Y de a poco me fuí metiendo en esa actitud pelotuda de hacer de cuenta de que no hay un problema. Ya saben adónde nos lleva eso... y yo tambien lo sabía.
El único momento en que pensaba en esa bicicleta que no fuese mientras la usaba, era 20 minutos antes de entrar al trabajo, cuando ya no tenía lugar a arreglarle nada ni llevarla a ningún lado a que lo hagan. Un día estaba exactamente en esa situación de "qué mierda hago ahora que llego tarde", porque la rueda atrás estaba descentrada y tocaba contra la pastilla de freno, y a pesar de mis esfuerzos de ajustarle los conos no podía hacer que gire sin frenarse. Entonces tuve la idea de arrancar esa maldita pastilla que no me dejaba pedalear tranquilo. Soy un genio. Pero a pesar de que tenía cierta imagen de que la personificación de mi sentido común presentaba su renuncia, sentía una satisfacción salvaje por haber zafado así y poder hacer todo al límite. Así estuve un par se semanas, y cuando hacía la bajada atrás del supermercado mi adrenalina se elevaba. Cada viaje al trabajo era una tirada de dados donde sólo podía ganar la sensación de arriesgar todo y no perderlo. Bastante! Si tan solo los cristianos altruistas lo entendieran...
Y una noche volviendo a casa el eje trasero comenzó a hacer un ruido monstruoso. Supe que en cualquier momento la rueda podía atascarse y despedirme hacia el pavimento, pero no tenía ganas de caminar, y entonces pedaleaba aterrorizado, entusiasmado por la idea de llegar a casa en esas condiciones. Y lo hice. Al otro día me di 15 minutos adicionales para ver que podía hacerle a la bici, pero fué imposible resucitarla. Cuando vi algunos rulemanes esparcidos en el suelo, y aunque sabía que era como pretender revivir un pescado metiendole las tripas por la boca, los puse adentro del eje y ajusté las tuercas, y entonces la terminé de cagar, porque la rueda no giró ya de ninguna manera. Listo, era el límite, finalmente lo había encontrado. Cuando después de boludearme a mí mismo casi 2 semanas la terminé llevando a arreglar, el bicicletero arruinó mi presupuesto mensual: por haber usado la bici varias veces desinflada, la llanta de atrás quedó hecha un huevo, y hubo que cambiarla.
"Sí, definitivamente sos un boludo... y?". Y resulta que esos días sin bici tuve que ir al trabajo tomando un colectivo y caminando 2 km de paisaje monótono. Sería éste el escenario de mi iluminación personal.
Resulta que uno puede intentar salvarse de esa caminata tediosa haciendo dedo, a lo mejor algún coche de los que van a su barrio privado se apiada... pero mientras me encontraba caminando cerca del asfalto con mi mano extendida y el pulgar levantado, volteando la cabeza cada 5 segundos para poner cara de "daaale"... me di cuenta de todo el tiempo y energía que estaba perdiendo con ese intento de lotería. Me dí cuenta de que nadie me podía asegurar que alguien se copara por más esfuerzo que hiciese, pero que nadie podía quitarme un tiempo específico de llegada si me ponía caminar a paso firme y sin pelotudeos. De repente me alejé del asfalto y empecé a hacer eso, dejando al momento de sentir esa angustia y la frustración consiguiente a cada coche que seguía de largo. La sensación de serenidad incluso alteró la percepción del tiempo (o al recuerdo de esa percepción), porque cuando me quise dar cuenta ya estaba muy cerca. Al final llegué mas temprano a trabajar caminando que cuando iba con la bici.
Este hecho me resonó toda la semana, pensando en que tal vez encerraba la esencia del desperdicio que estoy haciendo con mi vida, y en que si me pongo las pilas para llegar adonde quiero llegar de una vez por todas, paso a paso como Mostaza, a lo mejor cuando me quiera dar cuenta ya estoy ahi.
Y así fué que ésta seguidilla de detalles pelotudos que acabo de relatar podrían significar un punto de inflexión en mi vida, el comienzo de una aplicación masiva de mi manera de ver las cosas a la vida real y cambiarlo absolutamente todo.
Imagen: sin título, de Joseph Mallord William Turner.