Melina no gustaba de todo lo que hacíamos, desaprobaba con un gesto
algunas maniobras. Pero era evidente que para ella éramos un caso
aparte, que estábamos en otro nivel. A veces estábamos en el medio de
alguna discusión y ella quería decirnos algo, entonces yo mediaba para
que tomase la palabra. Una vez los pibes nos reíamos de una escena de
los Simpsons.
-Están hablando en la reunión de
creativos de Tomy y Daly. Entonces la rubia de pelo corto le dice a
Krusty lo de “asertivo” y “paradigmático”- dijo el Chileno.
-Ahí
agarra uno de sombrerito y anteojitos y dice: “perdón, pero palabras
como asertivo y paradigmático ¿No son las que usa la gente estúpida para
parecer intelectual?”- dramatizó Daniel.
-El sombrero es verde, tiene una línea naranja. Tiene como unas rastas el chabón- completé.
-¡See! Y dice: “Estoy despedido ¿No?”- siguió el Chileno.
-“Sí, y con razón”- cerró Daniel.
-No dice así- dijo Melina dándose vuelta.
-Cómo dice- respondí.
-Dice
“Sí, los demás nos vemos en la sala de almuerzos”. Es del capítulo que
meten a Poochy. Lo de “si, y con razón” es de otro capítulo.
-Tomatelá- tiró Daniel-, a ver de qué capítulo es.
-No sé pero es de otro.
-Ves que no sabés una mierda.
Canal
11 repetía capítulos de temporadas viejas toda la semana. Un sábado a
la tarde vi que Melina tenía razón, y les dije ocupándome de que ella me
escuchara:
-Al final lo de “y con razón” es del capítulo del Niño Fisión.
-Ah, si, lo vi el otro día- dijo Daniel.
Melina se dio vuelta y me miró, pero no dijo nada, volvió a mirar hacia adelante.
Había
cierta tensión en estas mediaciones porque yo no quería traicionar los
códigos, pero no podía resistirme a Melina. Daniel se daba cuenta de mi
situación. Su casa quedaba a 2 cuadras de la mía, cruzábamos la plaza
para agarrar después cada uno por su lado. En esa esquina del reloj nos
podíamos quedar media hora conversando antes de ir cada uno a su casa. A
veces yo pasaba por su casa y después me iba a la mía, demorando el
inicio de la segunda mitad del día, que por lo general incluía alguna
escena tortuosa con mi madre.
-Te gusta Melina.
-Me puede.
-El Chileno ya sabe. Creo que él también le tiene ganas. Ojo.
-Nunca toca los útiles de ella.
-Viste. Es piola la minita, y linda. Pero no te vuelvas loco por una concha. Es peor.
-¿Ella sabrá?
-Las
minas se hacen las pelotudas, siempre saben esas cosas, por más que te
digan que no. Saben lo que generan y lo usan, todo el tiempo. No le des
bola. Mientras menos te importe mejor.
-Como si pudiese elegir.
-No porque las minas te hacen eso, te van midiendo, te van probando. Cuando están seguras de que ya te tienen, te dejan tirado.
-Quieran al demonio para vestirlo de santo. No sé dónde lo leí.
-Se. Algo así.
El
invierno pasó rápido. De alguna forma encontraba ocasiones para
conversar con Melina, la mayoría de las veces cuando ella se quedaba en
el salón y yo volvía del kiosco con algo para convidarle. La hacía reir
hasta que le dolía la panza, aunque era más difícil si Alejandra estaba
con ella. Tambíen volví muchas veces con algo en cada mano para
encontrar el salón vacío, o con Daniel esperando para hacer la del
duende.
En julio fué cumpleaños de Héctor, hizo una
cena en su casa. Supe entonces que su madre no vivía, y que vivía con su
padre y su hermana. Espiando la biblioteca de su familia encontré un
volumen de poesía maldita, selección de obras de Baudelaire, Rimbaud y
Mallarmé. Se lo pedí, y me lo regaló. Leyéndolo sentí escalofríos,
calor, estremecimentos, impulsos de voluptuosidad confusa, una energía
cada vez mas grande y profunda. En dos semanas ya lo había releído tres
veces.
En esos cuatro meses soltamos un gato de mi
madre adentro del colegio, subimos al perro callejero al 2º piso
tentándolo con comida, armamos un muñeco con partes de distintas cosas
del colegio y lo escondimos en un compartimiento, juntamos más de 30
borradores que llevamos a la casa de Héctor y tiramos por la ventana una
máquina de escribir destartalada. A la salida, cuando el salón quedaba
vacío, revoleábamos sillas que al caer sobre las otras hacían gran
estruendo, y ante el cual salíamos disparados por las escaleras,
saltando los escalones de a 4 o 5 a la vez.
A la
salida, las veces que hicimos la caminata por la avenida comercial,
hasta llegar a la parada antes del puente, donde Héctor y el Chileno
tomaban su colectivo, armamos escenas en los negocios, falsos
avistamientos de ovnis, buscamos parecidos bizarros entre los
transeúntes (mayor el mérito cuanto más rebuscados: jugadores de fútbol
retirados, actores de segunda línea, etc), y llegó a pasar que
predicáramos el nihilismo con el método de los evangelistas, parando a
la gente para decirle que la vida no tenía sentido, que deje de hacer
como si lo tuviese.
A la noche, salimos a pintar
paredes del barrio con aerosol, poniendo frases y dibujos improvisados,
robamos enanos de jardín, pusimos candados en rejas desconocidas tirando
la llave al desagüe, corrimos tirando botellas de vidrio al aire,
colgamos la basura de las casas en las rejas, pusimos macetas de una
casa en la de al lado y una vez pusimos el juego de mesas y sillas de
jardín de una casa en medio de la calle. Al hacer estas cosas nos
reíamos hablando de qué pensaría la gente al empezar su día de esa
manera. Imaginábamos preguntas como “¿A quién se le ocurriría algo
así?”, o frases como “Este país se va la mierda”, o “No te la puedo
creer y la puta madre que me re mil parió…”. Entre otras.
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