarrón, y de perfil cuando giraba un poco su cabeza a la derecha para hablar con Adriana, su compañera de banco. A veces se daba vuelta para hablar con Carina o con Gaby, y yo tenía que sacarle rápido la mirada para no ser sorprendido. Que eso pasase a la vez me aterrorizaba y lo deseaba, pasando más de una vez que sus ojos celestes cruzaran los míos, quedando yo paralizado como liebre antes de ser aplastada por un camión. Soportaba esta presión en el pecho día tras día, al tiempo que crecía como un cáncer, tomando mi garganta y el vientre, provocándome temblores compulsivos, lapiceras mordidas y suspiros al techo. Mi oído había aprendido a tomar su voz de entre el confuso murmullo del salón, desenmarañándolo, elevándolo por encima de cualquier otro registro, y cuando giraba sobre su hombro y me miraba de reojo, susurrándome para pedir ayuda durante un examen, poco faltaba para que me meara encima. Se la pasaba a Carlos con la birome, que inventaba un bostezo estirando el brazo hacia Gaby, o sino en un bollito de papel que yo tiraba al suelo despacito, pateándolo en dirección a Patricia mientras Carlos tosía como un condenado. Había que regular el movimiento dependiendo de cuán atento estuviese el profesor de turno.

En los recreos solíamos juntarnos con los de contable que habían sido compañeros nuestros el año pasado: Ale, Tincho y Damián. Carlos y Ezequiel eran los que más ligaban, solían tener alguna transa. Una vez dijo Carlos:
-Mirá ¿Ves esa que está ahí?
-¿Cuál?- preguntó Ezequiel
-Esa, la de la trenza.
-Sí.
-Esa me la comí en La Mónica en las vacaciones. Un mal aliento tenía la hija de puta! Pero me dejó tocarle el culo. Ahora se hace la que no me conoce.
-Esta de novia con Matías de 3º boludo. Hace 2 meses ya- dijo Ezequiel.
-¿Quién te dijo?
-Mi hermana la conoce desde 9º
-La concha de tu hermana entonces.
Y todos reíamos.
La hermana de Ezequiel se llamaba María. Flaquita, bien proporcionada, pelirroja, pelo corto a lo Meg Ryan. Divina. Pero yo solo podía fijarme en Patricia, del otro lado del patio, sentada entre las demás chicas, con la coleta en la boca mientras se acomodaba el pelo hacia atrás con las manos. Patricia riendo, con súbita coloración de sus mejillas. Patricia yendo al quiosco, mientras yo buscaba algo de dinero en el bolsillo para comprar algo también, preguntando si alguien quería que le comprara algo ya que estaba y me dieran la plata. Y Carlos con sonrisa cómplice: “Andá, andá” me decía.
Yo iba.