
Y tenemos al vegetariano moralista pasivo y al activista. El primero aspira a un mundo vegetariano futuro creyendo que su práctica se impondrá de forma pasiva, demostrándose como más sana y evolucionada ante todo el mundo como una evidencia progresivamente innegable. Esta creencia lo habilita para no hacer nada en pos de causa más que elegir en el supermercado productos que no le den culpa para sentirse mejor, sentir que "salva vacas" imaginariamente. No necesita ir a ninguna marcha, no necesita convencer a nadie ni hacer ninguna protesta, le alcanza con creer que manteniéndose firme (frente a sus inmediatos: familia, amigos, pareja, etc) alcanza para aportar su granito de arena de manera pacífica a una supuesta evolución de las costumbres que derivará inevitablemente en el mundo con el que disfruta fantasear. Al segundo no le alcanza con esta pretensión pasiva, necesita poder sentir que ejerce efectos concretos e identificables en su medio social que lleven a erradicar la ingestión de carne como una práctica primitiva, insalubre, etc. Éste es el que jode, el que increpa, el que reclama, el que juzga abiertamente, es Lisa arruinándole el chancho a Homero, sintiéndose con derecho a invadir terrenos de decisión personal, como si le debiésemos algo. Y yo creo haber identificado por qué lo hace en general, y también, por qué el vegetariano moralista pasivo desprecia en silencio y como en murmullo al medio omnívoro que lo rodea...
Sinceramente no sé si a ustedes les pasó como a mí, pero me llama la atención encontrar indefectiblemente (hasta ahora) en el relato de los vegetarianos sobre el origen de su dieta un hecho recurrente: una escena en la que sintieron un asco o repugnancia muy grandes asociadas de alguna forma con la carne (ver como matan una vaca en el matadero, ver un manojo de tripas de un animal muerto al costado de la calle, etc). Esta escena es variable casi en todo sentido, lo que no cambia es la asociación con la carne y la elevada sensación de asco, repugnancia y tal vez algo de culpa cuando se encuentran luego de ese suceso con la posibilidad de comer carne otra vez (por ejemplo en casa ese día mamá hace churrascos con puré bien jugosos). Es como si eso los definiera, no quieren volver a sentir lo mismo, y llevados por esta sucesión de hechos y sensaciones específicos de su manera particular de sentir y ver el mundo pretenden que todo el que vea un animal siendo destripado, una vaca derribada por el martillo en el matadero, un chancho apuñalado en el cuello o un pescado debatiéndose en manos del pescador siendo decapitado por un tramontina le pase necesaria e inevitablemente lo mismo que a él.
Porque... ¿en base a qué idea sino imaginan que el mundo cambiará y entenderá el salvajismo en el acto de matar y comer del animal muerto? ¿Y la gente que trabaja en los mataderos, en el campo, no son seres humanos con uso de razón? ¿son necesariamente estúpidos? Llegamos al punto crucial. Estos activistas dicen que estos trabajadores están apoyados en la fuerza de la pura costumbre y tal vez de la necesidad económica (es decir, si pudiesen elegir otro oficio lo harían sin dudarlo jaja), para ellos es necesario que los omnívoros comprendan lo irracional de su oficio y de su dieta, y tienen la esperanza de algún día poder liberarlos del trabajo que, según ellos, atenta contra la razón. Pretenden que estas personas comprendan desde una lógica puramente racional postulados que ellos mismos nunca asumieron de tal forma, sino siempre y solo a partir de elementos irracionales como el asco, la repugna, la culpa... pretenden algo que ellos no pudieron ni pueden hacer, y al ilusionarse con que ese reclamo contradictorio sea atendido se sienten mejor consigo mismos.
Lo cual nos lleva a que por alguna razón muy variable, el vegetariano moralista juzga en primer lugar porque se siente mártir. Siente que se sacrifica en una abstinencia que lo vuelve superior al resto y modelo de conducta. No puede comer a gusto si no puede sentir que hace un bien al mundo ("salvando vacas"), como aquél que no puede tener sexo si no es para procrear (como si eso lo salvara de un orgasmo... jaja y lo sabe bien...). Extraños son los disfraces que algunas personas eligen para poder comer sin culpa, disfraces que para poder finalmente sentirse como reales y creíbles para el que los viste tienen consecuencias en su medio social. De ahí el reclamo moral, tanto en el vegetariano activo, como en la ortodoxia cristiana que por ejemplo abogue por un mundo sin sexo fuera del matrimonial. Estamos ante, en el fondo, la misma clase de persona, no necesariamente vegetariana o cristiana, sino fundamentalmente rompepelotas que no pueden disfrutar de la vida por una culpa que de alguna forma integraron en un nivel que no admite hedonismos (cada uno en su campo respectivo). La relación entre lo tomado como "primitivo", "irracional" y los impulsos desde un sentir muy profundo, incluso sexuales, no es nunca casual. Libre soy de sacar mis conclusiones en este sentido y actuar en consecuencia...
Repito, no incluyo al vegetariano que no come carne porque simplemente no le gusta sin sentir que nadie le debe nada por su dieta, con ese hay una compatibilidad bárbara de ideal democrático, de no sentirse nunca superior en lo moral por lo que uno come. Al margen del estilo de vida, lo que me rompe las pelotas no es eso, sino que alguien además de manifestar que se cree superior (mientras no me joda y se masturbe mentalmente en silencio allá él), se lo crea lo suficiente todavía como para sentirse con derecho a reclamar que yo cambie en algo mi estilo de vida porque le da asco lo que como. Conmigo no les va a funcionar instalarme una culpa que nunca voy a tener asi tenga que matar al mamífero mas tierno para saciar mi apetito, y eso significa que su mundo fantaseado es imposible, porque negar a gente como yo (como algun vegetariano indignado puede desear: matándola, relegándola al ostracismo, etc) constituiría una abierta transgresión del supuesto valor "antisalvaje", más "civilizado" del vegetarianismo activista, quiebre que constituiría el fin del espejismo.
Imagen: "Their feelings", de Ryohei Hase